He estado pensando en las
enseñanzas de mi tétrada de dioses. Obviamente se pueden extraer elementos
nutritivos en múltiples niveles, estratos o dimensiones. A este respecto,
pienso que se puede comenzar por lo más exterior. Por lo aparente. En consecuencia,
advierto que cada dios tiene sus propias características delineadas por algunas
actividades o actitudes.
En este sentido, veo que Buddha
medita, que reflexiona, que estudia. Se puede decir, que el Iluminado aborda el
tema existencial desde un punto de vista mental. Claramente no se trata sólo de
cerebro. Se debe entender la mente desde un espectro más amplio. Al meditar nos
comunicamos no sólo con la fuente de los pensamientos, sino además con el
cuerpo, las descargas hormonales, las emociones y los sustratos sutiles o
etéreos del ser. La acción de meditar es absolutamente necesaria para
comprender mejor los fenómenos de la existencia; para serenar el alma y/o el
espíritu. Para detenernos y conectar con esa fuente de unicidad en la que sin
darnos cuenta nos movemos.
La flor de loto, símil usado ampliamente por Buddha |
Del mismo modo, es indispensable
reflexionar sobre aquello que nos atañe; que el corazón nos indica. Sin
embargo, esto se debe hacer con moderación y equilibrio. Porque si
sobre-pensamos, si analizamos demasiado nos desconectamos de la experiencia y
caemos en una de las ilusiones de Maya: la creencia errónea que todo es
“cerebral” y que lo único que existe es el concepto abstracto. Finalmente,
debemos contemplar a Buddha no sólo en la meditación y la reflexión sino
también en la búsqueda del conocimiento. Aquí debemos hacer la misma salvedad
que en cuanto a la reflexión: la instrucción intelectual por sí misma no es
suficiente. Al contrario, se torna vacía y venenosa cuando no va de la mano de
la experimentación; del sencillo ejercicio de poner en práctica aquello que se
aprende y se le da la dimensión real de sabiduría a un simple conocimiento
seco, rígido, un enunciado sin valor inherente.
Por su parte, si nos detenemos a
observar a Inanna vemos su furia guerrera, su seducción sexual sin límites, el
amor con que se entrega a sus bienamados. La Reina del Cielo hace la guerra sin
cuartel a sus enemigos, esto se puede aterrizar en varias acciones concretas:
una lucha interna contra todas aquellas cosas que nos permiten llegar a un
estado de completitud. Un deshacerse de todos los lastres sociales, morales,
intelectuales, religiosos, familiares y de personalidad que nos atan a patrones
de conducta destructivos para nosotros mismos. Obviamente se debe tener en
cuenta el bienestar del otro, porque también Inanna nos enseña a defendernos
ante las agresiones externas. No podemos ser simples ovejas listas para que el
lobo devorador nos tome como cena! Lo que implica que debemos respetar a
nuestro prójimo y pensar en sus necesidades como si fuera para nosotros mismos,
porque eso hace parte del respeto indispensable para vivir en grupos sociales. También
se puede interpretar que la práctica de algún ejercicio físico demandante nos
puede ayudar a conectar con ese lado luchador, vencedor y sobreviviente que
todos tenemos y que es necesario adoptar y canalizar.
La estrella de ocho puntas, símbolo de la Reina del Cielo |
Asimismo, la Estrella de la
Mañana nos muestra el camino del tantra: de la realización espiritual y sublime
a través del sexo. La diosa nos invita a practicar todo aquello que nos sea
necesario para encontrarnos con nosotros mismos y con el Universo. Recordando eso
si dos premisas básicas: siempre debe haber consenso y respeto con las parejas
sexuales y recordar que en el sexo dar y recibir son la misma cosa. Por último,
Inanna nos guía en el camino del amor de pareja. Demostrándonos que no debemos
encasillar los diferentes tipos de relacionamiento, porque hay tantos tipos de
amor como seres humanos en el planeta Tierra. Ella nos invita a romper los
estereotipos y fluir libremente con nuestro/a/os/as pareja/s en consonancia con
las vibraciones del amor universal.
