Las mejores épocas de nuestras vidas son aquellas en las que acopiamos el suficiente valor como para rebautizar nuestra maldad como lo mejor que hay en nosotros"

Friedrich Nietzsche

lunes, 27 de enero de 2014

La Lanza que derrotó al Dragón

Tengo miedo. Miedo a la soledad, al fracaso, a la muerte, a la no trascendencia, a ver rotas las relaciones con los que más quiero. Miedo a vivir una existencia miserable,  a la pobreza, a no ser importante para nadie, a no ser comprendido, miedo de mí mismo y el salvajismo que se puede desatar en mí. En mi inventario hay muchos y variados miedos, la mayoría alimentados durante décadas sacrificando ante ellos buenos y malos momentos. Miedos convertidos en prejuicios, creencias, ritos, dogmas, supersticiones. Toda mi vida, hasta el presente, he tenido como combustible formas refinadas y en bruto de esta emoción.


Ir en búsqueda de mis miedos, es ir en el sentido contrario al que mi cultura me ha enseñado. He sido criado en un medio dónde no se acepta el miedo. Una sociedad dónde tener miedo es un crimen, un pecado, una enfermedad, una desafortunada y trágica debilidad. Dónde la decadencia moral se iguala en parte a sentir miedo y sobre todo a aceptarlo públicamente.  En lo personal, me formaron con frases como: “Un hijo mío no le tiene miedo a nada” o “No ha nacido quien me de miedo”. Con estas consignas mi madre me enseñó a no temerle a nada; a levantarme después de cada caída, limpiarme la ropa y actuar como si nada hubiera ocurrido sin importar si me dolía o no.  Pero de esa manera, sólo me mostró como ocultarlo, no como enfrentarlo. 

La verdad, escarbar entre los propios miedos no es una actividad halagadora. Porque es literalmente andar entre la basura, buscando algo que te pueda servir para limpiarla. Es como trabajar con cuerpos muertos sabiendo que en cualquier momento se puede levantar uno y puede atacarte como un zombie, por la espalda.  Para muchas personas puede ser tedioso, hostigante,  molesto, doloroso ver a alguien que se enfrenta en realidad a sus temores, porque eso  nos recuerda la propia basura, los cadáveres en descomposición que todos guardamos en el sótano de nuestra construcción interior. A quién le parece glamuroso, interesante o incluso aceptable una persona que busca en la basura?.

No pienso que para sanarme internamente o ser un hombre más completo deba aferrarme sólo a “la luz interior” que hay en mí o en otros seres humanos, de una manera  desesperada y casi religiosa por cierto, negando el dragón que duerme bajo mis pies. Todo lo contrario, lo importante aquí es vencer a la bestia.

En los cuentos de dragones de todos los tiempos, lo primero que hace el héroe es reconocer la existencia del  reptil, saber dónde está, cómo  actúa, se prepara para su encuentro con el gigante, hace un largo viaje en búsqueda del leviatán o de las armas con las cuales enfrentarse él y finalmente lo vence. Lo derrota. No recuerdo ninguna historia de dragones, dónde el protagonista se siente cómodamente en su sofá y se dedique a negar la existencia de la bestia; mientras se regodea en cosas “luminosas” y placenteras para así vencer al dragón. Qué ilusoria forma de acabar con el mal; de dominar el caos interior!

Este es un trabajo duro y poco grato. Una labor alejada de los cálidos rayos del sol, de la hermosa luz del astro rey. Es una tarea subterránea, a oscuras, fría, peligrosa, lenta; pero debo hacerla para salir del autoengaño, de la autocomplacencia, del imperio del Ego. Debo hacer el exorcismo, no de mí mismo sino, del miedo. Debo convertirlo en algo bueno para mí, en un combustible esta vez para mi bienestar y mi  realización en todos los aspectos.

Cómo debo hacerlo? No tengo idea. Tal vez por eso debo emprender la travesía para encontrar el instrumento, un arma sagrada o un amuleto mágico, que me permita conquistar al dragón. Mi disputa con el miedo está lejos de terminar, porque realmente en muchos aspectos no ha comenzado. Pero debo seguir viviendo y recorrer este camino a su ritmo, con su cadencia, transitando los paisajes que me llevarán finalmente a enfrentarme conmigo mismo.



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