Hace unas semanas tuve un sueño,
relatado en el post El dragón alado y otros arquetipos internos, donde hicieron aparición varias
figuras arcanas. Una de ellas era un diosa; una mezcla en entre Afrodita y
Ares de la mitología griega; tan deseable como la primera, tan mortal como el
segundo.
Una diosa que no es madre (tan
contraria a la diosa tutelar de la cristiandad);
la diosa del amor y la guerra: Inanna/Ishtar. Para mí una imagen hipnotizante,
arquetípica, poderosa, llena de fuerza, de vida, de corazón, de lujuria. Sus ritos
en la antigua Sumer, y después en Acad y Babilonia, solían ser de carácter
violento y sexual. Estando asociada principalmente a ella la prostitución ritual.
Mi amada Inanna era también conocida como la benefactora de las prostitutas, los homosexuales, los portadores de armas y del amor extramarital. Creo que representa el lado femenino, no vinculado con la tierra y la maternidad, que todos tenemos. También es la personificación de la lujuria, las ansias de poder y la fuerza vital que tenemos relegadas en nuestra propia sombra.
En mi caso particular, debo señalar en primera instancia que la lujuria que simboliza se encuentra muy “callada” al interior de mi oscuridad: atendiendo así a
las necesidades de la vida conyugal y la disciplina laboral. Por su parte, mis ansias de
poder se manifiestan en ideaciones paralelas a la realidad; normalmente cuando
tengo mucha ira o cuando creo que yo
tendría la “solución final” para cortar los problemas delincuenciales de
mi país por ejemplo. Por último, hablo
de esta fuerza vital que se “encapsula” según la teoría junguiana cuando el
sujeto se reprime; alimentando el lado oscuro y almacenando esa energía en el
abismo. Adicionalmente en mi caso, Inanna protege y se complace con mi
bisexualidad. Creo que no por sí misma, sino como una expresión libre de la
sexualidad humana; que en muchos casos es diversa. Pero lo interesante es que todas
estas fuerzas- y otras tal vez más primitivas- quieren salir a la vida bajo la
bendición de la diosa.
Es aquí donde, debo decir que
adoro, no con tan frecuentemente como
quisiera, a la Reina del Cielo a través del porno. Me encanta
ver cómo una mujer tiene sexo con varios hombres a la vez. Cómo con pasión
extática escucha a las necesidades de su cuerpo - si se quiere de su sombra- sin
inhibiciones, sin complejos, sin bloqueos; simplemente sintiendo, dejándose
llevar por lo que le dice la parte menos estimada de todo ser humano: el cuerpo. Yo sé que es ingenuo pensar que la mujer en la pantalla lo disfruta,
dicen los expertos que en algunas ocasiones si en otras no, pero lo que me
eleva en un trance religioso no lo que se ve en pantalla en sí mismo sino lo que
representa. La fuerza universal que evoca y que yo tengo tan encadenada en la
oscuridad de mi abismo. De hecho, durante algún tiempo pude participar en
encuentros de este tipo. Dónde yo era el sujeto de adoración así como mis amantes -un hombre
y una mujer- lo eran de igual manera. Todo este placer sentido en un ofrecimiento a Inanna:
a nuestra propia corporalidad o humanidad.
Saliendo un poco del éxtasis del placer religioso, se debe comprender que Ishtar como una diosa
trascendente no sólo se puede abordar
desde un ángulo. Otro de sus atributos es esclavizar, dominar, controlar a
través del amor, de la pasión, del sexo. Ejerciendo una fuerza gravitacional
fatal en su amante/victima. Esta atracción, este poder se revela de dos maneras
muy diferentes en mi vida personal.
La Reina del Cielo domaba y
esclavizaba a las criaturas que amaba. Adoraba a los leones y se la ve acompañada
siempre de leones mansos sometidos a su voluntad. También, se le atribuye la
doma de los caballos; porque los amo tanto que los hizo esclavos a su poder.
Así pues, aunque sexualmente soy
dominante (afecto al sexo duro, rudo, salvaje, con fuertes matices de control y
en algunos casos de violencia leve) en mi vida sentimental asumo una posición
totalmente distinta. Me gustan las personas que asumen el papel de la diosa; de
hecho he descubierto que inconscientemente he exigido a mis parejas que tomen un rol de control y dominación sobre la
relación. Es precisamente ese uno de los objetivos de mi travesía interior: lograr
el equilibrio que necesito en ese aspecto de mi vida. Por lo tanto,es esta una
de las facetas en las que debo tomar algo de distancia con Inanna.
Una tercera luz con la que puedo
ver a la Reina del Cielo, es que es una representación de mi lado femenino y de
aquellas cosas que más me gustan de una mujer. En efecto, los elementos básicos
que más admiro se refieren a temas actitudinales. Por ejemplo me gustan las
mujeres seguras de sí mismas, de su sexualidad, del poder que tienen por ser
féminas, que se aceptan sin tapujos, sin
complejos, que se atreven a decir lo que piensan sin importar lo que piense su
familia o la sociedad, que disfrutan de ser ellas mismas. No hago referencia
aquí, claro está, a aquellas mujeres que con pedantería quieren ser siempre “la más“, la inalcanzable. Porque creo firmemente que estas conductas tienen
sustento en un profundo complejo de inferioridad, sumado a una imperiosa
necesidad de aprobación del mundo exterior. En un intento por compensar sus
debilidades interiores con cosas materiales, una forma estereotipada del cuerpo
o elementos que le den “estatus” o “poder”. Haciendo así las cosas para
impactar o agradar a los demás y no por propia convicción. Trampa de la que,
valga decir, tampoco nos escapamos los hombres.
