Las mejores épocas de nuestras vidas son aquellas en las que acopiamos el suficiente valor como para rebautizar nuestra maldad como lo mejor que hay en nosotros"

Friedrich Nietzsche

domingo, 7 de septiembre de 2014

Un Sueño Lúcido Extraordinario

Un día soñé que A. y yo éramos almas gemelas; que es una norma fundamental que siempre se hacen dos almas iguales pero diferentes, es decir complementarias. En ese sueño sentí que yo era el alma femenina y él la masculina. Vi en mi sueño que cuando las personas mueren pasan por un proceso de “revisión” de su experiencia vital; es un periodo atemporal dónde se analizan los hechos de la misma con la ayuda de “maestros espirituales”. Usualmente después de salir de esta “reunión” hay una pared muy larga con estantes que tienen comida de todas partes del mundo: allí el alma prueba una de las comidas simbolizando el lugar del mundo dónde quiere renacer. Obviamente debe teniendo en cuenta lo que aprendió en su anterior vida y en la revisión que se hizo. Después se pasa a una “gran terminal” donde todas las almas se muestran con su aspecto “real”, reflejando así su verdadera esencia (masculina o femenina) y también adoptando una forma humana que es casi siempre la misma (puede ser la de su primera vida?... la de su vida más importante?).  Yo no podía ver mi forma, porque no había espejos pero si veía a los demás; tranquilos, conversando, meditando… todos vestidos de blanco.

Cuando una persona iba a volver a la tierra, siempre lo hacía en pareja… siempre. En el sueño se me dijo que por esta razón nadie está sólo en la vida. Muchas veces las almas gemelas se unen y vienen a la Tierra juntas; otras veces no… hay libre elección de venir con quien se quiera.

Yo entré a esa revisión después de la muerte de mi vida actual, porque el tiempo no existe y mucho menos el tiempo lineal como lo conocemos; da lo mismo pasado, futuro o presente. Tuve una “reunión” después de mi muerte con mis “maestros”; ellos me sirvieron de espejo y aprendí que debo ser más seguro de mi mismo, saber que el poder está en mí, no en algo externo, que soy el creador de mi vida y de la vida, que soy como un dios que hace la realidad a cada instante. Que la tristeza que me acompaña desde hace muchos siglos sólo puede ser resuelta por mí; al ponerme en paz conmigo mismo. Que debo saber quién soy y el poder que tengo; ese poder que de hecho todos tenemos.

Una vez se terminó aquella sesión, salí de allí un poco indeciso y confuso. Dudé ante la larga pared con platillos del mundo, hasta que finalmente me decidí por tomar comida del oeste de África, sabiendo aún que las condiciones de vida allí son muy difíciles. Quería renacer el continente negro, pero faltaba ver que decía mi alma gemela. Tenía que buscarla. Fui a la sala de espera y la encontré; era un hombre alto con barba, muy masculino, tenía manos y brazos muy fuertes y grandes, sabía que era A. y no pude sentir otra cosa más que un amor sin límites, un magnetismo indescriptible. Cuando estuvimos cerca nos fundimos en un abrazo, que fue como si hubiese estallado una estrella, de hecho salió una luz brillante de esa conexión. Hablamos de lo que habíamos aprendido, él tenía que aprender a ser más paciente, más tolerante; sobretodo consigo mismo, a perdonarse. Luego de hablar por un tiempo sin tiempo decidimos volver juntos a la Tierra. Él quería nacer en Francia, tenía un apego especial a esa tierra no sé por qué. Yo le dije que quería nacer en África, el no estuvo de acuerdo y se molestó mucho. Pero yo accedí a ir con él a lo que antes era Galia, muy a mi pesar. Sabía que no debía hacerlo; que debía luchar por mi propio destino y no someterme a nadie, pero de todos modos lo hice y me dolió mucho.  Me sentía impotente, volvía a sentir esa tristeza antigua y lejana  que habita en mi corazón.
Una voz potente y atemporal nos dio la orden de subirnos en una barca; sobre las Aguas de la Vida, literalmente. Esta barca llevaba a las dos almas al sitio donde debían nacer. Obviamente casi nunca nacían el mismo día, en el mismo año o en el mismo lugar. Pero había un “lazo” que los unía y que los obligaría a encontrarse en algún punto de sus vidas de manera inexorable.

Nos subimos juntos a “nuestra” barca. Me acurruqué detrás de su espalda, temeroso; esperando lo que venía, esperando el regreso. En el sueño me dio miedo y a él también. Personalmente me daba miedo el dolor y la pesada carga de retornar a la Tierra. Sólo recuerdo que íbamos para Francia; no sé qué pasó en esa vida. Sólo sé que A. había muerto y había vuelto con un terrible rencor hacia mí y que yo había vuelto a morir terriblemente triste y sólo; impotente y desgarrado.

Volví de nuevo a salón de “revisión”. No me había ido muy bien en este aprendizaje, había hecho justamente lo que no debía, esperar en otros, no asumir mis responsabilidades y deprimirme por la tristeza que me oprimía desde tiempos sin memoria.

A A. le había pasado algo parecido, no había logrado liberarse de sus propias cadenas; no había sido una buena experiencia juntos. Cuando salí de nuevo a la “terminal” A. me miró con mucha rabia y no quería hablar conmigo, no quería darme el “abrazo”. Yo me sentí terrible, extremadamente triste. Luego él se subió en una barca con otra alma; no sé de quién. Mi reacción fue de quedarme petrificado, no sabía que hacer, me sentía muy sólo. Lloré mucho.

