Hace un par de días encontré un
artículo muy interesante en el blog llamado “Las Gemelas Francis” sobre el
arquetipo de Perséfone de la mitología griega. Dicho artículo lo pongo casi
completo en este post y dejo aquí el link de dónde lo obtuve para el deleite de
todos ustedes y reconociendo los derechos de autor de este interesante blog. http://lasgemelasfrancis.blogspot.com/2012/12/el-mito-de-persefone.html
Me llama tanto la atención este
arquetipo porque es justo lo que necesito en este momento: una guía en mis
periplos por el Abismo. Desde hace algunos años lucho con una depresión mayor
grave que ha cambiado sus nombres clínicos multitud de veces. Es precisamente
gracias a esta condición que empecé mi reconocimiento de mis sombras, mi
oscuridad y mis laberintos desde hace algún tiempo. Esta tristeza me ha
intentado embargar nuevamente y rogué por una mano que me llevará por los
peligros del Abismo, un camino que he decidido conscientemente seguir.
Es por esto que Perséfone se
erige como mi guía en las Tinieblas; porque ella como yo decidió comer de los
frutos del Averno y así optó por interiorizar la experiencia de hallarse
inesperadamente en las entrañas de la Oscuridad. Perséfone representa un camino
de iniciación, que como todo camino autentico de este tipo no tiene asociación
moral; no es ni bueno ni malo. Por tanto, elijo tomar su mano y descender con
ella a lo más profundo de mi interior; al más aterrador Abismo porque parte
importante de mi trabajo como ser humano está allí. Mi tarea está incompleta
aún.
Sin más preludios expongo el
artículo mencionado, abusando de la generosidad del aquel autor/es del blog de
Las Gemelas Francis:
Aunque se la conoce más por ser
la hija de Deméter, Perséfone es una de las diosas más poderosas del panteón
griego. Ella representa a la "Kore", la Triple Diosa
(Doncella-Madre-Anciana) en su aspecto de doncella.
"Perséfone es la Diosa del Alma"-
explica Michael Babcock, "porque ella vive en la oscuridad del mundo
subterráneo (análogo al inconsciente) que es lo que constituye el Alma. En la
celebración de los antiguos Misterios Eleusinos, Perséfone garantizaba la
sabiduría a los iniciados, porque ella es la Diosa de la Oscuridad, una diosa
de incómoda sabiduría y poder temible. Perséfone representa la habilidad de
gobernar aquellos aspectos de nuestro ser que nos aterrorizan".
La presencia de esta diosa representa la
necesidad de ir hacia adentro para ganar conocimiento al contemplar la vida
desde un lugar profundo.
El motivo por el cual Perséfone
no pudo volver definitivamente con su madre es que había probado la granada
sagrada y, quien comiera de ella, jamás podría retornar al mundo de los vivos.
Lo que Deméter no supo fue que su hija en verdad había comido la fruta por
propia voluntad y, a pesar del gran sufrimiento que soportó al ser separada de
su mundo idílico, las duras pruebas por las que debió pasar la convirtieron en
maestra y guía de las almas de los muertos, en su pasaje al mundo subterráneo.
Podemos tomar conciencia de la
presencia de Perséfone como un arquetipo de nuestra personalidad en el momento
en el que aparece una depresión profunda. Las depresiones representan ese mundo
subterráneo en el que "la niña" tendrá que iniciarse a los efectos de
convertirse en una mujer plena.
En la vida moderna, la depresión
es tomada como un enemigo al que se ataca con medicamentos, muchas veces
perjudiciales, ya que no permiten "ir al fondo" de lo que nos ocurre,
al tapar los síntomas y adormecer nuestra capacidad de ver y discernir con
claridad. Las depresiones son estados que encierran una gran riqueza y un
enorme aprendizaje, si estamos dispuestas a atravesarlas con coraje. Cuando
salimos de ellas ya no somos las mismas "doncellas", sino que nos
convertimos en mujeres seguras de quiénes somos y de cuál es nuestro rol en la
vida."
Los rostros de la
Diosa. SANDRA ROMAN. Ed. Kier
Cuando hay un antes y un después, cuando se da
un acontecimiento que marca el momento en el que la vida cotidiana se precipita
a su fin, lo que a menudo ocurre con los asuntos médicos, el cambio acontecido
tiene la fuerza de un desastre natural, un terremoto personal que sacude el
suelo que nos sostiene. Antes del diagnóstico, antes de la operación o el
accidente, antes del descubrimiento de que algo no marchaba bien, vivimos en la
inocencia o en la desidia. Entonces todo sufre una mudanza, y creemos que ya
nada volverá a ser igual.
Acaso sintamos lo que Perséfone, la doncella de
la mitología griega que estaba recogiendo flores en un prado cuando la tierra
se abrió ante ella, y de la brecha más profunda y oscura emergió Hades, el
Señor del Inframundo, con su carro oscuro arrastrado por caballos zainos,
presto a secuestrarla. Tomó a Perséfone consigo y a continuación los caballos y
el carro, transportando a Hades y a la aterrada Perséfone, se hundieron por
donde habían venido, y la tierra volvió a cerrarse como si nada hubiera pasado.
En un principio, Perséfone solo se preocupaba por
coger hermosas flores; el cielo era azul, el sol cálido, y todo estaba en
orden. Al poco, se encontraba en el inframundo y todo había cambiado. Le
arrebataron su inocencia y su seguridad; se encontraba desvalida y a merced de
fuerzas más allá de su conocimiento. Perséfone es el lado inocente de mujeres y
hombres, jóvenes y ancianos, que encuentran en Hades al responsable del
incesto, la violación, el rapto, la traición, de todo acto imprevisible e
inesperado que nos sacude y nos hace conscientes de nuestra fragilidad física o
emocional. Hades es también el acontecimiento simbólico que nos expone a un
conocimiento específico del bien y del mal. Antes de la aparición de Hades, nos
sentimos a salvo; una vez que ha llegado, dejamos de estarlo.
La enfermedad como un descenso
del Alma al inframundo es una metáfora que llega a la mente intuitiva y al
corazón una comprensión profunda que de otro modo no alcanzaríamos
conscientemente. También se da en el lenguaje del Alma. Cuando una enfermedad
grave se manifiesta o es posible, puede asimilarse metafóricamente a un
secuestro en el inframundo -ese reino subconsciente o inconsciente- donde nos
asaltan temores y debilidades que normalmente dominamos y mantenemos a raya:
acaso estemos expuestos al temor a la muerte o al dolor, a la amputación, la
dependencia, la deformación, la locura y la depresión, la pérdida de las
relaciones, el trabajo, la virilidad o feminidad, las oportunidades vitales y
los sueños. Tememos ser un lastre, económicamente o de otro modo; tememos por
nuestros hijos u otros seres que dependan de nosotros; nos aterra no volver a
ser quienes éramos, y en ocasiones estos temores se agravan en función del
trato que nos brindan los demás o por nuestra reacción cuando los miedos de la
infancia se suman a las ansiedades de la vida adulta. Podemos hundirnos en el
pozo de la autocompasión o encenagarnos obsesivamente con la pregunta
"¿por qué a mí?"(…)
El inframundo es también el reino del
Espíritu, un lugar de gran riqueza interior. Es el reino de Plutón -el nombre
latino de Hades-, que alude a riquezas o tesoros subterráneos. Es el estrato
psicológico que contiene las capacidades potenciales que no hemos desarrollado,
los talentos e inclinaciones que nos fueron caros, las emociones que ocultamos
a los demás y olvidamos. Aquí comienza la búsqueda psicológica del sentido y la
totalidad. (...)
Para muchos, este mundo espiritual interior es
un país extraño. La persona extrovertida que se jacta de ser lógica y práctica,
los abnegados que no pueden dejar de ocuparse de las necesidades ajenas, los
obsesionados con el trabajo para quienes ser productivos es un rasero de su
valía, a menudo no se han internado en su propio mundo interior. En estos
casos, los recursos que este puede poner a nuestra disposición para sanar el
cuerpo y el alma han de ser aprendidos. (...)
Si una persona ha sido secuestrada y llevada
al inframundo de la enfermedad física o psíquica, y existe aunque sea una
remota posibilidad de volver al mundo de los vivos, un vínculo con alguien que
no la haya abandonado puede suponer una diferencia decisiva. Sin Deméter,
Perséfone habría permanecido en el inframundo, pero Deméter no la abandonó.
Primero la buscó durante nueve días y nueve noches, y no la encontró en ninguna
parte. Entonces supo que Hades la había
secuestrado con el consentimiento de Zeus, y le dijeron que debía aceptarlo ya
que ella no tenía poder para evitarlo, y aparentemente tampoco podía alterar la
situación. Pero Demeter no se resignó a esta pérdida. Mientras Perséfone estaba
en el inframundo, su madre sufría. Al principio ardía de cólera y no podía
comer, dormir, asearse o cuidar de su apariencia. Deméter estaba furiosa por lo
que había ocurrido, y entonces trató de sublimar su pérdida cuidando del hijo
de otra mujer. Al fracasar esto, se recluyó en su templo, deprimida, y como
consecuencia de ello, nada creció en la superficie de la tierra. (...)
Como
Diosa de los Cereales, era la más generosa de las divinidades, el arquetipo
materno que regía la fertilidad de la tierra. Ahora, a Deméter dejó de
importarle si el mundo moría. Nada germinó en el orbe. No hubo más retoños
verdes, ni flores, ni vida nueva. El mundo empezó a convertirse en un erial.
