Las mejores épocas de nuestras vidas son aquellas en las que acopiamos el suficiente valor como para rebautizar nuestra maldad como lo mejor que hay en nosotros"

Friedrich Nietzsche

jueves, 25 de septiembre de 2014

Perséfone: Señora de las Tinieblas, mi Guía en la Oscuridad

Hace un par de días encontré un artículo muy interesante en el blog llamado “Las Gemelas Francis” sobre el arquetipo de Perséfone de la mitología griega. Dicho artículo lo pongo casi completo en este post y dejo aquí el link de dónde lo obtuve para el deleite de todos ustedes y reconociendo los derechos de autor de este interesante blog. http://lasgemelasfrancis.blogspot.com/2012/12/el-mito-de-persefone.html

Me llama tanto la atención este arquetipo porque es justo lo que necesito en este momento: una guía en mis periplos por el Abismo. Desde hace algunos años lucho con una depresión mayor grave que ha cambiado sus nombres clínicos multitud de veces. Es precisamente gracias a esta condición que empecé mi reconocimiento de mis sombras, mi oscuridad y mis laberintos desde hace algún tiempo. Esta tristeza me ha intentado embargar nuevamente y rogué por una mano que me llevará por los peligros del Abismo, un camino que he decidido conscientemente seguir.


Es por esto que Perséfone se erige como mi guía en las Tinieblas; porque ella como yo decidió comer de los frutos del Averno y así optó por interiorizar la experiencia de hallarse inesperadamente en las entrañas de la Oscuridad. Perséfone representa un camino de iniciación, que como todo camino autentico de este tipo no tiene asociación moral; no es ni bueno ni malo. Por tanto, elijo tomar su mano y descender con ella a lo más profundo de mi interior; al más aterrador Abismo porque parte importante de mi trabajo como ser humano está allí. Mi tarea está incompleta aún.

Sin más preludios expongo el artículo mencionado, abusando de la generosidad del aquel autor/es del blog de Las Gemelas Francis:


Aunque se la conoce más por ser la hija de Deméter, Perséfone es una de las diosas más poderosas del panteón griego. Ella representa a la "Kore", la Triple Diosa (Doncella-Madre-Anciana) en su aspecto de doncella.

 "Perséfone es la Diosa del Alma"- explica Michael Babcock, "porque ella vive en la oscuridad del mundo subterráneo (análogo al inconsciente) que es lo que constituye el Alma. En la celebración de los antiguos Misterios Eleusinos, Perséfone garantizaba la sabiduría a los iniciados, porque ella es la Diosa de la Oscuridad, una diosa de incómoda sabiduría y poder temible. Perséfone representa la habilidad de gobernar aquellos aspectos de nuestro ser que nos aterrorizan".

 La presencia de esta diosa representa la necesidad de ir hacia adentro para ganar conocimiento al contemplar la vida desde un lugar profundo.

El motivo por el cual Perséfone no pudo volver definitivamente con su madre es que había probado la granada sagrada y, quien comiera de ella, jamás podría retornar al mundo de los vivos. Lo que Deméter no supo fue que su hija en verdad había comido la fruta por propia voluntad y, a pesar del gran sufrimiento que soportó al ser separada de su mundo idílico, las duras pruebas por las que debió pasar la convirtieron en maestra y guía de las almas de los muertos, en su pasaje al mundo subterráneo.

Podemos tomar conciencia de la presencia de Perséfone como un arquetipo de nuestra personalidad en el momento en el que aparece una depresión profunda. Las depresiones representan ese mundo subterráneo en el que "la niña" tendrá que iniciarse a los efectos de convertirse en una mujer plena.
En la vida moderna, la depresión es tomada como un enemigo al que se ataca con medicamentos, muchas veces perjudiciales, ya que no permiten "ir al fondo" de lo que nos ocurre, al tapar los síntomas y adormecer nuestra capacidad de ver y discernir con claridad. Las depresiones son estados que encierran una gran riqueza y un enorme aprendizaje, si estamos dispuestas a atravesarlas con coraje. Cuando salimos de ellas ya no somos las mismas "doncellas", sino que nos convertimos en mujeres seguras de quiénes somos y de cuál es nuestro rol en la vida."

                          Los rostros de la Diosa. SANDRA ROMAN. Ed. Kier

 Cuando hay un antes y un después, cuando se da un acontecimiento que marca el momento en el que la vida cotidiana se precipita a su fin, lo que a menudo ocurre con los asuntos médicos, el cambio acontecido tiene la fuerza de un desastre natural, un terremoto personal que sacude el suelo que nos sostiene. Antes del diagnóstico, antes de la operación o el accidente, antes del descubrimiento de que algo no marchaba bien, vivimos en la inocencia o en la desidia. Entonces todo sufre una mudanza, y creemos que ya nada volverá a ser igual.

