Las mejores épocas de nuestras vidas son aquellas en las que acopiamos el suficiente valor como para rebautizar nuestra maldad como lo mejor que hay en nosotros"

Friedrich Nietzsche

martes, 28 de enero de 2014

La Reina del Cielo

La Reina del Cielo (ver Jer. 44: 17-22). La antigua diosa sumerio-acadio-babilonia asociada al planeta Venus, la Luna, el Sol y las estrellas. No en vano la palabra estelar deriva de su nombre: Ishtar. Es también conocida en la mitología ancestral de Medio Oriente; cómo la guardiana de las leyes cósmicas fundamentales. 


Hace unas semanas tuve un sueño, relatado en el post El dragón alado y otros arquetipos internos, donde hicieron aparición varias figuras arcanas. Una de ellas era un diosa; una mezcla en entre Afrodita y Ares de la mitología griega; tan deseable como la primera, tan mortal como el segundo.

Una diosa que no es madre (tan contraria a la diosa tutelar de la cristiandad); la diosa del amor y la guerra: Inanna/Ishtar. Para mí una imagen hipnotizante, arquetípica, poderosa, llena de fuerza, de vida, de corazón, de lujuria. Sus ritos en la antigua Sumer, y después en Acad y Babilonia, solían ser de carácter violento y sexual. Estando asociada  principalmente a ella la prostitución ritual.

Mi amada Inanna era también conocida como  la benefactora de las prostitutas, los homosexuales, los portadores de armas y del amor extramarital. Creo que representa el lado femenino, no vinculado con la tierra y la maternidad, que todos tenemos. También es la personificación de la lujuria, las ansias de poder y la fuerza vital que tenemos relegadas en nuestra propia sombra. 

En mi caso particular, debo señalar en primera instancia que la lujuria que simboliza se encuentra muy “callada” al interior de mi oscuridad: atendiendo así a las necesidades de la vida conyugal y la disciplina laboral. Por su parte, mis ansias de poder se manifiestan en ideaciones paralelas a la realidad; normalmente cuando tengo mucha ira o cuando creo que  yo tendría la “solución final” para cortar los problemas delincuenciales de mi  país por ejemplo. Por último, hablo de esta fuerza vital que se “encapsula” según la teoría junguiana cuando el sujeto se reprime; alimentando el lado oscuro y almacenando esa energía en el abismo. Adicionalmente en mi caso, Inanna protege y se complace con mi bisexualidad. Creo que no por sí misma, sino como una expresión libre de la sexualidad humana; que en muchos casos es diversa. Pero lo interesante es que todas estas fuerzas- y otras tal vez más primitivas- quieren salir a la vida bajo la bendición de la diosa. 

Es aquí donde, debo decir que adoro, no  con tan frecuentemente como quisiera, a la Reina del Cielo a través del porno. Me encanta ver cómo una mujer tiene sexo con varios hombres a la vez. Cómo con pasión extática escucha a las necesidades de su cuerpo - si se quiere de su sombra- sin inhibiciones, sin complejos, sin bloqueos; simplemente sintiendo, dejándose llevar por lo que le dice la parte menos estimada de todo ser humano: el cuerpo. Yo sé que es ingenuo pensar que la mujer en la pantalla lo disfruta, dicen los expertos que en algunas ocasiones si en otras no, pero lo que me eleva en un trance religioso no lo que se ve en pantalla en sí mismo sino lo que representa. La fuerza universal que evoca y que yo tengo tan encadenada en la oscuridad de mi abismo. De hecho, durante algún tiempo pude participar en encuentros de este tipo. Dónde yo era el sujeto de adoración así como mis amantes -un hombre y una mujer- lo eran de igual manera. Todo este placer sentido en un ofrecimiento a Inanna: a nuestra propia corporalidad o humanidad.

Saliendo un poco del éxtasis del placer religioso, se debe comprender que Ishtar como una diosa trascendente  no sólo se puede abordar desde un ángulo. Otro de sus atributos es esclavizar, dominar, controlar a través del amor, de la pasión, del sexo. Ejerciendo una fuerza gravitacional fatal en su amante/victima. Esta atracción, este poder se revela de dos maneras muy diferentes en mi vida personal.

