Las mejores épocas de nuestras vidas son aquellas en las que acopiamos el suficiente valor como para rebautizar nuestra maldad como lo mejor que hay en nosotros"

Friedrich Nietzsche

sábado, 11 de enero de 2014

Mi sombra me aterra, es una asesina egomaníaca

El abismo. El vacío. Carente de aire, pero con unos ojos fulgurantes que me observan deseosos de mi carne. La ira, el odio, la destrucción, la ambición de poder y deificación, la lujuria, la bestia que de animal no tiene nada y de humana todo.

Hace algún tiempo, cuando pensaba en Calígula: un hombre sin moral, capaz de matar a su madre, de cometer un asesinato tras otro sólo por placer, de penetrar a otro hombre con tal brutalidad cómo para destruirle los riñones y ocasionarle la muerte. O Nerón: un egocéntrico, un individuo orgiástico, que mató a su amada embarazada golpeándole solamente por un tema de orgullo. Sentía una repulsa compulsiva; pero interiormente, y al mismo tiempo, un morbo y una pasión incendiarios e inusitados. Los odiaba y los amaba. Los condenaba al castigo eterno y los adoraba cómo dioses.
Hacía esto porque son una representación humana y descarnada de mi sombra. De la impulsividad, el orgullo, el deseo de placer, el egoísmo y la voluntad de vivir que hay dentro de mí.

Sería capaz de hacer lo que hicieron ellos? Por supuesto que sería capaz. Lo haré? No lo haré, porque no me da la gana. Porque a la sombra hay que mirarla a los ojos, dejar de temerla, amarla, incorporarla tanto como a la luz. Pero finalmente todo es cuestión de voluntad, de decisión, de albedrío.


Ahora, si me preguntan sí me aterra mi sombra? Claro que si, lo hace. Me aterra mi propia maldad, las vibraciones condensadas y bajas de mi alma, la magia negra que puedo desatar, las fauces de mi propia ferocidad, los anhelos de acción de mis ansias de destrucción.


He comenzado el camino de aceptar lo que más me aterra de mi; lo que me avergüenza y me deprime. Es un camino que como cualquier otro he de andar, sin los atajos de satisfacción instantánea a los que estoy acostumbrado.

La dibujaré, la haré poesía, la relataré en mis sueños. Hasta que deje de gruñirle y la bese en la boca; la acepte y la ame. Y me ame como soy; nada más o menos que un ser humano. Un dios frágil e inmenso que es capaz de mirarse a si mismo, sin asustarse con su reflejo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario