Las mejores épocas de nuestras vidas son aquellas en las que acopiamos el suficiente valor como para rebautizar nuestra maldad como lo mejor que hay en nosotros"

Friedrich Nietzsche

miércoles, 5 de febrero de 2014

Radamanto, el Juez del Inframundo

Bedburg población cercana a Colonia, Alemania. Era el año de 1564, un joven perverso recibía un extraño regalo del diablo; el obsequio que le daba el Malo por entregarle su alma. Pero no se trataba de una bóveda con incontables riquezas o de un cetro que le diera poder sobre todo y todos; se trataba de un simple cinturón cuero. Lo que no se lograba percibir con los sentidos era que Satanás entendiendo la naturaleza animal, sangrienta y depravada de aquel muchacho había imbuido el elemento con un poder extraño: su portador, al ceñírselo, podía convertirse en un gran lobo sediento de sangre. De este modo, el alma viciosa de aquel canalla lograba ocultar su esencia humana tras la máscara de un depredador despiadado.

Así aquel hombre, llamado Peeter Stubbe lograba evadir la justicia. Cometiendo crímenes inenarrables, matando a placer con una perversidad inusitada, asesinando hombres, mujeres, niños y ganado a voluntad. Incluso se llegó a contar que cuando deseaba apasionadamente a una mujer, la seguía y cuando estaba sola (en el campo) se le presentaba, la ultrajaba, la violaba y finalmente usaba su cinturón para convertirse en un gigantesco can; para destrozar con sus crueles fauces gargantas inocentes, despedazando cuerpos desnudos e indefensos. Saciaba así su lujuria, su instinto animal, sus ansias de destrucción y muerte.

Pero no eran son sólo los vecinos de Bedburg quienes se debatían, como una vela al viento, bajo el encanto y el peligro de la sombra del brujo. Se cuenta que este tuvo un hijo muy sano y hermoso, un día estando con él en el bosque su instinto animal pudo más que su amor de padre y se convirtió en la bestia, le saltó encima y lo destrozó; sólo paró cuando hubo comido los sesos del muchacho. Sin embargo, la relación con las mujeres de su familia era del todo diferente. Logró seducir a su hija, Beell Stubbe, una joven hermosa y agradable y a su hermana, Katherine Tropin, con las que tuvo relaciones carnales por largo tiempo. Tal era la corrupción de este Stubbe.

De otra parte, siglos después y del otro lado del Atlántico, estaba yo en un día cualquiera hace unos 6 o 7 años. Solía ir con mi novia de aquel entonces a cine, casi siempre escogiendo yo la película. Pero ese día ella hizo la elección y entramos a ver un thriller titulado Hostel. El film se trata de un grupo de gente con mucho dinero que tiene por costumbre capturar turistas incautos para después  torturarlos con toda clase de herramientas, de manera apasionada y persistente, hasta darles muerte y para terminar comiendo parte del  cuerpo de la víctima (personas estas con una marcada preferencia por los sesos humanos). El guión cuenta la historia de un turista gringo que logra escapar de tan desdichado fin.

Lo curioso de este episodio es que yo no resistí dentro de la sala de proyección más de media hora. No pude soportar ver como torturaban a una persona en la pantalla grande y primero cerré los ojos. Estuve así por un lapso de unos cinco minutos; durante los cuales la vista perdió toda su importancia. El sonido del taladro perforando músculos, articulaciones y huesos, y los lamentos de los actores me movieron a huir de aquel lugar. Literalmente, salí corriendo y esperé a mi novia pacientemente afuera del cine; mientras ella terminaba su película.

Tiempo después vi los cortos de Hostel 2, esta vez se narra la historia de más gente muy rica que comparte la afición de cazar a otras personas como en una especie de "safari" (muy al estilo de los Simpsons en uno de los especiales de Halloween). Me impactó poderosamente una imagen completamente chocante para mi: dentro de las presas se encontraba una madre y su hija pequeña. No tengo palabras normales para expresar lo que evocó esa imagen en mi interior. Sin molestarme en ver la película, porque tal vez no hubiera tenido el valor de aguantar siquiera media hora, empecé a fantasear en los siguientes días y meses. Imaginé que en alguna parte de nuestro planeta debería haber ocurrido tal atrocidad y esbocé en mi cabeza los peores castigos para aquellos asesinos, obviamente personificados por los actores de la película, para aquellos homicidas cazadores.