La Reina del Cielo domaba y esclavizaba a las criaturas que amaba. Adoraba a los leones y se la ve acompañada siempre de leones mansos sometidos a su voluntad. También, se le atribuye la doma de los caballos; porque los amo tanto que los hizo esclavos a su poder.

Así pues, aunque sexualmente soy dominante (afecto al sexo duro, rudo, salvaje, con fuertes matices de control y en algunos casos de violencia leve) en mi vida sentimental asumo una posición totalmente distinta. Me gustan las personas que asumen el papel de la diosa; de hecho he descubierto que inconscientemente he exigido a mis parejas que tomen un rol de control y dominación sobre la relación. Es precisamente ese uno de los objetivos de mi travesía interior: lograr el equilibrio que necesito en ese aspecto de mi vida. Por lo tanto,es esta una de las facetas en las que debo tomar algo de distancia con Inanna.

Una tercera luz con la que puedo ver a la Reina del Cielo, es que es una representación de mi lado femenino y de aquellas cosas que más me gustan de una mujer. En efecto, los elementos básicos que más admiro se refieren a temas actitudinales. Por ejemplo me gustan las mujeres seguras de sí mismas, de su sexualidad, del poder que tienen por ser féminas, que se aceptan sin tapujos, sin complejos, que se atreven a decir lo que piensan sin importar lo que piense su familia o la sociedad, que disfrutan de ser ellas mismas. No hago referencia aquí, claro está, a aquellas mujeres que con pedantería quieren ser siempre “la más“, la inalcanzable. Porque creo firmemente que estas conductas tienen sustento en un profundo complejo de inferioridad, sumado a una imperiosa necesidad de aprobación del mundo exterior. En un intento por compensar sus debilidades interiores con cosas materiales, una forma estereotipada del cuerpo o elementos que le den “estatus” o “poder”. Haciendo así las cosas para impactar o agradar a los demás y no por propia convicción. Trampa de la que, valga decir, tampoco nos escapamos los hombres.

Dicho de otro modo, mi lado femenino se puede proyectar en la diosa. Es una parte de mí que durante mucho tiempo estuvo en la sombra y estoy dejando salir poco a poco. Primero está el punto de mi gusto por los hombres. Después todas esas cualidades que asociamos con lo femenino, pero que en su mayoría no son más que estereotipos, como por ejemplo: la sensibilidad, la necesidad de sentirse protegido, las muestras de afecto sin bloqueos o complejos, etc.

De esta manera, si fuera una mujer me gustaría ser una fémina independiente, con una carrera satisfactoria, fuerte, sexy y ser una “fiera” en los aspectos más privados de mi vida. De hecho, he fantaseado en medio de bromas con disfrazarme algún día de femme fatale. Pero no cualquiera, sino toda una maestra de la sensualidad, la atracción y con mucha clase. Sin embargo, una cosa es decirlo y otra hacerlo, porque tengo un cuerpo bastante masculino, estoy pasado de peso, tengo la nariz torcida y modales de camionero. Creo que me vería más bien chistoso. 

 Por si algún lector se pregunta si me gustaría travestirme como forma de vida o ser una chica trans; lo he meditado; puedo decir que me gusta mi masculinidad y ostentar lo que tengo – mi pene y mis testículos son las Joyas de la Corona –. Un miedo que tengo, debo confesar, es dejarme llevar tanto por la diosa, entiéndase por lo femenino no maternal,  que pierda mi propia esencia en el camino.

Pero Ishtar no sólo es dominación, femineidad pura o sexo desenfrenado. Ella representa también el despertar espiritual, tan popular como malentendido en nuestra época. Voy a parafrasear una de las variantes del mito más importante de la diosa: el descenso al inframundo. Y es que Jesús de Nazareth no fue el primer dios en bajar al reino de los muertos para luego resucitar; esta amante guerrera lo hizo milenios antes!
Narran las tablillas que Ishtar amaba a su esposo, Tammuz. Pero un día el consorte divino murió fruto de una herida de cacería, mientras daba muerte a un jabalí - que por cierto representa la lujuria-. Ella, presa del dolor y la desesperación decidió ir al Reino de Dónde Nadie Regresa: el trono de su hermana  gemela Ereshkigal.
Cabe hacer aquí un pequeño paréntesis de contexto: Inanna es la diosa de la fuerza vital y de la fecundidad sensual. Su hermana, también conocida como Ki, es la representación de la diosa madre, pero también de la muerte, la tierra y el Inframundo.

