Las mejores épocas de nuestras vidas son aquellas en las que acopiamos el suficiente valor como para rebautizar nuestra maldad como lo mejor que hay en nosotros"

Friedrich Nietzsche

martes, 18 de febrero de 2014

COLABORACIÓN ESPECIAL: Cuál es el Sentido de la Vida?

El siguiente es un artículo de opinión de un colaborador del blog sobre el tema en cuestión. Aunque puede ser un poco largo y tal vez algo denso al comienzo vale la pena darle una ojeada.

Cuál es el sentido de la vida? Una pregunta interesante y por cierto imposible de contestar plenamente por un simple ser humano. Debo advertir que las siguientes líneas son sólo un abordaje superficial a la respuesta.

Pero para comenzar cualquier aproximación en torno a ésta se deben responder otras dos dudas previamente; una de ellas de carácter personal, la otra de carácter metafísico. Es necesario advertir que para poder seguir adelante las respuestas a dichas preguntas deben terminar convirtiéndose en supuestos. Adicionalmente, es menester adoptar un tercer paradigma general. Para comenzar así la exploración sobre la base de tres afirmaciones principales.

Sin dar más rodeos, aquí vienen las dos preguntas. La primera se enmarca en la esfera personal, viniendo como sigue: me interesa saber cuál es el sentido de la vida?. Hay múltiples respuestas ante esta interrogante, sin embargo para poder hacer una verdadera aproximación a la cuestión inicial se debe responder afirmativamente a esta inquietud. De lo contrario, realizaremos un vano intento dialéctico que terminará en desinterés y en la minimización de la pregunta central. Debemos estar listos a salirnos del marco de pensamiento habitual para poder ver otras opciones o dimensiones de abordaje del problema. Para lo cual sin duda, se requiere el compromiso con querer entender este sentido por parte de quién pregunta; porque hacerlo implica un esfuerzo real de parte de dicho individuo.

En segundo lugar, la otra pregunta deviene de un ámbito más metafísico si se quiere, ésta es: existe un sentido para la vida?  Para continuar la respuesta debe ser afirmativa. Es curioso ver que dicho resultado puede ser considerado como un acto de fe, y que al mismo tiempo, y después de un análisis personal puede ser respondida negativamente.  Es decir, para poder iniciar el trabajo debemos partir de la creencia de que si existe dicho sentido. Pero después de masticar el asunto  la conclusión puede llevarnos a inferir que dicho sentido no existe. Eso lo juzga en última instancia  cada valiente interlocutor; consigo mismo, con la verdad.

No debemos olvidar señalar el tercer principio que no se desprende de una interrogante sino de una afirmación muy personal: el sentido de la vida, esta verdad, depende de quién la mire. Mi sentido de la vida, no es el mismo que la de mi vecino, mi hermano o de un ciudadano que vive del otro lado del mundo. O en otros términos, el sentido de la vida de un niño no es el mismo que el de un anciano o la razón vital de un gerente de multinacional no es el mismo al de una aborigen sumergida en alguna selva ignota del planeta.

En este orden de ideas, una verdad universal es que la visión de la verdad depende de la luz con la que se la mire; y esa luz la da “el que la mira”.  En este caso, alejado de querer mostrar una verdad general o superior que esté por encima de todos los individuos. Señalo que la verdad la hacemos los mismos individuos.

Sólo a modo de aclaración defino que no busco dar una visión general y última de la respuesta a la duda central. Pero que si uso algunos conceptos generales que se pueden abordar también desde la perspectiva de la física moderna y la física cuántica cómo el concepto acción- reacción, de la mutabilidad o el principio del observador. Adicionalmente el lector se dará cuenta que equiparo en el discurso la felicidad con el sentido vital; porque sin duda creo que son una única cosa. Con la anterior afirmación estoy respondiendo la pregunta inicial en apariencia. Pero no es tan sencillo.

Retomando el hilo principal, cada quién debe buscar su propia razón vital. A modo de opinión señalo que hay que tener cuidado de quienes nos quieren salvar con sus ideas; porque no son más que eso: ideas. No son verdades. Es por esto, que de ahora en adelante hablaré exclusivamente del sentido de mi vida y no del sentido que puede adquirir la experiencia vital para nadie más.

Resumiendo, para acércame a la pregunta: cuál es el sentido de la vida? debo sustentarme en los siguientes supuestos:

*   Estoy interesado en entender el sentido de la vida.
* Hay un sentido para mi vida.
* Mi sentido de la vida es mío, individual. Cada quién debe buscar el suyo.