Dicho de otro modo, mi lado
femenino se puede proyectar en la diosa. Es una parte de mí que durante mucho
tiempo estuvo en la sombra y estoy dejando salir poco a poco. Primero está el
punto de mi gusto por los hombres. Después todas esas cualidades que asociamos
con lo femenino, pero que en su mayoría no son más que estereotipos, como por
ejemplo: la sensibilidad, la necesidad de sentirse protegido, las muestras de
afecto sin bloqueos o complejos, etc.
De esta manera, si fuera una
mujer me gustaría ser una fémina independiente, con una carrera satisfactoria,
fuerte, sexy y ser una “fiera” en los aspectos más privados de mi vida. De
hecho, he fantaseado en medio de bromas con disfrazarme algún día de femme
fatale. Pero no cualquiera, sino toda una maestra de la sensualidad, la
atracción y con mucha clase. Sin embargo, una cosa es decirlo y otra hacerlo, porque tengo un
cuerpo bastante masculino, estoy pasado de peso, tengo la nariz torcida y
modales de camionero. Creo que me vería más bien chistoso.
Por si algún lector se pregunta si me gustaría
travestirme como forma de vida o ser una chica trans; lo he meditado; puedo decir
que me gusta mi masculinidad y ostentar lo que tengo – mi pene y mis testículos
son las Joyas de la Corona –. Un miedo que tengo, debo confesar, es dejarme
llevar tanto por la diosa, entiéndase por lo femenino no maternal, que pierda mi propia esencia en el camino.
Pero Ishtar no sólo es dominación,
femineidad pura o sexo desenfrenado. Ella representa también el despertar
espiritual, tan popular como malentendido en nuestra época. Voy a parafrasear una
de las variantes del mito más importante de la diosa: el descenso al
inframundo. Y es que Jesús de Nazareth no fue el primer dios en bajar al reino
de los muertos para luego resucitar; esta amante guerrera lo hizo milenios antes!
Narran las tablillas que Ishtar
amaba a su esposo, Tammuz. Pero un día el consorte divino murió fruto de una herida
de cacería, mientras daba muerte a un jabalí - que por cierto representa la lujuria-. Ella, presa del dolor y la desesperación decidió ir al Reino de Dónde Nadie Regresa:
el trono de su hermana gemela Ereshkigal.
Cabe hacer aquí un pequeño
paréntesis de contexto: Inanna es la diosa de la fuerza vital y de la
fecundidad sensual. Su hermana, también conocida como Ki, es la representación de la
diosa madre, pero también de la muerte, la tierra y el Inframundo.
As;i pues, la Reina del Cielo emprendió el descenso para darle de nuevo vida a su amado, sin importarle el precio que
tuviera que pagar o a quién tendría que destruir en el camino. En la primera
puerta del Tártaro sumerio se encontró con un primer demonio que le exigió
quitarse las sandalias para pasar. En la segunda puerta tuvo que entregar sus
joyas. En la tercera rindió sus ropas. En la cuarta ofreció los cuencos de oro
que cubrían sus pechos. En la quinta entregó su collar. En la sexta se
desprendió de sus pendientes. En la séptima y última sacrificó su corona de mil
pétalos. Fue allí, dónde desnuda e indefensa fue asesinada por su hermana
opuesta, la diosa madre Ereshkigal, que colgó su cuerpo de un gancho.
Mientras tanto, en la tierra los
humanos y los animales no se reproducían ni copulaban. El deseo se apartó del
mundo. Los otros dioses, en cabeza de Enki, decidieron salvar a la diosa y con
ella a la creación. Crearon un eunuco hermoso, que con engaños y lisonjas bajó al Tártaro y logró acceder al cuerpo inerte de
Ishtar. Le dio el Agua de la Vida y ésta resucitó. Lo hizo para recuperar violentamente
sus siete virtudes y regresar del mundo de los muertos. Desde entonces, su
marido tiene que permanecer seis meses en el inframundo (otoño e invierno),
para retornar junto a su amada por un periodo igual de tiempo (primavera y
verano). Evidentemente, este es un mito que explica las estaciones, pero
también ejemplifica los momentos de la vida del ser humano por ejemplo.
Encuentro cierta similitud, que
deseo explorar, entre los pasos del descenso del Inanna al inframundo y otros creencias de renacimiento y transformación espiritual. Así el
proceso termina en el encuentro con la sombra - el gemelo opuesto - y la resurrección; para lo cual
obviamente hay que morir en el intento. Tal vez en el futuro llegue a dar mi
explicación de este descenso a las tinieblas, si algún día puedo entenderlo
totalmente o por lo menos creer que lo entiendo.
Para terminar quiero decir que
siempre (en lo profundo de mi corazón) he adorado a Ishtar; aunque la haya
desplazado a la sombra – de hecho algunos aspectos de su “espectro” siguen todavía
encarcelados allí -. Pero por otro lado, no debo olvidar ser cauteloso con ella
ya que esclaviza y enloquece a sus amantes de una manera muy caprichosa. Es una
diosa que puede traer la iluminación, el despertar, la resurrección de la
esencia; pero que es fatal y ofrece su cuerpo como maldición o ambrosía, depende cómo se lo
vea, a aquel a quien ama y a aquellos
que la aman a ella.