As;i pues, la Reina del Cielo emprendió el descenso para darle de nuevo vida a su amado, sin importarle el precio que tuviera que pagar o a quién tendría que destruir en el camino. En la primera puerta del Tártaro sumerio se encontró con un primer demonio que le exigió quitarse las sandalias para pasar. En la segunda puerta tuvo que entregar sus joyas. En la tercera rindió sus ropas. En la cuarta ofreció los cuencos de oro que cubrían sus pechos. En la quinta entregó su collar. En la sexta se desprendió de sus pendientes. En la séptima y última sacrificó su corona de mil pétalos. Fue allí, dónde desnuda e indefensa fue asesinada por su hermana opuesta, la diosa madre Ereshkigal, que colgó su cuerpo de un gancho.

Mientras tanto, en la tierra los humanos y los animales no se reproducían ni copulaban. El deseo se apartó del mundo. Los otros dioses, en cabeza de Enki, decidieron salvar a la diosa y con ella a la creación. Crearon un eunuco hermoso, que con engaños y lisonjas bajó al Tártaro y logró acceder al cuerpo  inerte de Ishtar. Le dio el Agua de la Vida y ésta resucitó. Lo hizo para recuperar violentamente sus siete virtudes y regresar del mundo de los muertos. Desde entonces, su marido tiene que permanecer seis meses en el inframundo (otoño e invierno), para retornar junto a su amada por un periodo igual de tiempo (primavera y verano). Evidentemente, este es un mito que explica las estaciones, pero también ejemplifica los momentos de la vida del ser humano por ejemplo. 

Encuentro cierta similitud, que deseo explorar, entre los pasos del descenso del Inanna al inframundo y otros creencias de renacimiento y transformación espiritual. Así el proceso termina en el encuentro con la sombra - el gemelo opuesto - y la resurrección; para lo cual obviamente hay que morir en el intento. Tal vez en el futuro llegue a dar mi explicación de este descenso a las tinieblas, si algún día puedo entenderlo totalmente o por lo menos creer que lo entiendo.

Para terminar quiero decir que siempre (en lo profundo de mi corazón) he adorado a Ishtar; aunque la haya desplazado a la sombra – de hecho algunos aspectos de su “espectro” siguen todavía encarcelados allí -. Pero por otro lado, no debo olvidar ser cauteloso con ella ya que esclaviza y enloquece a sus amantes de una manera muy caprichosa. Es una diosa que puede traer la iluminación, el despertar, la resurrección de la esencia; pero que es fatal y ofrece su cuerpo como maldición o ambrosía, depende cómo se lo vea,  a aquel a quien ama y a aquellos que la aman a ella.




lunes, 27 de enero de 2014

La Lanza que derrotó al Dragón

Tengo miedo. Miedo a la soledad, al fracaso, a la muerte, a la no trascendencia, a ver rotas las relaciones con los que más quiero. Miedo a vivir una existencia miserable,  a la pobreza, a no ser importante para nadie, a no ser comprendido, miedo de mí mismo y el salvajismo que se puede desatar en mí. En mi inventario hay muchos y variados miedos, la mayoría alimentados durante décadas sacrificando ante ellos buenos y malos momentos. Miedos convertidos en prejuicios, creencias, ritos, dogmas, supersticiones. Toda mi vida, hasta el presente, he tenido como combustible formas refinadas y en bruto de esta emoción.


Ir en búsqueda de mis miedos, es ir en el sentido contrario al que mi cultura me ha enseñado. He sido criado en un medio dónde no se acepta el miedo. Una sociedad dónde tener miedo es un crimen, un pecado, una enfermedad, una desafortunada y trágica debilidad. Dónde la decadencia moral se iguala en parte a sentir miedo y sobre todo a aceptarlo públicamente.  En lo personal, me formaron con frases como: “Un hijo mío no le tiene miedo a nada” o “No ha nacido quien me de miedo”. Con estas consignas mi madre me enseñó a no temerle a nada; a levantarme después de cada caída, limpiarme la ropa y actuar como si nada hubiera ocurrido sin importar si me dolía o no.  Pero de esa manera, sólo me mostró como ocultarlo, no como enfrentarlo. 