Ahora bien, para iniciar resalto que en mí concepto el sentido de la vida está ligado profundamente con el concepto de transcendencia. La transcendencia no entendida como algo abstracto, exclusivamente metafísico y etéreo. De hecho, la transcendencia es todo lo contrario: es la necesidad real que siente todo ser vivo de vencer a la muerte, a la propia aniquilación. La muestra más clara de esto es la necesidad que tiene todo ser viviente de reproducirse.

Para todos es bien conocido que todos los seres, siguiendo obviamente sus propios ciclos vitales, hacen lo que sea necesario para transmitir sus genes a la próxima generación. Es así como las grandes migraciones con fines  reproductivos, las hermosas flores o las esporas, la lucha a muerte entre machos, la escogencia por parte  de las hembras de los ejemplares masculinos más aptos, los largos periodos de gestación o la gran cantidad de crías son en efecto algunas de las adaptaciones que un sin número de especies ha adoptado para vencer a la muerte: para asegurarse que una parte de sí mismo va a seguir viviendo aún después de la desintegración de su cuerpo físico.

Por tanto, la búsqueda de la transcendencia, que obviamente también está presente en el ser humano, no tiene tanto de espiritual y tiene más de animal de lo que solemos pensar.  De hecho, es por la necesidad de reproducirnos y asegurar nuestros genes que somos capaces de hacer lo que sea por nuestros hijos. Un buen número de nosotros trabajamos por ellos incansablemente, negándonos incluso a nosotros mismos, con la esperanza de darle las mejores oportunidades de prosperar y sobrevivir.

Por supuesto, esta no es la única forma de trascender que ha hallado el ser humano. Una de las cosas que nos diferencia de los animales es que somos también seres simbólicos. Por tanto, encontramos maneras simbólicas de trascender. Muchos de nosotros queremos dejar impronta; una huella indeleble en la historia, la literatura, el arte, la música, la filantropía, el trabajo o más comúnmente en la vida familiar. Nadie quiere ser mal recordado a la hora de partir. En efecto, todos queremos que nuestros descendientes nos recuerden y que sea favorablemente; no queremos desaparecer sin más en el constante soplido de los vientos del tiempo.

Además de estos ámbitos simbólicos, hay otro en el que no me extenderé aquí, aunque si más adelante. Se trata de la religión. Lo que ésta nos permite, entre otras muchas cosas, es darnos a nosotros mismos una duración incorpórea después de la muerte. De hecho, todas las religiones que conozco tienen el componente de darle sentido a la vida por medio de la muerte- lo que es lo mismo que darle sentido a la muerte misma -, a través del  concepto de “la otra vida”. Este concepto se ha mezclado con valoraciones morales subjetivas para dar una noción de recompensa o causalidad; haciendo así de vital importancia la adherencia a las normas de comportamiento “deseables” para la consecución de una mejor “vida futura”.

En síntesis,  la religión, las buenas acciones, los “legados para la humanidad” desde un punto de vista simbólico son algunas de las maneras que encontramos para trascender. Pero también hay otras formas, que lejos de considerar malas, entiendo cómo más rudimentarias  y vacías en las que el ser humano de hoy logra encontrar un sentido de trascendencia. Me refiero entre otras a la acumulación de riquezas o bienes materiales.

Sin duda en Occidente, noción de la que soy heredero culturalmente, aún en la actualidad bebemos de las aguas del materialismo dialectico y el positivismo filosófico que definieron lo que comúnmente se conoce como “Modernidad”. La radicalización de dicho materialismo tuvo múltiples y variadas consecuencias: por ejemplo permitió el avance de la ciencia y la tecnología de manera vertiginosa, y mejoró la calidad de vida material de los seres humanos en cuanto a indicadores desnudos se refiere. Pero también fue el caldo de cultivo para que en el Siglo XX se perpetuaran las peores atrocidades contra la Humanidad y contribuyó a la “materialización” y la “objetivación”  de los todos los fenómenos humanos.

Es por esto, que llegamos a pensar que todo lo que no se puede medir en un laboratorio no existe. Relegando a la oscuridad un sinfín de realidades humanas y no humanas que simplemente no comprendemos. Dándosele el estatus de “verdad única” a todo lo tangible, medible y definible. Concepto que mezclado con la natural avaricia humana maximiza las dimensiones de los logros y las posesiones materiales.

De este modo, desde pequeños somos orientados hacia el objetivo material. Asumiendo cómo fundamento de la existencia la obtención de todo aquello que es tangible. Así, en mi caso, se me enseñó que debía estudiar para ser “alguien en la vida”, entendiéndose cómo una persona que tuviese su propia familia, su casa, su automóvil, su finca de recreo, etc. Ofreciendo siempre una independencia y una estabilidad económica al núcleo familiar que “debía” formar. Nunca se me enseñó que debía buscar valores espirituales por encima de una identidad religiosa o que debía pensar mi vida por mí mismo por ejemplo.

Se me dijo que la felicidad estaba en esa imagen: la casa, el carro, los hijos, la esposa y hasta el perro. Obviamente en medio de una sociedad que no enseña a pensar y decidir, sino a repetir patrones asumí esos valores cómo míos. Pero, es ese el sentido de la vida?. La respuesta vino con el tiempo; mostrándome que en mi caso allí no está la felicidad y que por tanto este no es el sentido de mi existencia.

Llama la atención que más bien temprano en mi vida me di cuenta que no era eso lo que quería para mí. Que reproducir el modelo, por cierto irreal e inocentemente hipócrita, del padre y esposo de ensueño no iba con mi naturaleza. Pero eso no me impidió intentar más tarde alcanzar algo parecido – movido por necesidades psicológicas primarias basadas en mis carencias afectivas infantiles -, obviamente sin los resultados esperados y con consecuentes daños colaterales para varios actores de aquella tragicomedia; para mí mismo, la fémina en cuestión y la hija que tenemos juntos.

Al mismo tiempo, y moviéndome a otras experiencias de mi vida puedo decir que en la sociedad occidental actual vencer a la muerte – lo que es lo mismo que la trascendencia – se puede leer como igual a hallar la “eterna juventud” y  mantener la “eterna belleza”. Durante algún momento de vida asumí que para ser feliz tenía que sentirme bien conmigo mismo y para hacerlo tenía que seguir el patrón de belleza instaurado en la sociedad en la que vivo. Por tanto, me inscribí en un gimnasio y comencé una rutina fuerte de entrenamiento; después de algunos años, de esfuerzo y algo de ayuda extra logré el cuerpo que quería. Buscaba lograr un efecto psicológico a través de un cambio físico y sinceramente no lo conseguí; porque cuando llegué a mi meta quise más.

Pretendí hallar la perfección estética, alimentar mi ego a través de las miradas furtivas de los demás y de los elogios constantes. Pero allí no encontré la felicidad; sólo una profunda insatisfacción por no ser “más perfecto”.

Hace unas semanas, leí algo así como que la búsqueda de la perfección física es un intento de vencer a la enfermedad y la muerte, a través de la sensación de juventud y de salud. Sinceramente pienso que es así.  De nuevo busqué  vencer a la muerte simbólicamente; viéndome fuerte, sano y atractivo así en mi interior no me sintiera así. Lo que evidentemente demuestra que para mí ver las cosas de ese modo no es más que una ilusión, un autoengaño. Me di cuenta que era todavía más ilusorio al percibir que mis aspectos físicos cambiaron con rapidez una vez dejé de entrenar. Obviamente porque el cuerpo es un elemento extremadamente cambiante.

Paralelamente, sí se aborda la pregunta desde otro ángulo es evidente que esta edad de la competencia despiadada y el mercado global ejerce sobre nuestro ser una poderosa influencia, especialmente si estamos involucrados directamente en el mundo inmisericorde del capitalismo rampante y la supervivencia del más fuerte. Uno de los productos de esta realidad es que el concepto del éxito - entendiéndose cómo la rápida consecución de los objetivos dentro de un contexto empresarial, objetivos que inexorablemente deben estar alineados con los objetivos de la organización –  se ha convertido en la religión de las últimas décadas. El que sigue esta nueva tendencia “religiosa” no busca beneficios espirituales, se acerca a ella con el fin adquirir influencia, dinero y poder.

Aquel que se considera exitoso no es aquel que hace bien su trabajo o que ama lo que hace; es el que logra subir más alto en medio de una carrera feroz donde aplastar al “oponente” es la norma. Asimismo, se convirtió en regla general  vender los propios valores, criterios y opiniones en favor de ayudar a los que están más arriba en la jerarquía a alcanzar el  éxito propio – sumado a otros “valores” como la adulación, el servilismo, el “clasismo empresarial”, etc. Todo este juego se traduce en última instancia en ganancias cada vez más grandes para los inversionistas, obviamente  a cualquier costo. Es una cultura de siempre querer más, de no saciarse con nada, de ‘’quererse comer el mundo”.

El éxito profesional en estas circunstancias para mí no es el motivo de la existencia por varias razones. Primero, porque así nunca me “saciaría”. Nunca llegaría a la meta, porque bajo este esquema de pensamiento cuando se llega siempre se quiere una “tajada” más grande y no se disfruta el logro alcanzado; produciendo así una sensación constante de frustración mezclada con avaricia. Una especie de vacío que en lo personal no es satisfactorio y puede llegar a ser perturbador. De esta manera, cuando menos uno se da cuenta le ha dado al contexto empresarial lo mejor de sí mismo; sacrificando en el altar de la inmolación corporativa los valores, las posturas, el tiempo, la familia, los propios gustos e incluso la personalidad. Intercambiando así, literalmente vida por cosas materiales y efímero poder.

En segundo lugar, me parece personalmente triste y deprimente que el sentido de mi vida sea dar mi sangre para satisfacer la ambición y la voracidad de otros. Que tenga que dejar de ser quién soy, que tenga que ofrecer el tiempo con aquellos a quienes amo, que tenga que lavarme el cerebro y “automotivarme” para alcanzar el éxito profesional. Para mí eso no tiene otro nombre que esclavitud voluntaria.

Recapitulando, en la sociedad de hoy los valores sociales, morales y me atrevería decir espirituales más importantes son el éxito profesional, la abundancia económica y la belleza física. Lo que no vemos tan claramente es que estos valores realmente son una trampa, porque a través de la adhesión a ellos nos convertimos en una “máquina”  de consumo. De hecho, considero que la educación desde la más temprana edad en Occidente está orientada a convertirnos en trabajadores/ consumidores ideales.

Desde infantes nos enseñan a seguir patrones, a masacrar nuestra individualidad y nuestras propias ideas en función de absorber contenidos que nos permitan ser buenos trabajadores en el futuro. Para así tener una posición lo más aventajada posible para consumir y acumular efectos materiales en la edad adulta. Casi nada y casi nadie nos enseña a tomar las propias decisiones, a determinar  y pensar la vida según nuestro propio corazón, a ser responsables de nosotros mismos  desde la perspectiva de la conciencia; no desde la perspectiva del castigo. 

En este marco conceptual, el bienestar - una vez satisfechas las necesidades básicas- se basa en poder consumir algo que no necesitamos; con la mayor frecuencia posible. Obviamente para lo cual es indispensable el éxito para producir el dinero con el cual hacerlo; lo que nos lleva, en un sentido figurado, a intercambiar nuestra sangre y nuestra alma por baratijas y basura que no nos es necesaria y que finalmente está diseñada para durar lo menos posible; para que consumamos más de los mismo cuanto antes. Siguiendo esta línea de pensamiento, la felicidad y el bienestar no tiene nada que ver con la consciencia de sí mismo, los valores espirituales –me refiero a aquellos que no tienen que ver con el lavado de cerebro que nos proporcionan en la vida práctica la mayoría de las religiones actuales- o la determinación del propio destino orientado hacia valores personales.

Ahora me pregunto: en este escenario encuentro el sentido de la vida? La respuesta es no. Sin embargo, debo gritar a los cuatro vientos que romper el ciclo mencionado no es fácil!. Aprovecho para aclarar aquí que para romper estos patrones no es necesario esconderse en las montañas o meterse en un convento. Pienso que el ciclo se rompe desde dentro; con consciencia no con diatribas como este escrito o con dolorosa abstención. Para mí, nuestro modo de vida  es cómo una adicción a la que fuimos condicionados desde niños, por eso es tan difícil detenerla o incluso darnos cuenta de ella.

En este orden de ideas, para nosotros desde chicos la televisión, la tecnología, el entretenimiento, la moda, los requerimientos del trabajo y el estudio, los medios masivos comunicación, la propaganda y la constante paranoia que nos hace pensar que el mal está fuera de nuestro fuero interno no nos permiten ver más allá de una realidad condicionada; una pantalla de cine dónde vemos convenientemente un film en el  que somos las víctimas indefensas y en el que el mal se halla en todo lo que es diferente a nosotros. Así vivimos engañados. 

Es aquí donde quiero detenerme sólo un poco. Sentimos que todo lo que es diferente a nosotros o a nuestra imagen idealizada - de nosotros mismos, la sociedad o el ser humano - es malo o potencialmente peligroso. Por eso solemos juzgar en todo momento a otros seres humanos que en apariencia son diferentes; incluso sin conocerlos. Vemos a los demás como mezquinos, egoístas, antipáticos, raros, malos, etc. Lo curioso es que en la mayoría de los casos ni siquiera sabemos el nombre del sujeto de nuestro juicio - mucho menos sabemos que sienten, que piensan o cuáles son sus problemas o motivaciones – y en medio de ese desconocimiento le damos toda clase de adjetivos.