Después imaginé extender estas retaliaciones hacia crímenes más reales para mí: como el asesinato, el robo, la violación y la corrupción que día a día se ven en las noticias de mi país.  Algunos de estos castigos son tan escalofriantes que las pocas personas con las que compartí mis ideaciones me pidíeron que parara, no querían seguir escuchando cómo se podía hacer daño a otra persona de maneras tan retorcidas. Cuando eso sucedía, yo con una sonrisa de sorpresa decía que no había problema; que estaba bien. Pero no entendía por qué no se podía siquiera en la imaginación luchar contra el mal  a través de métodos tan “contundentes” y “ejemplificantes”. Castigos que, creía además, deberían aplicarse por medio de un show, una especie de espectáculo de la retribución utilizando los medios de comunicación para mostrarle a la sociedad que el mal siempre tenía en un horrible final.

Es pues aquí dónde vuelvo a la historia del licántropo alemán. Después de una larga carrera de crímenes. Stubbe fue acorralado, bajo la forma de un lobo, por una turba enfurecida con la ayuda de perros de pelea entrenados con el fin de atrapar a la bestia. Corría el año 1589 y la larga carrera, de 25 años, de ataques atroces desembocó en un lobo gigante en encerrona y a punto de ser herido de muerte. El brujo  al verse en tal encrucijada se quitó el cinturón e intentó volver a Bedburg bajo su forma humana; con la apariencia  de un hombre con bastón.

Rápidamente fue apresado por la multitud y llevado ante la justicia. Después de un exhaustivo interrogatorio, entiéndase también una prologada tortura, confesó sus crímenes. Reveló además que la magia, que lo hacía un ser salvaje y atroz, estaba en el cinturón; en el regalo del diablo y que toda su vida había cometido múltiples actos de perversión y maldad aconsejado por los emisarios del Averno.

Stubbe fue llevado a la rueda de tortura, donde continuó diciendo “la verdad”. Después le fueron arrancados varios trozos de carne con unas tenazas al rojo vivo, para luego romperle los brazos y las piernas con un mazo de madera. Viendo la miseria de aquel hombre la justicia decidió decapitarlo y quemar, hasta hacer cenizas, sus restos. Por su lado, Beell y Katherine fueron halladas cómplices de “algunos crímenes” y fueron quemadas vivas. Luego en la plaza del pueblo se colgó la rueda de “confesión” donde Stubbe hizo sus declaraciones, encima se puso la efigie de un lobo y se clavaron 15 estacas en honor a las victimas conocidas de la bestia.

Aquí me surgen dos dudas y formulo una afirmación: serían Peeter, Beell y Katherine culpables de los horrores imputados? Serían acaso sólo el chivo expiatorio de un caso de histeria colectiva?. Pero lo que más me inquieta es la observación: qué tanto se parece el castigo impartido por la justicia de Bedburg a los placeres sangrientos del Hostel y a mis propias ideas para erradicar el mal!.

Y es que los jueces que lucharon contra la maldad de la bestia licántropa se mostraron más bestiales que el lobo de la leyenda. Los santos de Dios que buscaron luchar contra el infierno, lo trajeron paradójicamente a la tierra. Lo hicieron patente, le dieron al diablo el entorno perfecto para que hiciera su alegre y macabra danza cuando los seres humanos presencian con placer el sufrimiento de otros seres humanos.