La verdad, escarbar entre los propios miedos no es una actividad halagadora. Porque es literalmente andar entre la basura, buscando algo que te pueda servir para limpiarla. Es como trabajar con cuerpos muertos sabiendo que en cualquier momento se puede levantar uno y puede atacarte como un zombie, por la espalda.  Para muchas personas puede ser tedioso, hostigante,  molesto, doloroso ver a alguien que se enfrenta en realidad a sus temores, porque eso  nos recuerda la propia basura, los cadáveres en descomposición que todos guardamos en el sótano de nuestra construcción interior. A quién le parece glamuroso, interesante o incluso aceptable una persona que busca en la basura?.

No pienso que para sanarme internamente o ser un hombre más completo deba aferrarme sólo a “la luz interior” que hay en mí o en otros seres humanos, de una manera  desesperada y casi religiosa por cierto, negando el dragón que duerme bajo mis pies. Todo lo contrario, lo importante aquí es vencer a la bestia.

En los cuentos de dragones de todos los tiempos, lo primero que hace el héroe es reconocer la existencia del  reptil, saber dónde está, cómo  actúa, se prepara para su encuentro con el gigante, hace un largo viaje en búsqueda del leviatán o de las armas con las cuales enfrentarse él y finalmente lo vence. Lo derrota. No recuerdo ninguna historia de dragones, dónde el protagonista se siente cómodamente en su sofá y se dedique a negar la existencia de la bestia; mientras se regodea en cosas “luminosas” y placenteras para así vencer al dragón. Qué ilusoria forma de acabar con el mal; de dominar el caos interior!

Este es un trabajo duro y poco grato. Una labor alejada de los cálidos rayos del sol, de la hermosa luz del astro rey. Es una tarea subterránea, a oscuras, fría, peligrosa, lenta; pero debo hacerla para salir del autoengaño, de la autocomplacencia, del imperio del Ego. Debo hacer el exorcismo, no de mí mismo sino, del miedo. Debo convertirlo en algo bueno para mí, en un combustible esta vez para mi bienestar y mi  realización en todos los aspectos.

Cómo debo hacerlo? No tengo idea. Tal vez por eso debo emprender la travesía para encontrar el instrumento, un arma sagrada o un amuleto mágico, que me permita conquistar al dragón. Mi disputa con el miedo está lejos de terminar, porque realmente en muchos aspectos no ha comenzado. Pero debo seguir viviendo y recorrer este camino a su ritmo, con su cadencia, transitando los paisajes que me llevarán finalmente a enfrentarme conmigo mismo.



jueves, 23 de enero de 2014

Miedo, Mentiras y Vídeo. Segunda Parte

El tema del sida para mí tiene un potencial enorme en cuanto a la exploración de mi propia sombra personal. Gracias a un reciente contacto epistolar que he establecido con una persona interesada en la primera entrega de este artículo recibí algunas observaciones en torno al mismo. Las más importantes fueron: la manera de abordar este tema es ingenua y temerosa,  porque las personas afectadas tienen una calidad de vida y una longevidad mucho mayor ahora y el contagio no es tan fácil cómo nos lo han hecho ver los medios de comunicación, exponiendo mentiras, desde los años ochenta.

A lo que respondí que evidentemente quería mostrar más el punto de vista de mi sociedad, que el mío propio. Enfatizando el daño emocional que se busca infligir al portador o al enfermo. Que de todos modos, era “hijo de mi tiempo” viendo el asunto desde los sesgos  que he compartido toda mi vida y que me percataba que nuestra cultura quiere estar ignorante frente al tema y al hacerlo lo convierte en parte de nuestra sombra colectiva. 
La réplica que recibí a mí escudada respuesta fue: ¿Y usted le tiene miedo? A la que haciendo acopio de toda mi sinceridad respondí con un rotundo: Si. Y es que le tengo mucho miedo al tema, más del que imaginaba. Puedo ubicar mi miedo en los siguientes linderos: le tengo miedo a que el virus pueda acortar mi vida, le tengo pavor a los síntomas avanzados de la enfermedad y sus consecuencias devastadoras junto con la disminución de la calidad de vida que eso puede traer. Pero sobretodo, le tengo miedo al rechazo emocional de aquellos a quién más quiero. En algún artículo posterior, puede que explore mi eterna dificultad con el rechazo y el abandono.

