Las mejores épocas de nuestras vidas son aquellas en las que acopiamos el suficiente valor como para rebautizar nuestra maldad como lo mejor que hay en nosotros"

Friedrich Nietzsche

miércoles, 15 de enero de 2014

Mátenlos a todos!

Hoy cómo tantos otros días tuve un desencuentro con los taxistas de mi ciudad. En ese momento sentí un grito que estremeció todo mi ser; cómo si fuera un golpe directo a mi estómago. Lo que contenía ese gruñido subterráneo era un poderoso: “Mátenlos a todos!”.

La verdad es que muchas veces en mi vida he querido literalmente exterminar a aquel que conduce un taxi. La norma de su comportamiento en muchos aspectos me irrita profundamente: su falta de respeto por las normas de tránsito, la “astucia” con la que manejan pasando por encima de otros usuarios de las vías, la selectividad con la escogen los recorridos (en mi ciudad ellos no le preguntan a la gente para dónde van, el ciudadano debe rogar para que el sitio para dónde se dirigen le sirva a los taxistas), la agresividad al manejar y al comunicarse, el hecho que (aunque la razón de ser de su oficio sea prestar un servicio público) pasan vacíos por cantidades y no paran cuando ven a la gente muy cargada o con niños pequeños por ejemplo,  los constantes robos a pasajeros y engaños a su buena fe. Todo esto hace que tenga una visión bastante mezquina de ellos. Incluso alguna vez me disputé verbalmente con un taxista y éste me amenazó de muerte y me comentó que: “había aprendido muchas cosas en la cárcel”.


Pero sería injusto decir que el comportamiento de todos ellos es ladino y ventajoso. He conocido algunos taxistas, hombres y mujeres, muy respetuosos de la “dinámica más coherente” en las vías, que ven que estoy cargado bajo la lluvia y que paran a ofrecerme sus servicios, que son cultos, amables y hasta cierto punto interesados en el bienestar de sus pasajeros. Aquí debo incluir una anécdota casi olvidada en mi memoria que me contó mi madre hace mucho tiempo: cuando ella todavía no había tenido hijos salió de su trabajo un día muy tarde y un grupo de hombres la empezó a seguir; acorralándola en una calle poco transitada.  Le dijeron, cuando estuvieron cerca, que se relajara porque la iban a violar. La persona que la salvó de tal situación, ella se refiere a un ángel guardián, fue efectivamente un taxista que le abrió la puerta de su auto en el momento justo para que lograra subir rápidamente y escapar de allí.

Por supuesto, no todos son personas detestables y canallas. Además, sinceramente pienso, que muchos de ellos actúan de una manera determinada porque ese comportamiento “cutre”, se ha convertido en la norma para su gremio y que hasta yo, si fuera taxista, incurriría en la mayoría de esas conductas (tal vez no las delictivas porque no me interesa delinquir).

Pero atención!. No debo olvidar el motivo principal de escribir este post!.  El verdadero motivo fue el grito casi demoníaco; “Mantenlos a todos!” que me impactó visceralmente. Sobre lo que tengo que centrar mi foco es en la aparición que hubo, en ese momento, del pequeño Pinochet que tengo dentro. En el dictador, con aura de dios autocoronado, que es capaz de determinar el exterminio de todo un grupo humano (en este caso taxistas, pero bien pudieron ser disidentes políticos, judíos, homosexuales, burgueses, etc.) sólo porque no le gusta.

En este sentido, debo advertir la sombra en dos sentidos. El primero, en el reflejo de la conducta de los taxistas que evoca ciertos comportamientos que en otros contextos tengo o tiendo a tener y que no me gusta reconocer en mí mismo. Pero también, hablando del segundo aspecto, en ese pequeño tirano que de tanto en tanto aflora y me trae reminiscencias de historias terribles que una y otra vez se han repetido en la historia de la humanidad.


Escribir estas líneas me trae un alivio inesperado por poder  trabajar con ese pequeño reyezuelo, autodeificado, que ordena la muerte de otro porque no le gustó lo que hace. Por empezar a reconocer y apropiar que ese reyezuelo hace parte de mí, que también soy yo. 

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