Pero se debe resaltar que esto no es sólo un tema de “aquellas autoridades”, cada vez que yo soñaba con sevicia en aplacar el mal imaginario de una película o el real de mi sociedad permitía que me poseyera Radamanto: Juez del Inframundo. Sobre él Virgilio, en el VI libro de la Eneida, escribe mientras habla del aquel sombrío lugar:

«El cretense Radamanto ejerce aquí un imperio durísimo. Indaga y castiga los fraudes y obliga a los hombres a confesar las culpas cometidas y que vanamente se complacían en guardar secretas, fiando su expiación al tardío momento de la muerte. Al punto de pronunciada la sentencia, la vengadora Tisífone, armada de un látigo, azota e insulta a los culpados, y presentándoles con la mano izquierda sus fieras serpientes, llama a la turba cruel de sus hermanas [las Furias]».

No pocas veces deseé con todo mi corazón ser el Juez Duro e Implacable, que castiga con la muerte los vicios del ser humano. Creo que todos los que leen este post por lo menos alguna vez lo han deseado; queriendo no sólo un castigo durísimo para los criminales o los perversos, sino también para aquellos a quienes han identificado como agresores, transgresores, detestables, diferentes, malos.

Me parece buen momento de recordar y enlazar al relato, las buenas intenciones y los ideales de los gringos anticomunistas en medio de la caza de brujas que se vivió al interior de Estados Unidos en la Guerra Fría y sus devastadores resultados en la sociedad americana; la paranoia y la psicosis cultural que  perdura  y que se vive todavía con más fuerza hoy en día. Rememorar a los cientos de  miles de gulags que murieron a manos del estalinismo y la destrucción del agro soviético buscando una “sociedad mejor”. También a las miles de familias destruidas por la Revolución Cultural China donde millones de hijos acusaban de anti-revolucionarios a sus propios padres; enviándolos a campos de concentración o directamente al fusilamiento. Por qué no  mencionar la creencia nazi del mejoramiento de la sociedad, a través de la “pureza” de la raza y la eliminación de "los impuros"; recordar los desastrosos y aberrantes efectos que esto tuvo para el pueblo judío.

Es precisamente en nombre del bien, del orden, de la justicia que se han cometido los peores crímenes hacia la Humanidad. Hemos pensado que una idea, una creencia, un prejuicio vale más que la vida de millones de seres humanos. Que vale más que la integridad de generaciones, castas o naciones enteras. Precisamente por esto somos tan  manipulables y los que están en el poder logran hacernos creer como verdad.

Por mi lado, estoy seguro que si hubiera podido ser un dictador hubiera sido un hombre perverso, fanático, indolente, ruin, sádico, egocéntrico, etc. Aquí me podría explayar con todos los adjetivos calificativos de mi lengua, además podría agregar algunas palabras de otras lenguas, para describir la esencia de este concepto. Si en la realidad hubiera ejercido un papel como Juez del Inframundo, un juez en contra del mal, con toda seguridad le hubiera dado cabida a todos los demonios que habitan en mi naturaleza humana. Les hubiera pedido que vinieran a hacer lo suyo entre los hombres.

Hubiera hecho lo mismo que tantos grupos y personas en la historia de la humanidad. No sería diferente a los Cruzados, a los conquistadores españoles, a los Inquisidores, a los invasores americanos en Irak o Afganistán, a Al-Qaeda, etc. Todos ellos luchando contra su visión del mal. Todos ellos del “Lado del Dios”, de la “Rectitud”, de la “Civilización”, de la “Justicia”. Todos ellos desde el “bien” abriendo la Puerta del Infierno para permitir que el ser humano dance en las sombras junto con los espíritus más tenebrosos de las entrañas de la Tierra, que son sin duda las mismas entidades que se agazapan en silencio al  interior de nosotros mismos.

Finalmente debo hacer ver que escogí a Radamanto. Pero que existen más Jueces en el Inframundo: no hablé de Eáco, de Minos, de Megera o de Alecto. No me referí más que tangencialmente de Tisífone. No mencioné los miles de Jueces y Demonios de castigo que pueblan los mitos de todas las culturas, impartiendo justicia a su modo. No lo hice porque creo firmemente que en cada criatura humana hay un ser implacable que sería capaz de hacer cualquier cosa en favor del “bien” y la “verdad”.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario