Cuando vi a Kali Maa por primera
vez hace muchos años sentí terror. Al ver aquella mujer con una melena
desordenada, cuatro brazos sosteniendo entre otras cosas una cabeza cercenada y
un arma ensangrentada. Con una falda elaborada de brazos amputados y un largo
collar hecho de cabezas cortadas a manera de guirnaldas. Un escalofrío de
pánico e incomprensión recorrió mi por entonces pequeño cuerpo. En su rostro
hay una expresión fiera con una boca de colmillos largos, lengua afuera y sangre
alrededor de los labios. Finalmente se ve de pie sobre un hombre que parece
indefenso y sometido; que resulta ser el Señor Shiva.
Sin embargo, si se dejan de lados
los juicios incoherentes basados en el miedo y la ignorancia, si se abandona el
fanatismo religioso y la flojera intelectual se llega a descubrir que la Señora
Kali es todo lo contrario: es una madre protectora, una benevolente diosa y una
asesina de demonios. Pero antes de hablar de las hazañas de la diosa hablemos
de su naturaleza.
Lo primero que se debe destacar
es que ella es el Shakti del Señor Shiva. Esto es, que es el lado femenino de
la energía esencial del dios. Esto implica que ella por sí misma y separada de
él no puede existir y que él sin ella no se puede manifestar en la Tierra.
Kali, cuyo nombre significa literalmente La Negra, es en efecto una de las
facetas de Parvati la consorte cósmica del Señor Shiva. Encarna la fuerza
destructora del dios, por medio de la cual modifica y re-crea el mundo. Es ella
la que, en el sentido práctico, a través de su danza sagrada arrasa con el
pecado, la ignorancia, el estancamiento y la decadencia. Además practica con el
dios el tantra sagrado; la mixtura divina de las energías opuestas y
complementarias y obviamente logra aprehender la verdad última del Universo
encerrada en Kali Maa cómo la realidad última también, aquella que está por
encima del mundo del engaño de Maya.
Volviendo a su historia, los
dioses estaban luchando contra los demonios en cabeza del temible Raktavija.
Este demonio tenía un particular manera de hacerse poderoso; cada vez que una
gota de su sangre tocaba el suelo de ella nacía un nuevo demonio igual a sí
mismo. En este campo de batalla los dioses estaban perdiendo el combate, el
control del mundo estaba en juego. Viéndose superados por la potencia de las
huestes infernales decidieron pedir ayuda al benevolente dios Shiva. Sin
embargo, cuando llegaron a su morada lo encontraron en un estado profundo de
meditación y no pudieron tener contacto con él. Fue entonces que Parvati, su
esposa, se ofreció a darles una mano a los dioses en su batalla contra el mal.
Se convirtió en Durga, la manifestación guerrera del Shakti del Señor Shiva, y
montada en un enorme león irrumpió en la lucha destruyendo ella sola un
batallón de demonios. Se dice que sólo en ese momento Raktavija sintió un auténtico
espanto. No obstante, cada vez que Durga hería al demonio más “clones” suyos
surgían del suelo.
Fue allí que la Señora Kali, la
faceta más aterradora del Shakti shivaíco, entró en escena. Durga se transmutó
en La Negra; una mujer guerrera de la piel oscura como la noche eterna y con
atuendo hecho de miembros y cabezas cercenadas. Con su arma sagrada cortó el
cuello del Raktavija y para evitar que se reprodujera de nuevo saltó sobre su
cuello y bebió toda su sangre. El demonio había sido derrotado y su cabeza fue
cortada de tajo de sus hombros. Después le pidió a los dioses que atacaran a
las réplicas demoniacas, y con ayuda de sus colmillos filosos y su lengua larga
y dúctil succionó la sangre del cuerpo de las legiones infernales. De este
modo, Kali Maa la guerrera logró destruir al mal.
Sin embargo, al estar embebida en
medio de esa orgía de sangre y muerte accedió a un trance y empezó a efectuar
la danza de la destrucción sobre los cadáveres inertes de los demonios derrotados.
Esto amenazó con destruir al mundo y la creación empezó a ceder ante la danza
destructiva de la diosa. Los otros dioses impotentes fueron a buscar de nuevo a
Shiva ante la perspectiva del fin del mundo. Por suerte lo encontraron
despierto y lo guiaron al campo de batalla. Kali en algún estado alterado de
consciencia continuaba destruyendo lo existente y Shiva intentó
infructuosamente hacer entrar en razón a su Shakti. Por tanto, y como medida de
salvamento se lanzó al piso en medio de los cadáveres de los demonios para que
la diosa bailara sobre él y así poder salvar al mundo.
El Señor Shiva, el benevolente,
estaba siendo inmolado por salvar lo que existe y fue allí cuando Kali se dio cuenta
de lo que estaba sucediendo. Cuando estaba a punto de terminar con el dios,
ella logró volver en sí y al ver a su amado a sus pies al borde de la
inmolación sacó la lengua ensangrentada en un gesto fiero y se detuvo. Esa es
la imagen que vemos muchas veces, en la que Kali con una actitud salvaje se
halla posada sobre el mismísimo dios Shiva.