Por simple lógica cuando hacemos esto no estamos realmente hablando de esas personas, porque no se puede hablar con certeza de lo que no se conoce, en cambio si lo hacemos de nosotros mismos. Volcamos y reflejamos todo lo que no nos gusta de nuestro interior o exterior, que por supuesto si conocemos, y lo hacemos ver como cualidades objetivas de un virtual desconocido. Por eso cada vez que juzgamos a los demás por su apariencia – entiéndase no sólo por su aspecto físico, sino también por lo que creemos que es – estamos ejecutando el juicio sobre nosotros mismos. Por eso creo que juzgar a los demás es una pésima manera de ser feliz, porque siempre nos vamos a hallar culpables inconscientemente de aquello que no queremos aceptar.

Finalmente al mirar el problema desde otra óptica, desde el punto de vista religioso, es evidente que hay mucho por decir. Sin embargo, hablaré sobre lo que se;  lo que he vivido. He buscado respuestas al sentido de la vida y a la vivencia de la felicidad a través de diferentes caminos: Catolicismo, Cristianismo Evangélico, Islam, Judaísmo, Budismo. He descubierto que todos estos caminos tienen fragmentos de esa verdad que he buscado, siendo algunos de estos senderos más claros para mí que otros,  cada uno tiene partes fraccionadas a las necesidades totales de mí ser.

Aquí debo ser claro en puntualizar que al preguntar: alguna religión me revela el sentido de la vida y me trae la felicidad? Debo responder nuevamente que no. Pero también debo decir que una perspectiva más panteísta de Dios y de la Realidad me reporta actualmente más réditos interiores que cualquier otra explicación del sentido de la vida desde un punto de vista religioso.

Es pues aquella explicación que dice que cada uno de nosotros somos Dios y que estamos aquí para reconocer todos los aspectos de la divinidad en los demás y en nosotros mismos a través de la experiencia vital. Algo así como si Dios quisiera conocerse a sí mismo,  reconociendo todas sus facetas luminosas y oscuras, y yo fuera al mismo tiempo ojo y reflejo de esa divinidad. En pocas palabras que el sentido de la vida es conocerse a sí mismo.

Adicionalmente, siento – subrayando la acción de sentir- que este razón vital tan mitológica y/o metafísica se complementa con algo más tangible: la acción de poder romper el ciclo de Maia o el ciclo de la Ilusión tomando este concepto prestado del Budismo. No me refiero sólo al ciclo de consumo desmedido, psicótico e insustancial de la sociedad posmoderna y capitalista en la que vivo; sino también al creer que la realidad está solamente en lo material y en asumir que esta sustancia material no cambia. Esto es sólo una ilusión porque creo que una de las verdades inmutables es que todo lo existente tiene que mutar.  

Tengo que anotar que conocerse a si mimo y romper el ciclo de la ilusión son dos decisiones que duelen, que trastornan, que enferman, que aterrorizan, que empequeñecen, que producen la “muerte” del  ser y por esto se hace tan difícil enfrentarse a eso. Esto sucede porque hace tambalear realmente todo lo que se asumió como verdad a lo largo de la vida, se trata de romper esquemas, patrones, cadenas a las que se está acostumbrado y sobre las que se descansa cómodamente.

Es negar y cambiar todo aquello para lo que he sido criado, preparado, instruido, adoctrinado. Por tanto no es una tarea placentera o segura. Pero si quiero ser libre siento que debo hacerlo, si quiero tomar la responsabilidad sobre mi vida debo deshacerme de las excusas y hacer de mi experiencia una creación sólo mía; para que al final de mis días sienta que mi tiempo en esta tierra valió la pena. Que no fue sólo nacer, ser esclavizado, reproducirme, ver televisión y morir.

Por último, debo reconocer que hacerme estas preguntas y  escribir estas líneas no sólo me sirve como un método para ordenar  ideas y sentimientos. También es un medio para sentir que venzo a la muerte a través de un texto que pueda hacer reflexionar a otras personas. Es que finalmente soy un ser humano y no escapo a la necesidad natural que tiene todo lo que vive de alcanzar la trascendencia.
 .

miércoles, 5 de febrero de 2014

Radamanto, el Juez del Inframundo

Bedburg población cercana a Colonia, Alemania. Era el año de 1564, un joven perverso recibía un extraño regalo del diablo; el obsequio que le daba el Malo por entregarle su alma. Pero no se trataba de una bóveda con incontables riquezas o de un cetro que le diera poder sobre todo y todos; se trataba de un simple cinturón cuero. Lo que no se lograba percibir con los sentidos era que Satanás entendiendo la naturaleza animal, sangrienta y depravada de aquel muchacho había imbuido el elemento con un poder extraño: su portador, al ceñírselo, podía convertirse en un gran lobo sediento de sangre. De este modo, el alma viciosa de aquel canalla lograba ocultar su esencia humana tras la máscara de un depredador despiadado.

