Cancerbero ha aparecido muchas
veces en mis sueños. La bestia tricéfala se muestra amenazante, pero nunca
consigue alcanzarme. Pero, y si no quiere atraparme? Si sólo me quiere mantener
alejado de algo?
Estos cuestionamientos me llevan
a recordar un sueño que tuve hace algún tiempo relatado en el artículo “El Dragón
Alado y Otros Arquetipos Internos”. En aquella ocasión caí por accidente en un
pozo en el que se hallaba el can de los Infiernos. Como es usual en su carácter
el perro intentó devorarme en el acto. En esa oportunidad llegué a escapar
internándome en un pasillo oscuro, bajo y mal ventilado. De repente, de la nada
surgieron dos enormes licántropos que me querían hacer pagar por la osadía de
ingresar a ese submundo de tinieblas. Sin aviso, dos hombre con sendos garrotes
lograron neutralizar los lupinos y también a Cancerbero.
Una vez me vi a salvo, me percaté
del contenido de aquel laberinto en la Oscuridad; en las celdas individuales
atados a las paredes de roca, con cadenas, se hallaban varios hombres con barba
y turbantes gimiendo calladamente. Sólo hasta ahora logro interpretar esa parte
del sueño: estos hombres eran peligrosos “terroristas” para el “yo-consciente”.
Algo así como un símil a la imagen propagandística norteamericana, donde se
culpa a un grupo de chivos expiatorios de los propios problemas y carencias.
Estaba en algo así como el Guantanamo de mi interior.
De este modo, más allá de señalar
la evidente impotencia de los cautivos y la injusticia ejercida por el
“yo-consciente”, lo más importante era conocer las identidades
de estos reos e identificar por qué estaban allí. Precisamente, porque si yo los tengo
atrapados en mi prisión interna, yo también los puedo redimir.
Se trata pues, de lo más oscuro
de lo más oscuro. Criaturas no habituadas al más pequeño rayo de luz de sol.
Entidades llenas de odio, rencor, impotencia y sed de venganza. Es en esa
fría y mohosa prisión donde se oculta lo maldito, lo indecible, lo desechado
por todos y para todos; la escoria, aquello que realmente me paraliza y me aterra.
Pero conocer sus identidades usaré el lenguaje simbólico y mitológico; porque a
pesar de los conocimientos y tecnología actual seguimos siendo como especie seres sumamente
mitológicos y mágicos. Pero antes de seguir, debo advertir que mi exploración
debe ser cuidadosa, porque si alguien se tomó la molestia en poner a Cancerbero
en la boca del túnel es por alguna razón. Por tanto, debo comenzar esta
aventura con cautela y mantenerla en el tiempo con inteligencia y conectarme
con mis instintos y bajo la guía de la Señora Perséfone; a la cual pido su
protección.
En este orden de ideas, lo
primero que debo reconocer es el equilibrio y correspondencia. Por tanto, si
tengo cuatro dioses principales (arquetipos en los que me baso para ordenar mi
vida) debe haber asimismo un número igual de dioses oscuros.
Asimismo, debe representar
cada uno bloques enormes de mi Sombra. Algo así como las raíces de la misma.
Así pues, después de haber pensando en esos cuatro nódulos de mi propio “mal” identifiqué estos aspectos: dominio, crueldad, destrucción ciega y miedo.
Así, mi arquetipo del dominio se
traduce en la imagen del Demiurgo. Aquel ser que exige adoración exclusiva, que
ordena la muerte de pueblos enteros lleno de ira, que acepta sacrificios de
multitud de aterrados animales y en algunos casos de seres humanos, que afirma haber
creado el mundo, que condena (y predestina) almas para el Infierno, que juega a
los dados con Satanás, que fomenta fanatismos y la intolerancia, que
hipócritamente reprocha el fratricidio cuando se regodea en sus frutos, que
somete a la mujer a la servidumbre, el silencio y la opresión. Este dios es
pues aquel Yo Soy que ha tenido además muchos otros nombres como Yahvé, Alá, el
Padre, Baal, Assur, El, etc.
Es esa Voluntad de Poder, de
superioridad casi fascista, que a veces inflama mis venas en conjunción con
parte de mi temprana educación en el racismo, la creencia en la propia
superioridad y la intolerancia. Todo esto me hacía soñar con un mundo “mejor”
donde la raza blanca, la gente educada y de buena familia gobierne sobre las
absurdas, incoherentes y bestiales masas populares de gente oscura y
mentalmente inferior.
Durante años admiré a la Alemania
Nazi por su poder, estructura y visión del orden por encima de lo humano. Estos
hombres y mujeres, que por supuesto no defiendo, hicieron a su manera lo que el
Señor le ordenó al pueblo de Israel a su entrada a Canaán. Con sus máximas como: yo soy,
yo ordeno, adórenme o perecerán, séanme fieles o sufran mi ira, etcétera el
Demiurgo es una de las raíces de mi Sombra.
Por su parte, encuentro en
Huitzilopochtli la representación de mi propia crueldad. Según los cronistas - aclaro que no hay que creer en todos los que dicen - a este dios azteca se le
sacrificaban casi a diario cautivos, esclavos y niños. El motivo de dichas
inmolaciones es bien conocido; alimentar al dios en su lucha nocturna por
renacer al día siguiente, porque Huitzilopochtli era la deidad del sol para los aztecas.
