Lejos de querer dar cátedra con
dichos de abuelos o de buscar emular a los más grandes autores de la autoayuda,
escribo estas líneas como una especie de bitácora de lo difícil que es poner
esta consigna en práctica. Estoy, en este momento de mi
vida, en una posición compleja por no decir desesperada. Me encuentro en una
encerrona que pasa por varios aspectos, desde la lo puramente existencial a lo
francamente económico, que me pone en una encrucijada no tan sencilla de
resolver.
Para comenzar, debo decir que
ninguno de estos elementos estresores constituye en sí una tragedia; pero que su peso combinado
requiere de fuerza de voluntad - mucha fuerza de voluntad!-, lo que se traduce en
el acto cotidiano de mantenerse a flote guardando la esperanza de poder hacer
pie en algún momento.
Sobra decir, usando otro dicho de
dominio popular, que ''la esperanza es lo último que se pierde''. Pero a veces se
pone juguetona y se refunde por ahí; sin dejar razón de dónde se ha largado. Para reaparecer
luego, como si nada, huidiza y triunfante después de sus periplos repentinos
por caminos desconocidos.
Es esa fe en que todo va a ser
mejor en un futuro, porque de momento las cosas no tienen buen color, la que me
recuerda vagamente al viejo del ‘’Viejo y el Mar’’ de Ernest Hemingway. Trae a mi
memoria también que en un pasado no tan lejano, como el viejo, me embarqué en
una travesía demencial durante siete años: con iguales resultados. Es decir,
que de dicho trayecto marcado por el infortunio sólo quedó una osamenta sin
valor, que únicamente sirvió para hacer más dramática la remembranza de aquella
empresa sin porvenir.
Del mismo modo, igual que para el
viejo, la esperanza fue el sustento de los más extraordinarios sueños y las más
febriles ilusiones. Lo que cuenta es que la esperanza de aquel tiempo se
encontraba en un hecho definitivo y que adquiría tonos de ‘’salvación’’, del
mismo modo que ven los cristianos el misterio de la crucifixión y resurrección,
evocando leyendas míticas de la obtención del Paraíso.
Por su parte, la esperanza de
ahora es más difusa y más centrada en la consecución de pequeños actos, de salvación
si se quiere, que sumados den como resultado una mayor sensación de bienestar y
completitud. Viéndolo así, la cosa no pinta tan inalcanzable como antes. Pero
eso sí, requiere de más sentido práctico, paciencia y perseverancia.
Ahora bien, cortando un poco el
discurso, hablaré de energías!. Quiero tocar el tema inspirado en un afán
pragmático. En consecuencia a que en este tiempo ha habido una circunstancia
que ha captado mi atención más incisivamente que las demás situaciones. El problema es
bien fácil de ilustrar: necesito, a veces con desesperación, de una energía que
no puedo hallar en mi interior.
Para dar un poco de contexto, y a la
vez seducido por un concupiscente deseo exhibicionista, voy a relatar en líneas gruesas mi
historia con esa fuerza o energía. En un principio la desee y la odie, en
iguales proporciones, por su encanto sin medida y por la imposibilidad práctica
– gracias a trabas autoimpuestas pero dificilísimas de sortear, además de
pueriles y ridículas – de ‘’poseerla’’ o mejor nutrirme de ella.
De hecho, cuando vi a varios de
mis amigos sucumbir idiotamente ante sus artimañas de seducción juré, con una
mano puesta en la Biblia y obviamente por la Patria, que jamás me encontraría
en una situación semejante. Lo que no sabía, cuándo hice aquellos juramentos
ingenuos, es que diez años después estaría
al borde la muerte – literalmente, no exagero – intoxicado por el veneno de su
encanto y su desencuentro.
Pero la Vida ha sido buena conmigo y para mi fortuna, después de salir de tan penosa situación me sentí un hombre nuevo y con la luz de un nuevo nacimiento decidí darle el lugar que se merecía aquella energía y relegarla al olvido.
Pero la Vida ha sido buena conmigo y para mi fortuna, después de salir de tan penosa situación me sentí un hombre nuevo y con la luz de un nuevo nacimiento decidí darle el lugar que se merecía aquella energía y relegarla al olvido.
No obstante, el problema radica
en que después de algunos años el deseo de imbuirme en aquella fuerza ha vuelto
con violencia, como un viejo amor nunca olvidado, después de que tenía la vida
completamente resuelta. Poniéndome de
nuevo en un aprieto y dejando por el momento nada más que una sensación de
impotencia y frustración.
Para concluir, debo aceptar que
me veo forzado a hacer algo para procurar su encuentro. Tarea que por cierto,
nunca ha sido fácil en las tres décadas que llevo de vida sobre la Tierra. O lo que es lo mismo que en palabras populares también: ‘’otra pata que le sale al gato’’. Dichas y desdichas que surgen, espontáneas, en medio
de esta cosecha de limones, dónde lo único que puedo hacer es limonada.
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