Al mismo tiempo, al elevar
nuestra mirada a la Señora del mar y de la luna vemos unos valores diferentes a
los anteriores, pero complementarios. Yemanyá nos lleva a las profundidades del
abismo para explorar, nos da su mano dulce y nos conduce por las sendas ignotas
de los laberintos ocultos del ser. Nos invita a conocernos a nosotros mismos a
través de los recovecos de la autoexploración. Como es lógico, esta actitud
requiere sinceridad, constancia y valor porque sumergirse en cavernas
subterráneas y anegadas no es fácil y requiere una buena dosis de autodominio.
El pez, la luna y las estrellas asociadas a Yemanyá |
La Diosa Reina del Mar también,
nos invita a crear. A dar vida a través de la maravillosa cualidad que tiene el
hombre de hacer algo de la nada por a través del empleo de símbolos. Cada
actividad creativa, artística o de desarrollo está bendecida por la diosa
maternal. Todo acto de fecundidad, de explosión creadora lleva intrínseco el
guiño dulce de su amor. Del mismo modo, tiernamente nos sugiere el
mantenimiento del equilibrio y el autocontrol; el límite necesario para poderle
dar cuerpo a la experiencia y no perderse en las galerías a veces engañosas de
la experiencia sensorial. Finalizando, Yemanyá invita al ser humano a dejarse
llevar por las corrientes de la vida; teniendo la confianza que ésta nos
llevará justo al lugar donde debemos estar. Le propone al hombre abandonar la
fijación enfermiza con el control de cada elemento, grande o chico, de la vida.
Le infunde el valor para dejarse sorprender y conectarse así con el flujo de la
experiencia vital.
Por último encontramos a Shiva,
el benévolo dios que ama a cada ser viviente en el Universo. Pero que al mismo
tiempo trae la destrucción por amor, por compasión con los seres vivientes.
Esto se entiende porque en su infinito amor sabe que ningún ser finito puede o
quiere afrontar la eternidad. A través de su danza no sólo derriba lo
existente, sino que también re-crea para dar de nuevo vida y oportunidad de
crecimiento a nuevos seres en el ámbito material, aunque en el ámbito sutil pueden
ser los mismos seres encarnados una y otra vez. Con sus movimientos alivia el
sufrimiento y da la alegría de renacer, de tener una nueva y sagrada
oportunidad de aprender. Por eso cada vez que danzamos recordamos la
profundidad de la espiral ascendente, del ciclo del propósito del ser
consciente y de la vitalidad renovada. Podemos recordarlo cada vez que danzamos
y expresamos a la Creación por la vía de nuestros propios movimientos.
OM con el trincho, el símbolo de Shiva |
Asimismo, Shiva es el protector
de la naturaleza y nos invita a protegerla también. Nos señala que somos parte
de ella, que la separación con ella y con todo lo existente no es más que una
ilusión; un truco de esta realidad aparente. Cuando hacemos algo bueno por
cuidar el medio ambiente, cuando protegemos una fuente de agua, un árbol o un
animal estamos honrando profundamente al espíritu bondadoso de dios gusta de
cubrirse con ceniza sagrada; ceniza de muertos. Shiva también nos enseña a
tratar a todos los seres por igual, a ser considerados y amables con todos por
el solo hecho de existir. Ya que por algo todos estamos compartiendo la misma
realidad; las distinciones de clase social, ámbito cultural o apariencia física
no significan nada en el corazón insondable y bondadoso de Shiva. Él nos
demuestra que estamos aquí para aprender de todo y de todos; del pobre, del
rico, del humilde, del sabio, del ave, de la fiera salvaje, de la luna, del
río, del amanecer. Nos insta a conectarnos con la experiencia; a detenernos y a
darle un sentido profundo a la vida.
De este modo, navegando por los
conceptos aparentes de cada arquetipo logro comprender lecciones trascendentes
para mi vida. No obstante, este ejercicio es sólo una enumeración orientada al
registro, a evitar el olvido, y no a la enseñanza de ningún tipo. Lo importante
aquí es vivir lo que cada uno de mis dioses me quiere regalar como un don
invaluable, como un tesoro precioso para hacer más completa, real y llena de
significado mi propia existencia.
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