Encuentro que Klaus Nomi es de nuevo el punto de partida
para reflexionar sobre algún tema importante de la vida. Al centrarme en su
corta carrera, también el doloroso y prematuro camino que lo llevó a la muerte, lo primero que pienso es en el
estigma con el mueren las personas atacadas por el sida. Debo confesar que
sentí una profunda repulsión inicialmente pero después, y de manera más
permanente, una pesadumbre pasmosa por su trágico desenlace. Algo en mí no
puede entender todavía cómo un fin tan cruel y miserable pudo ocurrirle a una
persona tan creativa como este Nomi.
Según los relatos de su amigo Joey Arias fue golpeado por
diferentes clases de males al mismo tiempo, sufriendo un doloroso deterioro
fruto de la destrucción total de su sistema inmunológico por el VIH. Pero lo
que más me impacta de este relato es cómo fue abandonado por casi todo el mundo
y cómo la gente para poderse acercar a él, debía utilizar “trajes de
plástico”, que impedían todo contacto físico. Sin duda alguna, situaciones horribles
tuvo que vivir Klaus hacia el final de su vida.
Esto me hace pensar en los millones de seres humanos a los
cuales se les ha apagado la llama de la existencia terrenal antes de
tiempo, a causa de esta enfermedad. Pero sobre todo, en el rechazo casi total
que les ofrece esta sociedad. Y es que es más fácil para todos nosotros apartar a
una persona aquejada por esta aflicción, porque (además de sus horribles
síntomas y su "fácil" contagio) se equipara con perversión, promiscuidad,
suciedad, homosexualidad, descomposición social, castigo divino, etc. Todos
estos prejuicios nos hacen sentir en una posición “privilegiada” y nos dan la
ilusión de que podemos juzgar, castigar y destrozar a una persona que ya está
destrozada por un flagelo tan radical.
Para muchos de nosotros es difícil pensar que los enfermos de sida eran o
son personas cómo nosotros; con sueños y esperanzas, con manías y miedos, con
afectos y desamores. Es como si un portador o un paciente aquejado por esta enfermedad perdiera su dignidad humana por su condición de salud. En pocas palabras, nos da mucho trabajo verlos como personas sencillas; como nosotros. Como el
mismo Nomi dice en el estribillo de una de sus canciones:
“I´m just a
simple man, I do the best I can, I got a simple plan, I hope you understand”
El tema es que no hemos podido, como sociedad y como individuos,
entender a otro ser humano que está siendo atacado por un terrible mal y lo
abordamos como un objeto de anatema, un maldito, un innombrable. Para mí esa es
la verdadera tragedia de proporciones cósmicas inmiscuida en todo este asunto.
Lo irónico, es que
nadie está exento de un contagio parecido. Ya sabemos que no se trata de una
enfermedad de “degenerados” que se lo merecen, que se puede transmitir de
madres a hijos en el momento del nacimiento, en una transfusión de sangre, en
una violación o en una visita al odontólogo o al tatuador y que, lamentablemente, la mayoría de nosotros nunca va a comprender
que una persona que tiene sida es tan persona como una que no lo tiene.
En este punto, mi
deseo es mover esta reflexión a un
terreno más personal para decir que después de algunos testeos sé que no tengo
esta enfermedad, pero sí sé que tengo una
increíble suerte. Esto lo digo porque a lo largo de mi vida he tenido múltiples
parejas sexuales, hombre y mujeres, y con más de una de esas personas no utilicé
ningún método de protección. El enfermo pude haber sido yo!.
Puedo decir también que tengo un amigo 0 positivo y que al
enterarme de su condición hubo un gran “estremecimiento” en mí, a tal punto que la siguiente vez que me
encontré con él no sabía si debía abrazarlo - como era nuestra costumbre - o
no. Del mismo modo, me sincero y digo
que uno de mis tíos murió, para mediados de 1980, como consecuencia de un contagio
de sida. Curiosamente tres años antes del fallecimiento de Klaus Nomi. Obviamente,
hablar de tales cosas en mi familia es tabú, motivo de vergüenza y la causa de la muerte, de este hombre
extraordinario que era mi tío, de
puertas para fuera es un contagio de hepatitis.
Por otro lado, quiero
relatar un suceso que me impactó profundamente. Alguna vez salía de mi trabajo
con algunos amigos y nos encontramos con un pequeño número de personas que
difundía información con el fin de dignificar al enfermo de sida o al portador
de VIH. Yo fui el más receptivo del grupo y finalmente una de las personas de
aquella campaña me pidió que le diera un abrazo como señal de aceptación (yo
no sabía si era portador o no; solamente sabía que era un apasionado por el
tema, eso sí desde un punto de vista
bastante emocional) y yo acepté. Quedando totalmente petrificado en aquella juntura de cuerpos. Después todos mis amigos me miraron
como si estuviera terriblemente sucio y oliera mal.
Todo esto me lleva a hacerme algunas preguntas. Lo que
todavía no entiendo, es por qué tenemos (uso primera persona plural porque
aunque tiendo a ser más “abierto” con el tema me afecta en alguna medida el
prejuicio) la tendencia de querer castigar y aniquilar al enfermo de sida a
través de una muerte emocional?. Y en un
contexto más amplio: por qué tendemos a rechazar de la manera más brutal
posible a todo aquel que repudiamos bajo la bandera de la religión, las buenas
costumbres, la salud pública, la racionalidad, la moral, el progreso, etc.? Y
en este caso particular, Por qué lo
hacemos destruyendo en el camino a seres humanos encastrados bajo el epíteto, y
la lápida, del enfermo que “se lo merece” por atender a su propia "animalidad”
y a lo “inmundo” de sus instintos más básicos? Es un ataque a la ese espíritu primario y sencillo que todos tenemos, pero del que nos queremos deshacer como de lugar ? Puede tratarse de un intento desesperado de separarnos de la naturaleza, para trascender a ella y con ella a la misma muerte? Será un intento de afirmarnos a
nosotros mismos que nuestra represión, nuestra automutilación y las mentiras
con las que nos autoengañamos tienen
algún sentido? Será el miedo y la mentira las fuerzas más poderosas, las que más nos mueven cómo seres humanos?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario