Por alguna razón descabellada,
que se escapa de mis manos y de mi consciencia racional, tengo dentro el bicho
del deseo de lo absurdo. El meollo del asunto es que quiero algo que había
pensado nunca volvería a desear. Había planeado una vida sin su presencia y sin
tapujo alguno lo había erradico de mis sueños y de la arquitectura de mi vida.
Pero ahora reaparece como una sombra, como el monstruo seductor que ha
permanecido oculto por años en el baúl de las causas perdidas.
Es una abominación para mis
propósitos más sublimes, y aun así conmovido hasta los huevos busco irremediablemente
su calor. Ansío el deleite dulce y empalagoso de sus juegos inútiles y repetitivos.
Quiero para mí las alas de su resplandor y la satisfacción etérea e idiota que
me da su cálida sonrisa.
Me arriesgo como un auténtico
insensato, ofreciendo mi carne trémula al capricho de sus desvaríos, de sus
designios, de sus deseos. Actúo como alguien que movido por el más depravado de
los hechizos de la más pura magia negra busca el objeto de su irreflexiva
obsesión, aun a costa de su propia vida. Retomo maquinaciones inservibles de la
inocencia idealista y las pongo en secreto como estandartes de la ruta a la
perdición y al placer sin límites.
En resumen, me dirijo
directamente hacia el abismo. Vendado por un sinnúmero de sensaciones y sentimientos
disparatados, ridículos, brillantes y encantadores que me complican la vida.
Que le quitan el sentido pragmático, para sumergirla en el mar del surrealismo
más delicioso que ningún ser humano puede soportar sin perder definitivamente y
sin titubeos la cordura.
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