Obviamente, y gracias a terribles acontecimientos que han sucedido a mí alrededor en estas últimas semanas, soy consciente que la muerte está en todas partes. Que la muerte hace parte de mí, por el sólo hecho de estar vivo. Que por supuesto, puedo morir hoy mismo haciendo mi vida mucho más corta de lo que hubiera querido. Pero aun sabiendo eso, me da miedo contar con la desventaja de una vida amputada; que haya muchas cosas que no pueda hacer por falta de tiempo y al pensar en esto me doy cuenta que tengo que vivir cada instante (no debo quedarme ni el pasado ni en el futuro); el presente es lo único que cuenta porque no sé cuál sea la agenda del Ángel de la Muerte. Porque al final del día, tiempo y muerte son la misma cosa.

Por otro lado, reconozco que no quiero contagiarme, y que lamento profundamente los momentos en los que no hice lo suficiente para evitarlo. Quiero morir de otra cosa, padecer otros síntomas, tener si se quiere una muerte más clemente. Pero también quiero liberarme del prejuicio, del miedo que tengo calado en los huesos por la forma en cómo fui criado.


Es esta crianza la que es, finalmente, el centro de este post. Cómo comenté en mi artículo anterior, uno de mis tíos murió tempranamente a causa de esta enfermedad; falleciendo a mediados del año 1980. Por mi parte, nací en el año de 1982. Nunca llegué a conocer a aquel tío, ni siquiera de bebé, pero para mí él es una leyenda; me atrevería a decir que en mi panteón familiar él tiene un estatus de semidiós.

Cuenta la leyenda, que era una persona extraordinaria. Un hombre sincero, honesto, valiente, de carácter fuerte, de mirada franca, un líder natural, un pilar para su familia. En muchos sentidos sigue siendo, aun hoy, un modelo a seguir y un referente muy importante en cuanto a la tradición oral de mí núcleo familiar paterno.

El tema aquí es, que desde que recuerdo me han asociado directamente con este hombre. Con J. Desde que era muy niño me dijeron que soy increíblemente parecido a él. Tengo la misma carencia de bigote que él (una extrañeza para el resto de hombres de mi familia).Que tengo la misma inteligencia y astucia, e increíblemente la misma forma y dimensión de la cabeza.  Que tengo las mismas manos,  la misma sonrisa. Que comparto con él una mirada directa, de ojos cafés y que penetran el alma del observado. Que era igual de flaco, que tenemos la misma estatura. Que tengo el mismo carácter, la misma franqueza, la misma fuerza arrolladora. Que hago reír a los demás y logro conectar con ellos tan fácilmente como él (características por cierto bastante raras en el resto del clan). Que tengo los mismos gustos, que amo las mismas comidas, la misma música por momentos extraña y exótica. Que de algún modo, verme a mí es cómo verlo de nuevo a él. Lo que más me extraña ahora de estos comentarios es que no sólo me los repetían mis abuelos, mi padre, mis otros tíos, sino también toda una gama de parientes cercanos y distantes;  personas que incluso solamente vi una vez en la vida.

Crecí con esa leyenda, ese fantasma, ese espíritu entre pecho y espalda. En mi temprana adultez me enteré de una anécdota guardada con celo y en silencio por mi abuela y el círculo más cercano; creo yo porque eran y son gentes muy católicas. Algún día, cuando yo contaba con dos o tres años de edad, me dejaron al cuidado de mi abuela (recuerdo un apartamento enorme, muy soleado y espacioso), ella al sentirse en soledad se sentó en su cama, tomó una foto de su fallecido hijo primogénito y empezó a llorar lamentándose por su partida; recordando el “beso de la muerte” - como lo llamaba ella -,  el beso que ella le dio en los labios en el mismo instante en que exhaló su último aliento. Yo entré a su cuarto, mientras ella revivía el más profundo dolor que puede llegar a tener jamás una madre, le sequé los ojos, le tomé las manos y le dije: “No llores mamá porque yo estoy aquí, yo soy J”.

No sé si ese episodio fue verdad. No sé si lo que dije es verdad. Lo único que sé es que desde muy chico sentí que compartía un único destino con aquel hombre. Que estaba conectado a él,  tal vez de una manera más profunda de lo aparente. El murió a los 30 años, en el mejor momento de su vida. Yo crecí creyendo que también iba a morir joven. Que de alguna manera, entrar a mi tercera década de vida marcaría un punto de inflexión en mi inexorable historia junto a aquel hombre. De hecho cuando, el año pasado, cumplí 31 años me sorprendí mucho aunque no se lo dije a nadie.

