Las mejores épocas de nuestras vidas son aquellas en las que acopiamos el suficiente valor como para rebautizar nuestra maldad como lo mejor que hay en nosotros"

Friedrich Nietzsche

jueves, 16 de enero de 2014

La sonrisa cálida del Ángel de Muerte

Hoy me enteré de la muerte, tal vez violenta, del jefe de mi pareja. No lo conocía, de hecho llevaban relativamente poco trabajando juntos pero era muy nombrado en nuestras conversaciones diarias,  después de hacernos la pregunta habitual: Cómo estuvo tu día?. Por lo que escuchaba de él, era una persona joven con un carácter a veces fuerte pero en general una buena persona. Pero tal vez no esté siendo objetivo, porque todo muerto era “un santo” en vida. En fin, aparte del sentimiento que genera en ella, a mí me ha impactado personalmente. Pero por qué? Yo ni siquiera lo conocía! Nunca crucé palabra con él! Nunca le miré a los ojos!

Creo que este evento me recuerda que yo también tengo que morir algún día y al proyectarme en este hombre, reflejo en su figura mi propio miedo a la muerte. Cómo dice José García Martín en El problema del tiempo: a propósito de Kierkegaard y Heidegger:

“Es evidente que la muerte nos ha preocupado, o nos preocupa, más o menos a cada uno de nosotros: todos nos tenemos que morir. Sin embargo, pocas veces le prestamos atención; pocas veces en nuestras vidas nos paramos a pensar sobre ella. Aprendemos a vivir y a convivir con ella como algo que está ahí, que tiene que ocurrir; sin embargo, cuando sucede  nos sorprende, nos asombra, nos congestiona y nos paraliza. Parece que ante la muerte de los demás tomáramos conciencia de que también nosotros moriremos algún día.
Vivimos como si no nos tuviéramos que morir. Hacemos planes y proyectos como si la muerte, mi muerte no fuera real. No obstante, si estuviéramos constantemente preocupados por nuestra muerte no podríamos hacer nada; necesitamos desocuparnos de ella si queremos comportarnos con normalidad. Porque no es lo mismo la muerte de los demás que mi muerte; puede que no me preocupe lo primero, pero sí lo segundo. Aunque, ¿para qué pre-ocuparnos de una cosa de la cual nunca nos vamos a ocupar? Pero mi muerte es algo real, segurísimo y cierto; algo tan radical que su propia experiencia destruye al experienciante. Algo tan absoluto que es incomunicable e intransferible.”

Es el peso de esta regla universal el que se hace tan insoportable  que vivimos de tal manera que la negamos a cada instante, aunque sabemos que está nosotros en todo momento. En este sentido, la muerte es un aspecto fundamental de la sombra: es algo que sabemos que es parte de nuestra naturaleza, pero que para continuar con nuestra existencia relegamos a la oscuridad.


Tal vez por esto desde tiempos inmemoriales hemos asociado a la muerte con las tinieblas, la maldad, lo repudiable, lo prohibido. Tal vez por eso nos queremos ver separados de la naturaleza, de los animales, de las plantas. Tal vez por eso asociamos nuestra propia animalidad a la sombra. En un intento de negar lo inexorable y lo verdadero: la muerte. Queremos vernos diferentes y superiores de  los animales, por ejemplo, porque no queremos compartir el mismo destino que ellos. Queremos trascender para vencer a la muerte: puede ser de una manera religiosa, dejando algún legado a la humanidad, asegurando nuestra continuidad reproductiva, acumulando cosas materiales o reconocimiento social que sobreviva a nuestra propia muerte. En este sentido, la muerte es la que le da sentido a nuestra vida. O visto de otra manera, el Ángel de la Muerte con su mirada penetrante y su sonrisa es el verdadero mentor  de nuestra existencia.

Debo reconocer que yo, de igual manera que mis seres queridos, moriré algún día.  Que es parte de mi esencia cómo ser humano. Que aunque no piense constantemente en ella para no socavar el marco de creencias que requiero, como cualquiera, para vivir es mi constante compañera y finalmente es una verdad universal. (Qué difícil es poner estos conceptos en práctica!)

Un factor que me demuestra que estoy unido con todos los demás miembros del género humano, con los animales, con las plantas incluso con la misma tierra, el sol y las estrellas – si lo veo en un contexto de millones de eones-. Que me confirma que toda “individualidad” es algo temporal  e ilusorio, que las formas deben cambiar, que todo y todos estamos hechos de la misma sustancia material, espiritual y metafísica a la que se le puede llamar Dios. 



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