Así, los devotos de Kali Maa la
ven como la Madre Primordial. Como la amorosa, la protectora, la que destruye
la mentira, la que acelera el fin de lo que debe terminar, la fuerza
destructora que precisamente como el baluarte de la creación y la vida. Por tanto,
no es de extrañar que sea una de las diosas principales del Hinduismo,
ampliamente adorada en el norte de la India y matrona de la ciudad de Calcuta; erigida
en su nombre.
Por otro lado, desde un punto de
vista tántrico Kali Maa encarna muchos conceptos. Uno es la consorte del dios
Shiva, recordemos que Shiva es el dios de la energía masculina primordial, y la
unión de ambos representan la conjunción de las fuerzas primarias del Universo.
También se la ve como La Noche Eterna, el principio básico de donde todo viene y
a donde todo va; como la Realidad Ultima más allá de este mundo de apariencias
gobernado por Maya, la Ilusión. Pero también simboliza la realidad que sin la
muerte no hay vida y que la muerte es la otra parte de la vida.
Es aquí donde hacen aparición los
Aghori. Esta es una secta del Hinduismo aborrecida por la mayoría de las otras
sectas de religión de la India. La separación no se desprende de un dicotomía doctrinaria o
de la no pureza de la religión, conceptos casi ausentes en Oriente, sino de su
costumbre ritual de comer carne humana. Antes de que el lector entre en shock
por esta declaración examinemos un poco más en detalle lo que es un Aghori y en
lo que cree este asceta particular del Hinduismo. Para ellos todo es Dios y Dios
no es sólo aquellos aspectos luminosos que nos gustan tanto, sino también
aquellas facetas poco reconocidas como el desapego, la muerte, la oscuridad o
la descomposición.
De este modo, la vida de un
Aghori es una vida por definición ausente de todo amarre material. De hecho, estos
ascetas no tienen nada más que su cuenco hecho con un cráneo humano para comer
y beber. La mayoría vive en la ciudad de Benarés, la ciudad de la muerte de la
India, donde se efectúan los oficios funerarios de los hinduistas y sus restos
son lanzados al río Ganges. En efecto, su vida religiosa – la mayor parte de su
tiempo – discurre precisamente en los distritos asignados para tal fin. Allí
andan desnudos, cubren su cuerpo con las cenizas de los muertos o usan algún
sudario abandonado que algún tiempo atrás cubrió un cuerpo inerte. Se alimentan
exclusivamente de las ofrendas dejadas a los muertos, compartiendo sin ningún problema
su sustento con los perros callejeros y de vez en cuando consumiendo trozos de
carne humana. Obviamente estas piezas de alimento se sacan de cuerpos muertos
lanzados sin cremar al río Ganges.
Todas estas prácticas se enmarcan
en el tantrismo shivaíco, adoración del Señor Shiva y la Señora Kali, para
algunos extremo. Cubrirse con restos de muertos, usar sus sudarios o comer y
beber en un cráneo humano son un recordatorio que somos transitorios, mortales
y que por tanto todos los apegos a los afectos, las cosas materiales o a
nosotros mismos no son más que una ilusión; una pérdida de tiempo que no nos
deja ser libres en realidad. Comer con los perros, no usar vestuario alguno o la cercanía con la muerte son una muestra
más de ese desapego pero también que todo está unido; que hay una unicidad
universal y que esta sensación de estar separados, de que existe un yo definido
e inherente en nosotros es en realidad la ilusión conocida como Maya.
Del mismo modo, comer carne de cadáveres
en descomposición o meditar en las horas donde popularmente salen los espíritus
de los muertos a vagar demuestran que Dios está en los cuerpos en
descomposición, en las cenizas de la vida, en la muerte, en los espíritus
fantasmales atormentados y aun incluso en los demonios. Precisamente en los
Aghori reside un inusitado poder: el poder para echar fuera demonios y
fantasmas. De hecho, son conocidos en toda la India por su dominio sobre dichos
espíritus y la autoridad con la que los obligan a salir de la vida y el cuerpo
de los seres humanos atormentados por sus oscuros influjos.
Por mi parte reconozco que
encuentro una gran afinidad con la filosofía de los Aghori; ese desapego, no sólo de lo material, que hace de estos ascetas hombres realmente libres (aunque confieso que
me veo por el momento muy alejado de sus prácticas cultuales o de la perfección de su desapego). Por
supuesto debo señalar además, que encuentro en Kali Maa una diosa representativa en mi cosmogonía.
Curiosamente he soñado muchas veces con la guerra contra los demonios, una
lucha cuerpo a cuerpo destruyéndolos, desterrándolos de la faz del planeta y
no haciendo caso al terror que infunden. Pero también a veces identifico el mal
dentro de mí; un afán de poder, de invulnerabilidad, de dominio sobre el
Universo entero que parece atisbarse como una abominable luz oscura en las
profundidades de mi pecho.
No obstante, ahí está Kali Maa: La Negra, La Oscura, La
Noche Eterna, La Muerte, El Tiempo, el agujero negro que lo engulle todo para
volverlo a crear (en otra dimensión?) es el arquetipo de la transformación, del
amor, de la protección, de la verdad infinita de que sin muerte no puede haber
vida.
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