Es que aquel hombre y aquel fin se convirtieron en partes fundamentales de mi sombra, eso sí el hombre con un halo dorado y luminoso. A tal punto que al alcanzar la mayoría de edad hice todo lo posible por desvincularme de esa imagen. Aborrecí el derecho y automovilismo, las dos grandes pasiones de la vida de J. Me alejé tanto como pude de mi familia paterna, en un intento de que no me compararan con J, después de la para entonces reciente muerte de mi abuelo. También hice todo lo posible para dejar atrás mi extrema delgadez, que tanto lo  recordaba a él, adquiriendo con el tiempo un cuerpo más robusto.  Pero sobretodo, me encargué de conseguir una fémina que fuera muy relevante en mi vida.

Aunque muchos aspectos de J fueron para mí extremadamente luminosos y recordados. Otros pocos, como su vida sentimental, se me dieron bastante difusos. Creo yo que por eso quise encontrar una mujer para mí; para toda la vida. Alguien con quién pudiera reproducirme y perpetuarme (tal vez siguiendo también el modelo de A, el padre de J).

No sé cuál era la orientación sexual de J, pero desde que yo era adolescente he tenido algunas dudas al respecto. Tal vez por eso también, y sólo después de una grave crisis personal que yo comparo con mi primer encuentro real con la sombra, acepté mi propia homosexualidad tardíamente (proceso que, individualmente y en público, paradójicamente hice con una velocidad y una naturalidad poco recordada en los caminos de los gustos diferentes). Para ese entonces tenía 28 años y había vivido la peor de todas mis crisis personales, que no fueron pocas o poco intensas. Curiosamente lo hice justo después de la muerte de mi abuela. Aquella mujer a la que un día enjugué las lágrimas y llamé tiernamente: “Madre”.


Mi miedo realmente radica, y lo desnudo aquí mismo, en repetir la historia de J. Un destino que durante mucho tiempo asumí cómo mío. Que me aterró y me fascinó en mis juegos de infancia, en mis odios de adolescencia, en mis sueños de joven adulto. Él es un general en la legión de los espíritus que habitan en mi sombra; su sola mirada produce en mí un pánico sobrenatural y un amor divino. No sé si soy él. Pero si lo soy tuve otra oportunidad. Una oportunidad de hacer las cosas de una manera diferente. De experimentar otro tiempo y otra muerte, que al final del día son la misma cosa. 

martes, 21 de enero de 2014

Miedo, Mentiras y Vídeo

Encuentro que Klaus Nomi es de nuevo el punto de partida para reflexionar sobre algún tema importante de la vida. Al centrarme en su corta carrera, también el doloroso y prematuro camino que lo llevó a la muerte, lo primero que pienso es en el estigma con el mueren las personas atacadas por el sida. Debo confesar que sentí una profunda repulsión inicialmente pero después, y de manera más permanente, una pesadumbre pasmosa por su trágico desenlace. Algo en mí no puede entender todavía cómo un fin tan cruel y miserable pudo ocurrirle a una persona tan creativa como este Nomi.


Según los relatos de su amigo Joey Arias fue golpeado por diferentes clases de males al mismo tiempo, sufriendo un doloroso deterioro fruto de la destrucción total de su sistema inmunológico por el VIH. Pero lo que más me impacta de este relato es cómo fue abandonado por casi todo el mundo y cómo la gente para poderse acercar a él, debía utilizar “trajes de plástico”, que impedían todo contacto físico. Sin duda alguna, situaciones horribles tuvo que vivir Klaus hacia el final de su vida.

Esto me hace pensar en los millones de seres humanos a los cuales se les ha apagado la llama de la existencia terrenal antes de tiempo, a causa de esta enfermedad. Pero sobre todo, en el rechazo casi total que les ofrece esta sociedad.  Y es que es más fácil para todos nosotros apartar a una persona aquejada por esta aflicción, porque (además de sus horribles síntomas y su "fácil" contagio) se equipara con perversión, promiscuidad, suciedad, homosexualidad, descomposición social, castigo divino, etc. Todos estos prejuicios nos hacen sentir en una posición “privilegiada” y nos dan la ilusión de que podemos juzgar, castigar y destrozar a una persona que ya está destrozada por un flagelo tan radical.

