Locura. Voluntad de vivir. Fuerza vital desbordante.
Pasión sin freno, sin consecuencias. Estos son algunos de los retos que nos
impone Inanna. Nos invita a seguirla, a amarla, a través de la conexión con las
propias pasiones, de la corporalidad desinhibida, de la lucha por la
dignificación del derecho a ser un ser humano.
Sin embargo, si la adoramos con fervor puro, no consciente y entregado
corremos el riesgo de caer en los remolinos de la pasión que somete; que
succiona hacia el centro de su seductor corazón que devora la cordura de los
hombres.
Hace algún tiempo me di cuenta que mis dioses, al ser
una triada, no podían representar los cuatro elementos en una relación de uno a
uno. Se me ocurrieron soluciones como asociar a uno de ellos la potestad sobre
dos elementos, pero finalmente consideré más conveniente agregar una deidad más
a mi panteón tutelar. Obviamente, adoptar un nuevo dios con el fin único de que
me cuadren las cuentas es una ridiculez – el rictus de un estructuralista a
ultranza –, por tanto debo confesar que decidí darme a la búsqueda porque había
algo que me faltaba. Tal vez algo o alguien que hiciera contrapeso a las
fuerzas volcánicas de Inanna.
Así pues, asocié libremente a cada dios con un elemento.
Buddha con el aire debido a la sutilización de la existencia que propone; la
energía sublime e invisible que emana de su arquetipo. Por su parte, Shiva fue
ligado al elemento tierra: es el dios tutelar de las plantas, los animales y la
naturaleza en general. Además, a través de los procesos de destrucción /
re-creación permite la vida y la fertilidad de la tierra en su conjunto.
Finalmente, a la Reina del Cielo le asigné el elemento fuego, porque representa
las fuerza vital – volcánica e incandescente-
del universo; la pasión desmedida
y el fuego abrazador de la guerra. En consecuencia me faltaba quien
representara el elemento agua.
De este modo, me di a la búsqueda de los dioses del
agua. Después de algunas horas surfeando en la red encontré muchos, sin embargo
yo quería que fuera una mujer para dar más equilibrio a la antigua triada. A
pesar de que había varios candidatos y candidatas, pronto descubrí una diosa
muy interesante: Yemanyá. Originaria de
la religión yoruba de la actual Nigeria, viajó con los esclavos africanos hasta
América y una vez allí los acompañó en su duro destino; jamás los abandonó.
Como una madre bondadosa secó sus lágrimas, curó sus heridas, hizo que
fructificaran sus vientres en medio de la más espantosa esclavitud. Incluso por
amor a sus hijos llegó a cambiar su nombre y su rostro; camuflándose bajo la
apariencia de la Virgen Stella Maris y esperó pacientemente al lado quienes la
amaban.
De hecho Yemanyá, es una diosa madre. La progenitora de
todos los orishas y la dueña del mar y de las aguas. Se sumerge en las
profundidades del mar, en las cuevas ocultas dónde esconde incontables tesoros
nativos del océano. Invitando al adorador a ir profundo en su interior, a
integrarse consigo mismo como si de una musa junguiana se tratara. Además, al
ser la madre universal de la religión yoruba es la patrona de la creatividad;
todo aquello que implique esta cualidad – como escribir por ejemplo – entra en
su zona de influencia.
Pero lo que más me llama la atención de ella es que puede
ser un contrapeso de Inanna porque insta al autocontrol, al equilibrio, a la
armonía. Precisamente es esa armonía entre la exploración trascendente y el
placer sensorial la que necesito en este momento de mi vida. Tal vez es el
contraste que le da una dimensión más profunda a mi relación con la voluptuosa
Reina del Cielo. Y es que la Diosa Reina del Mar, como le conocen sus
allegados, encarna el arquetipo la madre no asociada a la sexualidad. La diosa
creadora por excelencia; todo lo contrario de la figura femenina que asume
Inanna. Tal vez, incluso, Yemanyá ayude
a descubrir temas ocultos a mi comprensión racional en cuanto a la relación con
la matriz, la unión con el sustento vital que se materializa en mi vida humana
a través de mi propia madre; un tema poco explorado pero no por eso carente de
un potencial rico en autoconocimiento.

Dejaré que las aguas que emanan de sus pechos amorosos y
maternales laven mi ser, lo limpien y lo purifiquen. También que dejen al
descubierto tesoros escondidos al interior. Me entregaré al flujo, a la
corriente de la vida porque ella me transportará al lugar justo dónde debo
estar.
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