Así aquel hombre, llamado Peeter Stubbe lograba evadir la justicia. Cometiendo crímenes inenarrables, matando a placer con una perversidad inusitada, asesinando hombres, mujeres, niños y ganado a voluntad. Incluso se llegó a contar que cuando deseaba apasionadamente a una mujer, la seguía y cuando estaba sola (en el campo) se le presentaba, la ultrajaba, la violaba y finalmente usaba su cinturón para convertirse en un gigantesco can; para destrozar con sus crueles fauces gargantas inocentes, despedazando cuerpos desnudos e indefensos. Saciaba así su lujuria, su instinto animal, sus ansias de destrucción y muerte.

Pero no eran son sólo los vecinos de Bedburg quienes se debatían, como una vela al viento, bajo el encanto y el peligro de la sombra del brujo. Se cuenta que este tuvo un hijo muy sano y hermoso, un día estando con él en el bosque su instinto animal pudo más que su amor de padre y se convirtió en la bestia, le saltó encima y lo destrozó; sólo paró cuando hubo comido los sesos del muchacho. Sin embargo, la relación con las mujeres de su familia era del todo diferente. Logró seducir a su hija, Beell Stubbe, una joven hermosa y agradable y a su hermana, Katherine Tropin, con las que tuvo relaciones carnales por largo tiempo. Tal era la corrupción de este Stubbe.

De otra parte, siglos después y del otro lado del Atlántico, estaba yo en un día cualquiera hace unos 6 o 7 años. Solía ir con mi novia de aquel entonces a cine, casi siempre escogiendo yo la película. Pero ese día ella hizo la elección y entramos a ver un thriller titulado Hostel. El film se trata de un grupo de gente con mucho dinero que tiene por costumbre capturar turistas incautos para después  torturarlos con toda clase de herramientas, de manera apasionada y persistente, hasta darles muerte y para terminar comiendo parte del  cuerpo de la víctima (personas estas con una marcada preferencia por los sesos humanos). El guión cuenta la historia de un turista gringo que logra escapar de tan desdichado fin.

Lo curioso de este episodio es que yo no resistí dentro de la sala de proyección más de media hora. No pude soportar ver como torturaban a una persona en la pantalla grande y primero cerré los ojos. Estuve así por un lapso de unos cinco minutos; durante los cuales la vista perdió toda su importancia. El sonido del taladro perforando músculos, articulaciones y huesos, y los lamentos de los actores me movieron a huir de aquel lugar. Literalmente, salí corriendo y esperé a mi novia pacientemente afuera del cine; mientras ella terminaba su película.

Tiempo después vi los cortos de Hostel 2, esta vez se narra la historia de más gente muy rica que comparte la afición de cazar a otras personas como en una especie de "safari" (muy al estilo de los Simpsons en uno de los especiales de Halloween). Me impactó poderosamente una imagen completamente chocante para mi: dentro de las presas se encontraba una madre y su hija pequeña. No tengo palabras normales para expresar lo que evocó esa imagen en mi interior. Sin molestarme en ver la película, porque tal vez no hubiera tenido el valor de aguantar siquiera media hora, empecé a fantasear en los siguientes días y meses. Imaginé que en alguna parte de nuestro planeta debería haber ocurrido tal atrocidad y esbocé en mi cabeza los peores castigos para aquellos asesinos, obviamente personificados por los actores de la película, para aquellos homicidas cazadores.

Después imaginé extender estas retaliaciones hacia crímenes más reales para mí: como el asesinato, el robo, la violación y la corrupción que día a día se ven en las noticias de mi país.  Algunos de estos castigos son tan escalofriantes que las pocas personas con las que compartí mis ideaciones me pidíeron que parara, no querían seguir escuchando cómo se podía hacer daño a otra persona de maneras tan retorcidas. Cuando eso sucedía, yo con una sonrisa de sorpresa decía que no había problema; que estaba bien. Pero no entendía por qué no se podía siquiera en la imaginación luchar contra el mal  a través de métodos tan “contundentes” y “ejemplificantes”. Castigos que, creía además, deberían aplicarse por medio de un show, una especie de espectáculo de la retribución utilizando los medios de comunicación para mostrarle a la sociedad que el mal siempre tenía en un horrible final.

Es pues aquí dónde vuelvo a la historia del licántropo alemán. Después de una larga carrera de crímenes. Stubbe fue acorralado, bajo la forma de un lobo, por una turba enfurecida con la ayuda de perros de pelea entrenados con el fin de atrapar a la bestia. Corría el año 1589 y la larga carrera, de 25 años, de ataques atroces desembocó en un lobo gigante en encerrona y a punto de ser herido de muerte. El brujo  al verse en tal encrucijada se quitó el cinturón e intentó volver a Bedburg bajo su forma humana; con la apariencia  de un hombre con bastón.