Nada crecería a no ser que Perséfone fuera entregada a Deméter, y como la
hambruna amenazaba con extinguir a la raza humana, Zeus advirtió que si esto
ocurría, no habría nadie que le rindiera culto. Por lo tanto, envió a Hermes
para que trajera de vuelta a Perséfone.
Deméter permanecía en su templo,
apesadumbrada, cuando oyó el ruido de un carro. Era Hermes devolviéndole a su
hija. Salió del templo y corrió hacia ella, mientras Perséfone, que no pensó
volver a ver a su madre, saltó del carro. Cuando sus pies tocaron el suelo
yermo, hiervas y flores brotaron a su alrededor. Había vuelto la primavera.
Una vez que Deméter y Perséfone volvieron a
reunirse, la primera le preguntó a la segunda: "¿Has comido algo en el
inframundo?". Si no lo había hecho, sería como si nada hubiera pasado.
Seguiría siendo lo que era, hija y doncella, y podría pasar los días recogiendo
flores. Pero Perséfone había comido semillas de granado en los infiernos, lo
que significaba que periódicamente tendría que regresar allí. Metafóricamente,
comer las semillas implicaba que Perséfone podría asumir o interiorizar la
experiencia. A partir de ese momento podría desplazarse tanto por el inframundo
como por el mundo superior, pero ya no como víctima sino como guía para otros.
Interiorizar una experiencia dolorosa es un acto de conciencia. Implica
sumergirse en lo que ha ocurrido en lugar de anonadarse emocionalmente y tratar
de olvidar.
Quien comprenda el carácter único de su propio
dolor y la universalidad del sufrimiento adquiere una lucidez compasiva, que se
refleja en sus actos y en las relaciones con los demás. Las personas que niegan
su propio dolor o creen que son las únicas que sufren no pueden empatizar con
el sufrimiento ajeno. Si la enfermedad es verdaderamente un punto de inflexión,
no regresamos al lugar donde nos encontrábamos. Aquellos que han aprendido, a
partir de la experiencia, lo que significa el dolor físico o psíquico, el
suplicio corporal, pertenecen a un mundo aparte; les une un vínculo secreto.
Todos y cada uno de ellos conoce los horrores del sufrimiento a que está
expuesto cada ser humano; todos y cada uno conocen el anhelo por librarnos de
ese dolor. Aquel que se ha liberado del dolor no ha de pensar que ahora se
encuentra libre, presto a vivir como lo había hecho antes, olvidando
completamente el pasado. Ahora es un "hombre clarividente" que conoce
el dolor y la angustia, y debe contribuir a "vencer a estos dos
enemigos", hasta donde la capacidad humana pueda, y aportar a otros la
liberación de la que él mismo disfruta.
Al final del mito, cuando Perséfone regresa
del infierno, la acompaña Hécate, la Diosa de las Encrucijadas, cuyo momento es
el crepúsculo. Hécate era la anciana sabia que consoló a Deméter a su regreso
de la infructuosa búsqueda de su hija y le aconsejó que descubriera la verdad
de lo ocurrido. Fue Hécate quien acompañó a Deméter para hablar con el Dios
Sol.
Gracias al himno homérico a Deméter sabemos
que, desde que Perséfone regresó del inframundo, Hécate la precede y la sigue a
todas partes. Como Diosa de las Encrucijadas, Hécate podía ver en tres sentidos
a un tiempo. Podía ver de dónde venimos al llegar a un cruce de caminos, y al
tiempo discernir dónde nos conduciría cada uno de ellos. Si emprendemos un
descenso y regresamos, adquirimos algo de la sabiduría de Hécate al
interiorizar la experiencia y hacernos más conscientes de nuestros abismos y de
cómo el sufrimiento nos conduce al inframundo de la experiencia humana
compartida. Es un conocimiento físico y espiritual acerca de los ciclos de la
vida-muerte-vida. Hécate es el arquetipo de la comadrona, la anciana que ayuda
a dar a luz o insufla nueva vida al mundo. Su aceptación del nacimiento, la
muerte y el sufrimiento como partes integrantes de la experiencia humana
contribuyen a ampliar nuestra visión. Cada vez que cumplimos un ciclo de
descenso y ascenso, adquirimos parte de su sabiduría, que podremos utilizar
cuando otro ciclo nos fuerce a caer de nuevo, o cuando escoltemos a otros en su
descenso. Perséfone pudo convertirse en Reina del Inframundo y en guía para las
almas gracias a que la sabiduría de Hécate estaba junto a ella.
El sentido de la enfermedad. JEAN
SHINODA BOLEN. Ed Kairós.
La diferencia entre vivir desde el alma y
vivir solo desde el ego radica en tres cosas: la habilidad de percibir y
aprender cosas nuevas, la tenacidad de atravesar senderos turbulentos y la
paciencia de aprender el amor profundo con el tiempo...Se necesita un corazón
que esté dispuesto a morir y nacer y morir una y otra vez.
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