Para muchos de nosotros es difícil pensar que los enfermos de sida eran o son personas cómo nosotros; con sueños y esperanzas, con manías y miedos, con afectos y desamores. Es como si un portador o un paciente aquejado por esta enfermedad perdiera su dignidad humana por su condición de salud. En pocas palabras, nos da mucho trabajo verlos como personas sencillas; como nosotros. Como el mismo Nomi dice en el estribillo de una de sus canciones:

“I´m just a simple man, I do the best I can, I got a simple plan, I hope you understand”

El tema es que no hemos podido, como sociedad y como individuos, entender a otro ser humano que está siendo atacado por un terrible mal y lo abordamos como un objeto de anatema, un maldito, un innombrable. Para mí esa es la verdadera tragedia de proporciones cósmicas inmiscuida en todo este asunto.

Lo irónico,  es que nadie está exento de un contagio parecido. Ya sabemos que no se trata de una enfermedad de “degenerados” que se lo merecen, que se puede transmitir de madres a hijos en el momento del nacimiento, en una transfusión de sangre, en una violación o en una visita al odontólogo o al tatuador y que, lamentablemente,  la mayoría de nosotros nunca va a comprender que una persona que tiene sida es tan persona como una que no lo tiene.

En este punto,  mi deseo es mover esta reflexión a un terreno más personal para decir que después de algunos testeos sé que no tengo esta enfermedad, pero sí sé que tengo una increíble suerte. Esto lo digo porque a lo largo de mi vida he tenido múltiples parejas sexuales, hombre y mujeres, y con más de una de esas personas no utilicé ningún método de protección. El enfermo pude haber sido yo!.

Puedo decir también que tengo un amigo 0 positivo y que al enterarme de su condición hubo un gran “estremecimiento” en mí, a tal punto que la siguiente vez que me encontré con él no sabía si debía abrazarlo - como era nuestra costumbre - o no. Del mismo modo,  me sincero y digo que uno de mis tíos murió, para mediados de 1980, como consecuencia de un contagio de sida. Curiosamente tres años antes del fallecimiento de Klaus Nomi. Obviamente, hablar de tales cosas en mi familia es tabú, motivo de vergüenza y la causa de la muerte, de este hombre extraordinario que era mi tío,  de puertas para fuera es un contagio de hepatitis. 

Por otro lado,  quiero relatar un suceso que me impactó profundamente. Alguna vez salía de mi trabajo con algunos amigos y nos encontramos con un pequeño número de personas que difundía información con el fin de dignificar al enfermo de sida o al portador de VIH. Yo fui el más receptivo del grupo y finalmente una de las personas de aquella campaña me pidió que le diera un abrazo como señal de aceptación (yo no sabía si era portador o no; solamente sabía que era un apasionado por el tema, eso sí desde  un punto de vista bastante emocional) y yo acepté.  Quedando totalmente petrificado en aquella juntura de cuerpos. Después todos mis amigos me miraron como si estuviera terriblemente sucio y oliera mal.


Todo esto me lleva a hacerme algunas preguntas. Lo que todavía no entiendo, es por qué tenemos (uso primera persona plural porque aunque tiendo a ser más “abierto” con el tema me afecta en alguna medida el prejuicio) la tendencia de querer castigar y aniquilar al enfermo de sida a través de una muerte emocional?.  Y en un contexto más amplio: por qué tendemos a rechazar de la manera más brutal posible a todo aquel que repudiamos bajo la bandera de la religión, las buenas costumbres, la salud pública, la racionalidad, la moral, el progreso, etc.? Y en este caso particular,  Por qué lo hacemos destruyendo en el camino a seres humanos encastrados bajo el epíteto, y la lápida, del enfermo que “se lo merece” por atender a su propia "animalidad” y a lo “inmundo” de sus instintos más básicos? Es un ataque a la ese espíritu primario y sencillo que todos tenemos, pero del que nos queremos deshacer como de lugar ? Puede tratarse de un intento desesperado de separarnos de la naturaleza, para trascender a ella y con ella a la misma muerte? Será un intento de afirmarnos a nosotros mismos que nuestra represión, nuestra automutilación y las mentiras con las que nos autoengañamos  tienen algún sentido? Será el miedo y la mentira las fuerzas más poderosas, las que más nos mueven cómo seres humanos?