En algún sentido, sacrifico al
mismo dios por todos los dioses mesoamericanos. Lo convierto en la encarnación
de la crueldad no por sus características intrínsecas, sino por las ofrendas
que los antiguos mesoamericanos hacían a sus dioses. Inmolaciones de
innumerables personas con distintos métodos como extracción del corazón,
ahogamiento, desollamiento, incineración, etc.
Pero no sólo se trata de los
sacrificios inmisericordes a las deidades. También de la profanación de los
cadáveres de las ofrendas por medio de la decapitación, columnas de cráneos, lanzamiento
de los cuerpos por las escalinatas de los templos y sobretodo el canibalismo
ritual. Muchos de los cadáveres eran usados para preparar una comida con carne
humana y al parecer también podía llegarse a beber la sangre del sacrificado en
un acto religioso.
En mi caso, toda mi vida he huido
a mi propia crueldad. Sacrificar a otros seres humanos de maneras dolorosas,
sentir su pánico, alimentándome de esa energía, bañarme en la sangre de las
víctimas desvalidas y hasta probar carne humana se equiparan a “terroristas” que están
confinados en lo más horroroso y profundo de mí Abismo. Está en mí reírme con
el dolor y el desconcierto de un animal desollado vivo o del terror y la
indefensión de una familia asesinada en un genocidio; son parte de las carnes
podridas de la inmundicia que quiero tener encadenada toda la vida.
De hecho, cuando era más joven
fantaseaba con nuevos y ejemplificantes castigos públicos para los criminales.
Cosas horribles por cierto, que tenían el potencial de hacerme llorar de risa.
Así pues, crueldad, indiferencia, sentido de superioridad, falsa justicia,
indolencia y depredación son características de este arquetipo para mí.
Por otro lado, Azathoth
representa la destrucción ciega. Tomado de la mitología lovecraftiana es un
dios que la mayor parte del tiempo permanece latente, dormitando antes de su
aterrador despertar. Cuando lo hace este enorme ser amorfo y primigenio
destruye todo sin mediación, misericordia o consciencia; sólo destruye. Por eso
está enclaustrado en algún recinto especial de la trama espacio-tiempo
esperando su momento para acabar con todo lo existente; como un hoyo negro.
Azathoth es esa parte no
consciente de mi Sombra; caníbal, autodestructiva, sin control,
inconsciente. Aquel ser que come su propia carne, bebe su propia
sangre, destruye y come todo lo que se le acerca. No tiene otro motivo de ser que aniquilar, dañar,
comer, desgarrar, absorber; ferozmente, sordo, ciego, oscuro.
Algunas veces, sobretodo en mi
adolescencia, me miraba al espejo y sentía justamente eso. Quería destrozarme
la cara con los dedos, comer mis ojos, incendiar la casa, romper el espejo,
matar y tragar a todo el mundo, gritar y chillar sin sentido, ingerir tierra y excrementos, escupirlos a la cara de todos. Es ese descontrol destructivo lo que se refleja en el origen o raíz que
representa este dios.
Por último, mi inseparable y
oscuro compañero: el miedo. Fobos es el dios griego de esta realidad. Hijo del
dios de la guerra y el derramamiento de sangre, Ares, luchaba siempre junto a
su padre y a su hermano, Deimos el terror. Produciendo pavor en las tropas de
ambos bandos; asegurando así la matanza. Del mismo modo, su hermano paralizaba
de pánico a los combatientes; entregándolos al sacrificio al dios de la guerra.
Pero Fobos no se limita al ámbito de la guerra, era el productor, el mecenas de
todo tipo de miedo. Helando los huesos de los seres humanos.
En mi caso, el miedo ha sido un
constante invitado a lo largo de mi vida. He dejado de vivir muchas cosas
atendiendo a sus susurros en mi oído. Pero también Fobos se presenta ante mí
como el miedo a la Oscuridad, a mis propias Tinieblas. Miedo a lo que puedo
llegar a hacer, a mi propia Sombra. Pavor a mis manos, a mi mente, a mis
dientes, a mis brazos, a mi propio corazón. También se muestra como miedo a la
pérdida: del trabajo, la familia, la pareja, la salud, el dinero, la razón, la
cordura, el autocontrol. Miedo al dolor, a lo desconocido, a la muerte, a la
vida, a Dios, al miedo mismo. Durante
toda mi vida he sido presa de Fobos, porque lo he decidido; pero también porque
me criaron con miedo a todo.
Estos dioses oscuros serán la
base del dualismo complementarista que sugiero. Serán los que se enfrenten a
Buddha, Shiva, Inanna y Yemanyá en mi mitología. Pero terminarán integrándose a
estos últimos. Porque el Demiurgo, Huitzilopochtli, Azathoth y Fobos hacen
parte de todo, de todos, de mi Sombra, de mí mismo. En este sentido, mi
objetivo es codificar mi proceso de integración en una especie de mitología
terapéutica como herramienta para cumplir mi función en la vida.