Estoy en un momento cumbre. Cumbre porque en este instante una de las personas que más amo, y que he amado con cada célula de mi ser en secreto oculto bajo el disfraz del hijo rebelde, está debatiéndose entre la vida y la muerte en un quirofano. Escribo estas líneas bajo la fría luz de un pasillo de hospital, mientras el fantasmagórico y rítmico sonido de los aparatos médicos ameniza una noche que promete ser larga y peligrosa.
Justo ahora estoy más conscientes que nunca de lo cerca que está siempre la muerte de nuestros pellejos. Danza macabra y sutil a nuestro alrededor jugando un juego de luces y sombras. Tal vez no la vemos al exhalar cada bocanada de aire, porque estamos demasiado ocupados atendiendo todo aquello que se supone que tenemos que hacer, siendo lo que se supone que debemos ser y cumpliendo con lo que se espera de nosotros. Se nos va la vida en una serie de compromisos, responsabilidades, deseos y frustraciones que atiborran cada instante de vigilia y muchas veces nuestros sueños. Pero; esto vale la pena?
En el hinduismo y en el budismo se habla, para explicar esto, de un concepto: Maya o Ilusión. Es la matrix en la que nos movemos todos; la programación que hemos adquirido desde neonatos para ver el mundo, la vida y las interacciones de ésta de un modo sesgado, miope, lleno de sufrimiento, competencia, crueldad, peligros ocultos, ambición...
Creo que las claves fundamentales para entender Maya son varias. En primera instancia, la creencia irreductible en el ego. En el Yo como un ser individual, que debe matar o morir, procurarse siempre el mayor placer posible y el mínimo dolor alcanzable. Consideramos que "somos" y que el Universo entero gira alrededor nuestro. Nos entendemos como demasiado importantes y por tanto, cada desaire es una ofensa imperdonable, cada duda un enigma universal y cada desencuentro el fin del mundo! Pero lo que enseñan las tradiciones budista y tantrica hinduista es que tal Yo no existe en la medida que es un agregado, un acumulado de elementos físicos, de impresiones mentales, de emociones y sentimientos, de sensaciones, de prejuicios, de frustraciones, de amores... Pero para el budismo en realidad si quitamos todas esas capas, como pelando una cebolla, no encontremos más que Vacío. En este mismo lugar, para el shivaísmo cachemir descubriremos a Dios como Testigo Último de Todo.
El segundo elemento que nos mantiene en Maya es la sensación de que podemos ser eternos. Bien sea inmortalizándonos a través de algún hecho u obra portentosa, por la vía del arte o la literatura, por medio de nuestros descendientes o, más burdamente, por la vana ilusión de buscar ser siempre jóvenes y atractivos. Realmente en algún momento seremos olvidados. Nos difuminaremos en el viento como el humo del incienso. De hecho, este destino, que la mayoría de nosotros consideramos cruel y hasta insoportable, no es sólo nuestro. Todo cambiará, se transformará, nacerá y dejará de existir. Esto se conoce como Impermanencia; de nada nos sirve apegarnos a las formas porque todo pasará. En este sentido, desde el punto de vista del shivaísmo cachemir todo volverá a Dios; se reabsorberá en Él o Ella. Porque lo único que realmente Es, es Él o Ella. Por este motivo es tan importante el aquí y el ahora, porque verdaderamente es lo único que podemos aprovechar, nuestro único patrimonio temporal.
En tercera lugar, lo que nos termina de atar a la Ilusión (Maya) es la sensación de que estamos separados de todo lo que existe. Es decir, se fundamenta en la creencia en que somos seres "individuados", creados, autosuficientes, autoexistentes, desconectados no sólo de los demás sino del Universo en general; de Dios. Es esa concepción del bien y del mal como algo irreconciliable, separado, en constante oposición. Es la consciencia de "ellos" y de "nosotros"; de "tu" y "yo". A este respecto, las tradiciones no duales hinduistas o budistas nos muestran que la separación no existe. Que es sólo ilusoria, que todo está interconectado, sustentado entre sí como una emanación del Todo, el Vacío o de Dios.
Es así que finalmente todas las creencias, tradiciones, prejuicios, amores a quienes nos son afines, intolerancias, servilismos, venta de valores no hacen más que maquillar la Ilusión y servir de alimento para sus voraces fauces. Donde terminamos a la postre ofreciendo nuestra carne, nuestro ser para satisfacer sus más ocultos apetitos; viviendo una vida de ceguera, en la sordera o la insensibilidad más absoluta. Vivenciando la experiencia humana sufriendo, codiciando, matando, comiendo, enloquecidos, abyectos en las manifestaciones externas, queriendo que alguien nos salve; temerosos y feroces como fieras hambrientas y acorraladas.
Pensándolo bien es en este momento dónde más que nunca necesito a Dios. Pero no ese dios de castigo, amante de sus creaciones y creador de insondables infiernos para aquellos a quienes ama, sediento de la sangre de sus enemigos, sabio y a la vez distante en el infinito; como un padre - rey arcaico y temible. Aquel que juega a los dados con el destino de sus criaturas, hipócrita y lleno del veneno del juicio implacable que ciega y que asfixia a la misericordia en la vida práctica.
Por el contrario, necesito experimentar, respirar, vibrar, sudar a ese Dios o Diosa que está dentro de mi, que hallo en los ojos de cada animal o persona, que brilla con luz oscura en los árboles, que se mueve juguetón en la brisa suave, que expresa su grandilocuencia en las estrellas, que vibra y es consciencia en lo pequeño y lo grande. Que lo es Todo, que lo permea Todo, que trasciende Todo también. Aquel o Aquella que Es; siendo lo único que realmente existe. Que está fuera de Maya, pero también está sometido la Ilusión y que es Maya. Ese Dios o Diosa que a través de un misterio milenario y universal también soy yo. Que es mi verdadera esencia y la esencia de todo lo manifestado y lo inmanifestado.
Leerte me renueva, me reencuentro...
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