Pero después de un tiempo de estar allí parado sin saber que hacer se me acercó otra alma; de hecho me comunicó que quería volver a la Tierra conmigo. Aquel espíritu no me era del todo desconocido, ya lo había visto y  había hablado con él en la “terminal”. Además, la había conocido y vivido con ella en varias vidas. En efecto, era el alma del que hoy es el hermano de A.: J. Este espíritu tenía la apariencia de un hombre bajo, de ojos azules y pelo rojo, yo le había dicho muchas veces  “el celta” cariñosamente. Me invitó a volver a la existencia humana con él. Curiosamente me detuve en el sentir de soledad; accedí. Me dio la mano y me dijo que no me dejaría sólo durante esa vida. Nos subimos y renacimos en algún país europeo, no se cual. Toda la gente era de raza blanca, alta y de ojos azules.

En aquella vida fui una mujer. Crecí como una niña feliz, amada por mis padres, sin problemas de ningún tipo. Maduré y me hice enfermera. Me hallaba en el “futuro”, la gente vestía diferente y había más tecnología. Yo era una joven bonita y lo tenía todo en la vida. Un día en un centro de reunión de personas vi a un joven muy alto, musculoso, con los ojos azules y el pelo rojo. Al instante hubo amor a primera vista. Empezamos a  salir y después de un tiempo nos casamos. Él era un deportista de profesión, así se ganaba la vida y yo empecé a hacer deporte con él. Me convertí en una mujer muy bonita y atlética; era rubia, con el pelo corto y un cuerpo firme y femenino. Pero lo más importante para mi era que me sentía más tranquila.

En esa vida tuvimos mucho dinero, pero no hijos. Ese hombre nunca me dejó, nunca me abandonó, nunca me fue infiel. Siempre me amó. Yo morí después de los sesenta años, no conozco la causa. El hombre que me acompañó toda la vida era en realidad el alma del hombre bajo, de ojos azules y pelo rojo. Cumplió su promesa cuando me invitó a subir con él a la barca!.

Después de la muerte, de nuevo entré a la “revisión”. Esta vez lo había hecho mejor; estaba más cerca a aprender todo lo que debía y dejar de renacer en esta Tierra. Al salir decidí no volver a la terminal, decidí quedarme un poco más con los “maestros”.  Sabía que las almas gemelas siempre terminarían juntan, así tardase eones lograr esa unión, por eso no salí a buscar a la mía.

Por la decisión que tomé me llevaron a la “casa” de un alma maestro masculino, era un anciano afable y bueno. Allí conocí a su alma gemela. Era una mujer muy hermosa, de mediana edad y de rasgos mediterráneos. Con ella aprendí mucho a través de diferentes “visiones” y “recuerdos”. Entendí que el poder está en mí, yo soy parte de Dios y creo mi realidad, soy el único responsable de mi vida y mi destino. Cuando le pregunté cómo lograría sacarme de encima la tristeza, me llevó a una casa muy antigua – parecía un templo arcano - y en ruinas. Me dijo que esa era mi casa ancestral y que me dolía tanto porque esta todo parcialmente destruido. Aunque bajo los escombros había riquezas inimaginables. Allí no había nadie más, sólo ella y yo.

Me dijo que debía reconstruirla y darle el esplendor inicial, un brillo sólo puedo yo devolverle. Dándome el lugar que me merezco y haciendo un pequeño reino en ese hogar; así todos querrían venir hacía mi casa. Así me haría “maestro” y dejaría de renacer en la Tierra. Pasaría a otro estado; más elevado y en últimas más feliz.

Lo entendí, pero no supe cómo hacerlo. Quise regresar con ella, pero me pidió que no lo hiciera. Me dijo que yo debía seguir mi propio camino. Debía volver a renacer, para seguir aprendiendo y por fin  de alcanzar algún día ser “maestro” y ayudar a otros. Ese era el verdadero ciclo de las almas.
Entonces una luz enorme salió del cielo y desperté.

Ese fue mi sueño. Creo que lo tuve porque el tiempo no existe. Me llama la atención que en algunas ocasiones antes de dormir, algunos meses atrás había pedido a Dios o a la Vida con toda mi alma tener un sueño revelador; que me ayudará a entender la existencia. Recuerdo que a la siguiente mañana me levantaba decepcionado, había visto sólo tonterías o no había soñado nada. Pero todo lo que uno desea llega; no inmediatamente como si fuera magia Llega en un tiempo que no entendemos con nuestra limitada comprensión del universo. Al despertar tuve la certeza que eso de que somos como dioses y creamos la realidad a cada respiración es cierto.


Caí en la cuenta que finalmente tuve ese sueño revelador y creo con todo mi corazón que fue real. También sentí que se pueden cambiar cosas y que no necesariamente mi tiempo “futuro” será de esa manera. De hecho según la física cuántica el universo es sólo un conjunto de muchas posibilidades y esa sólo una de ellas.  Puedo hallar un camino diferente si me hago el único responsable de mi vida y que si realmente comprendo que este sentimiento de profunda tristeza no es más que la reacción a la impotencia autoimpuesta que le dado a mi existencia, una emoción que tal vez  se ha moldeado a lo largo de muchas vidas y gracias a la acumulación de tristezas antiguas, que  en efecto debo dejar ir. Es decir, debo empezar a reconstruir mi casa interior; mi palacio.

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