Rápidamente fue apresado por la multitud y llevado ante la justicia. Después de un exhaustivo interrogatorio, entiéndase también una prologada tortura, confesó sus crímenes. Reveló además que la magia, que lo hacía un ser salvaje y atroz, estaba en el cinturón; en el regalo del diablo y que toda su vida había cometido múltiples actos de perversión y maldad aconsejado por los emisarios del Averno.

Stubbe fue llevado a la rueda de tortura, donde continuó diciendo “la verdad”. Después le fueron arrancados varios trozos de carne con unas tenazas al rojo vivo, para luego romperle los brazos y las piernas con un mazo de madera. Viendo la miseria de aquel hombre la justicia decidió decapitarlo y quemar, hasta hacer cenizas, sus restos. Por su lado, Beell y Katherine fueron halladas cómplices de “algunos crímenes” y fueron quemadas vivas. Luego en la plaza del pueblo se colgó la rueda de “confesión” donde Stubbe hizo sus declaraciones, encima se puso la efigie de un lobo y se clavaron 15 estacas en honor a las victimas conocidas de la bestia.

Aquí me surgen dos dudas y formulo una afirmación: serían Peeter, Beell y Katherine culpables de los horrores imputados? Serían acaso sólo el chivo expiatorio de un caso de histeria colectiva?. Pero lo que más me inquieta es la observación: qué tanto se parece el castigo impartido por la justicia de Bedburg a los placeres sangrientos del Hostel y a mis propias ideas para erradicar el mal!.

Y es que los jueces que lucharon contra la maldad de la bestia licántropa se mostraron más bestiales que el lobo de la leyenda. Los santos de Dios que buscaron luchar contra el infierno, lo trajeron paradójicamente a la tierra. Lo hicieron patente, le dieron al diablo el entorno perfecto para que hiciera su alegre y macabra danza cuando los seres humanos presencian con placer el sufrimiento de otros seres humanos.

Pero se debe resaltar que esto no es sólo un tema de “aquellas autoridades”, cada vez que yo soñaba con sevicia en aplacar el mal imaginario de una película o el real de mi sociedad permitía que me poseyera Radamanto: Juez del Inframundo. Sobre él Virgilio, en el VI libro de la Eneida, escribe mientras habla del aquel sombrío lugar:

«El cretense Radamanto ejerce aquí un imperio durísimo. Indaga y castiga los fraudes y obliga a los hombres a confesar las culpas cometidas y que vanamente se complacían en guardar secretas, fiando su expiación al tardío momento de la muerte. Al punto de pronunciada la sentencia, la vengadora Tisífone, armada de un látigo, azota e insulta a los culpados, y presentándoles con la mano izquierda sus fieras serpientes, llama a la turba cruel de sus hermanas [las Furias]».

No pocas veces deseé con todo mi corazón ser el Juez Duro e Implacable, que castiga con la muerte los vicios del ser humano. Creo que todos los que leen este post por lo menos alguna vez lo han deseado; queriendo no sólo un castigo durísimo para los criminales o los perversos, sino también para aquellos a quienes han identificado como agresores, transgresores, detestables, diferentes, malos.

Me parece buen momento de recordar y enlazar al relato, las buenas intenciones y los ideales de los gringos anticomunistas en medio de la caza de brujas que se vivió al interior de Estados Unidos en la Guerra Fría y sus devastadores resultados en la sociedad americana; la paranoia y la psicosis cultural que  perdura  y que se vive todavía con más fuerza hoy en día. Rememorar a los cientos de  miles de gulags que murieron a manos del estalinismo y la destrucción del agro soviético buscando una “sociedad mejor”. También a las miles de familias destruidas por la Revolución Cultural China donde millones de hijos acusaban de anti-revolucionarios a sus propios padres; enviándolos a campos de concentración o directamente al fusilamiento. Por qué no  mencionar la creencia nazi del mejoramiento de la sociedad, a través de la “pureza” de la raza y la eliminación de "los impuros"; recordar los desastrosos y aberrantes efectos que esto tuvo para el pueblo judío.

Es precisamente en nombre del bien, del orden, de la justicia que se han cometido los peores crímenes hacia la Humanidad. Hemos pensado que una idea, una creencia, un prejuicio vale más que la vida de millones de seres humanos. Que vale más que la integridad de generaciones, castas o naciones enteras. Precisamente por esto somos tan  manipulables y los que están en el poder logran hacernos creer como verdad.

Por mi lado, estoy seguro que si hubiera podido ser un dictador hubiera sido un hombre perverso, fanático, indolente, ruin, sádico, egocéntrico, etc. Aquí me podría explayar con todos los adjetivos calificativos de mi lengua, además podría agregar algunas palabras de otras lenguas, para describir la esencia de este concepto. Si en la realidad hubiera ejercido un papel como Juez del Inframundo, un juez en contra del mal, con toda seguridad le hubiera dado cabida a todos los demonios que habitan en mi naturaleza humana. Les hubiera pedido que vinieran a hacer lo suyo entre los hombres.

Hubiera hecho lo mismo que tantos grupos y personas en la historia de la humanidad. No sería diferente a los Cruzados, a los conquistadores españoles, a los Inquisidores, a los invasores americanos en Irak o Afganistán, a Al-Qaeda, etc. Todos ellos luchando contra su visión del mal. Todos ellos del “Lado del Dios”, de la “Rectitud”, de la “Civilización”, de la “Justicia”. Todos ellos desde el “bien” abriendo la Puerta del Infierno para permitir que el ser humano dance en las sombras junto con los espíritus más tenebrosos de las entrañas de la Tierra, que son sin duda las mismas entidades que se agazapan en silencio al  interior de nosotros mismos.

Finalmente debo hacer ver que escogí a Radamanto. Pero que existen más Jueces en el Inframundo: no hablé de Eáco, de Minos, de Megera o de Alecto. No me referí más que tangencialmente de Tisífone. No mencioné los miles de Jueces y Demonios de castigo que pueblan los mitos de todas las culturas, impartiendo justicia a su modo. No lo hice porque creo firmemente que en cada criatura humana hay un ser implacable que sería capaz de hacer cualquier cosa en favor del “bien” y la “verdad”.

lunes, 3 de febrero de 2014

Testimonios de Locura

Testimonios de locura. De desfachatada incoherencia y vulgar desatino vienen a mi mente como peligrosas y extravagantes criaturas de mi inconsciente. Hoy no me siento bien y trato desesperadamente de aferrarme a algo que me mantenga con los pies en la tierra.

Siempre he sido un loco, siempre lo seré,  pero un loco controlado, medicado, sujeto por las buenas indicaciones médicas de la psiquiatría, el apoyo psicológico y los buenos oficios propios y de mis relativos para mantenerme en un sano “balance” entre el caos que tengo dentro y la necesidad de encajar en una sociedad despiadada y psicótica.

Mis sueños me envenenan. O tal vez sólo me dejan ver a través de un caleidoscopio psicodélico el veneno que almaceno en lo más profundo de mí ser y cómo éste entra en acción. Anoche soñé muchas cosas extrañas, de las que no conservo más una sensación de vacío y abandono casi absoluto.  Un anulador sentimiento de desconsuelo, de vulnerabilidad, de intrascendencia.

Ahora mismo me siento en un sueño, la irrealidad interpreta lo que ven mis ojos cómo un espacio onírico, un espejismo. No creo que ésta sea la realidad, no es más que una farsa; en el mejor de los casos es una obra de teatro dónde todos elaboramos nuestros propios  papeles movidos por el miedo y la codicia. Esclavos de todo aquello que no queremos para nosotros  y de todo aquello que si queremos en nuestras vidas.  Habrá forma de romper el ciclo?
Me esfuerzo a diario por asumir una vida “normal”. Pero vale la pena eso? Es válido suponer que no veo la locura a que llamamos “realidad” y que no percibo la intrascendencia de mi vida; la misma que la de la mayoría de los otros seres humanos. Qué triste destino  este de vivir solamente para acumular cosas materiales o para comer, dormir, ver televisión y reproducirse o para servir a un Dios lejano o para tener “éxito” profesional mientras se vende el alma en el camino o para gastar  los días dándole placer a los sentidos o utilizarlos quejándose de la mierda de país, de ciudad, de mundo en el que vivimos o para vegetar en  una existencia que mezcle dos o más de estas opciones!.

Qué hemos hecho con nosotros mismos? Por qué hemos escogido esta incompletitud, esta falta de significado? Por qué  hemos alimentado el miedo y la codicia con los frutos que produce nuestra alma? Cómo darle equilibrio al caos y a la paz?  Cómo conseguir lo inalcanzable?

Es hora de recurrir, corriendo cómo lo hace un niño que necesita a su padre, hacia los brazos maternales de Dios! Obviamente no hablo del dios cristiano, el judío o el musulmán; sino del Dios que está en todos y lo es todo. Aquel Dios del que  yo soy una pequeña parte. Algo así cómo una célula que clama por ayuda al organismo al que pertenece; para no estallar en medio de una crisis existencial!