 Acaso sintamos lo que Perséfone, la doncella de la mitología griega que estaba recogiendo flores en un prado cuando la tierra se abrió ante ella, y de la brecha más profunda y oscura emergió Hades, el Señor del Inframundo, con su carro oscuro arrastrado por caballos zainos, presto a secuestrarla. Tomó a Perséfone consigo y a continuación los caballos y el carro, transportando a Hades y a la aterrada Perséfone, se hundieron por donde habían venido, y la tierra volvió a cerrarse como si nada hubiera pasado.

 En un principio, Perséfone solo se preocupaba por coger hermosas flores; el cielo era azul, el sol cálido, y todo estaba en orden. Al poco, se encontraba en el inframundo y todo había cambiado. Le arrebataron su inocencia y su seguridad; se encontraba desvalida y a merced de fuerzas más allá de su conocimiento. Perséfone es el lado inocente de mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, que encuentran en Hades al responsable del incesto, la violación, el rapto, la traición, de todo acto imprevisible e inesperado que nos sacude y nos hace conscientes de nuestra fragilidad física o emocional. Hades es también el acontecimiento simbólico que nos expone a un conocimiento específico del bien y del mal. Antes de la aparición de Hades, nos sentimos a salvo; una vez que ha llegado, dejamos de estarlo.

La enfermedad como un descenso del Alma al inframundo es una metáfora que llega a la mente intuitiva y al corazón una comprensión profunda que de otro modo no alcanzaríamos conscientemente. También se da en el lenguaje del Alma. Cuando una enfermedad grave se manifiesta o es posible, puede asimilarse metafóricamente a un secuestro en el inframundo -ese reino subconsciente o inconsciente- donde nos asaltan temores y debilidades que normalmente dominamos y mantenemos a raya: acaso estemos expuestos al temor a la muerte o al dolor, a la amputación, la dependencia, la deformación, la locura y la depresión, la pérdida de las relaciones, el trabajo, la virilidad o feminidad, las oportunidades vitales y los sueños. Tememos ser un lastre, económicamente o de otro modo; tememos por nuestros hijos u otros seres que dependan de nosotros; nos aterra no volver a ser quienes éramos, y en ocasiones estos temores se agravan en función del trato que nos brindan los demás o por nuestra reacción cuando los miedos de la infancia se suman a las ansiedades de la vida adulta. Podemos hundirnos en el pozo de la autocompasión o encenagarnos obsesivamente con la pregunta "¿por qué a mí?"(…)

 El inframundo es también el reino del Espíritu, un lugar de gran riqueza interior. Es el reino de Plutón -el nombre latino de Hades-, que alude a riquezas o tesoros subterráneos. Es el estrato psicológico que contiene las capacidades potenciales que no hemos desarrollado, los talentos e inclinaciones que nos fueron caros, las emociones que ocultamos a los demás y olvidamos. Aquí comienza la búsqueda psicológica del sentido y la totalidad. (...)


 Para muchos, este mundo espiritual interior es un país extraño. La persona extrovertida que se jacta de ser lógica y práctica, los abnegados que no pueden dejar de ocuparse de las necesidades ajenas, los obsesionados con el trabajo para quienes ser productivos es un rasero de su valía, a menudo no se han internado en su propio mundo interior. En estos casos, los recursos que este puede poner a nuestra disposición para sanar el cuerpo y el alma han de ser aprendidos. (...)

 Si una persona ha sido secuestrada y llevada al inframundo de la enfermedad física o psíquica, y existe aunque sea una remota posibilidad de volver al mundo de los vivos, un vínculo con alguien que no la haya abandonado puede suponer una diferencia decisiva. Sin Deméter, Perséfone habría permanecido en el inframundo, pero Deméter no la abandonó. Primero la buscó durante nueve días y nueve noches, y no la encontró en ninguna parte. Entonces supo que  Hades la había secuestrado con el consentimiento de Zeus, y le dijeron que debía aceptarlo ya que ella no tenía poder para evitarlo, y aparentemente tampoco podía alterar la situación. Pero Demeter no se resignó a esta pérdida. Mientras Perséfone estaba en el inframundo, su madre sufría. Al principio ardía de cólera y no podía comer, dormir, asearse o cuidar de su apariencia. Deméter estaba furiosa por lo que había ocurrido, y entonces trató de sublimar su pérdida cuidando del hijo de otra mujer. Al fracasar esto, se recluyó en su templo, deprimida, y como consecuencia de ello, nada creció en la superficie de la tierra. (...) 

Como Diosa de los Cereales, era la más generosa de las divinidades, el arquetipo materno que regía la fertilidad de la tierra. Ahora, a Deméter dejó de importarle si el mundo moría. Nada germinó en el orbe. No hubo más retoños verdes, ni flores, ni vida nueva. El mundo empezó a convertirse en un erial. Nada crecería a no ser que Perséfone fuera entregada a Deméter, y como la hambruna amenazaba con extinguir a la raza humana, Zeus advirtió que si esto ocurría, no habría nadie que le rindiera culto. Por lo tanto, envió a Hermes para que trajera de vuelta a Perséfone.

 Deméter permanecía en su templo, apesadumbrada, cuando oyó el ruido de un carro. Era Hermes devolviéndole a su hija. Salió del templo y corrió hacia ella, mientras Perséfone, que no pensó volver a ver a su madre, saltó del carro. Cuando sus pies tocaron el suelo yermo, hiervas y flores brotaron a su alrededor. Había vuelto la primavera.

 Una vez que Deméter y Perséfone volvieron a reunirse, la primera le preguntó a la segunda: "¿Has comido algo en el inframundo?". Si no lo había hecho, sería como si nada hubiera pasado. Seguiría siendo lo que era, hija y doncella, y podría pasar los días recogiendo flores. Pero Perséfone había comido semillas de granado en los infiernos, lo que significaba que periódicamente tendría que regresar allí. Metafóricamente, comer las semillas implicaba que Perséfone podría asumir o interiorizar la experiencia. A partir de ese momento podría desplazarse tanto por el inframundo como por el mundo superior, pero ya no como víctima sino como guía para otros. Interiorizar una experiencia dolorosa es un acto de conciencia. Implica sumergirse en lo que ha ocurrido en lugar de anonadarse emocionalmente y tratar de olvidar.

 Quien comprenda el carácter único de su propio dolor y la universalidad del sufrimiento adquiere una lucidez compasiva, que se refleja en sus actos y en las relaciones con los demás. Las personas que niegan su propio dolor o creen que son las únicas que sufren no pueden empatizar con el sufrimiento ajeno. Si la enfermedad es verdaderamente un punto de inflexión, no regresamos al lugar donde nos encontrábamos. Aquellos que han aprendido, a partir de la experiencia, lo que significa el dolor físico o psíquico, el suplicio corporal, pertenecen a un mundo aparte; les une un vínculo secreto. Todos y cada uno de ellos conoce los horrores del sufrimiento a que está expuesto cada ser humano; todos y cada uno conocen el anhelo por librarnos de ese dolor. Aquel que se ha liberado del dolor no ha de pensar que ahora se encuentra libre, presto a vivir como lo había hecho antes, olvidando completamente el pasado. Ahora es un "hombre clarividente" que conoce el dolor y la angustia, y debe contribuir a "vencer a estos dos enemigos", hasta donde la capacidad humana pueda, y aportar a otros la liberación de la que él mismo disfruta.

 Al final del mito, cuando Perséfone regresa del infierno, la acompaña Hécate, la Diosa de las Encrucijadas, cuyo momento es el crepúsculo. Hécate era la anciana sabia que consoló a Deméter a su regreso de la infructuosa búsqueda de su hija y le aconsejó que descubriera la verdad de lo ocurrido. Fue Hécate quien acompañó a Deméter para hablar con el Dios Sol.

 Gracias al himno homérico a Deméter sabemos que, desde que Perséfone regresó del inframundo, Hécate la precede y la sigue a todas partes. Como Diosa de las Encrucijadas, Hécate podía ver en tres sentidos a un tiempo. Podía ver de dónde venimos al llegar a un cruce de caminos, y al tiempo discernir dónde nos conduciría cada uno de ellos. Si emprendemos un descenso y regresamos, adquirimos algo de la sabiduría de Hécate al interiorizar la experiencia y hacernos más conscientes de nuestros abismos y de cómo el sufrimiento nos conduce al inframundo de la experiencia humana compartida. Es un conocimiento físico y espiritual acerca de los ciclos de la vida-muerte-vida. Hécate es el arquetipo de la comadrona, la anciana que ayuda a dar a luz o insufla nueva vida al mundo. Su aceptación del nacimiento, la muerte y el sufrimiento como partes integrantes de la experiencia humana contribuyen a ampliar nuestra visión. Cada vez que cumplimos un ciclo de descenso y ascenso, adquirimos parte de su sabiduría, que podremos utilizar cuando otro ciclo nos fuerce a caer de nuevo, o cuando escoltemos a otros en su descenso. Perséfone pudo convertirse en Reina del Inframundo y en guía para las almas gracias a que la sabiduría de Hécate estaba junto a ella.

            El sentido de la enfermedad. JEAN SHINODA BOLEN. Ed Kairós.

 La diferencia entre vivir desde el alma y vivir solo desde el ego radica en tres cosas: la habilidad de percibir y aprender cosas nuevas, la tenacidad de atravesar senderos turbulentos y la paciencia de aprender el amor profundo con el tiempo...Se necesita un corazón que esté dispuesto a morir y nacer y morir una y otra vez.

                            CLARISSA PINKOLA ESTES

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