lunes, 20 de enero de 2014

Me cansé del miedo

Cómo la mayoría de mis lectores, hay algunas palabras y expresiones que se repetir en varios idiomas: algunas de ellas son “gracias”, “buen día”, “hola”, “¿cómo estás?” y curiosamente “miedo”. Siempre me he preguntado por qué esa palabra en especial se me queda tan fácilmente en la memoria. Puede tener que ver con la importancia que el miedo tiene en experiencia diaria; para mí es una fuerza regidora, que me muestra “los ejemplos” a seguir, que hasta cierto punto se convierte un concepto de orden moral. Pero debo hacerme una pregunta: me gusta que sea así?. La respuesta es un claro, No. No me gusta sentir miedo, por lo menos no tan frecuentemente.

Es así que me doy cuenta que me cansé de sentir miedo. De sufrirlo constantemente en mi vida de pareja, en mi vida familiar, en mi trabajo, en mis relaciones con los demás. Me cansé de dejarme acorralar por el miedo, de no poderme expresar, aceptar y comprenderme a mí mismo por el miedo, especialmente el miedo a la soledad. 


Pero esto no se trata sólo de palabras, se trata fundamentalmente de acciones. No permitiré que el miedo me cohíba, que se convierta en un “anulador “ y “modificador” de la consciencia, en un “supresor” de mi ser. Soy como soy, siento como siento, pienso como pienso.  Y aunque me da miedo asumir la responsabilidad por mi vida lo tengo que hacer como el método de supervivencia de mi propia naturaleza,  de aceptación de mi individualidad, de expresión de la parte de Dios que tengo dentro, del entendimiento que soy como soy por un propósito; de saber que Dios se quiere conocer a sí mismo a través de mí.

También me propongo firmemente dejar de temerle a los que más quiero por miedo a su rechazo. De dejar de lado elementos fundamentales de mi individualidad o personalidad, sólo porque les puede generar inseguridad a quienes me rodean; aplastando así quién soy y produciéndome como mínimo una sensación de no plenitud, desasosiego, de tristeza, de amargura, de rencor y de ira. Cuando la inseguridad que ellos pueden sentir no es más que una proyección sobre mí de sus propios asuntos no resueltos. No es justo para ninguna de las partes.


Quiero recuperarme a mí mismo; volver a sentir como míos, en lo fundamental, valores que para mí son vitales y que he ido perdiendo en el camino; un camino hacia la domesticación. Me es necesario recuperar la fuerza de voluntad, la valentía, la independencia, la ambición, el respeto por mí mismo por encima de todas las cosas, el amor por mi propia experiencia y mis particularidades. En fin, es mucho más fácil escribirlo que hacerlo; pero por algún lado se debe comenzar!.  

sábado, 18 de enero de 2014

Sin Título o I Am a Poor Wayfaring Stranger

Esta semana he estado muy sensible al tema de la muerte. La muerte de una persona que no conocía me ha impactado poderosamente. Además, haber sabido los detalles de ese fallecimiento (ruin, violento y a traición) me han golpeado todavía más. Era un hombre joven, extranjero, inteligente y, según lo que he escuchado, una persona maravillosa a la que jamás tuve la oportunidad de ver siquiera.

Coincidencialmente, he escuchado estos días, y reescuchado continuamente, una canción espiritual cristiana del folk estadinense que habla del descanso que trae la muerte; para ir a los paraísos celestiales  que se encuentran en los brazos de Dios. Yo en lo particular no soy cristiano y algunos versos de esta canción disonan teatralmente con mi manera de ver el mundo. Pero la sigo escuchando. Esta pieza musical se llaman “I am a poor wayfaring stranger” y he preferido oírla en la voz del extraordinario Andreas Scholl.

Quiero compartirla con ustedes por una razón que no entiendo. Cómo dije anteriormente no me identifico con el cristianismo casi en nada, pero la persona que he mencionado si vinculaba esta creencia de manera profunda. Tal vez sea la conexión que existe entre todos los seres humanos la que me toca en lo más profundo, la que hace que me identifique con creencias que no son mías, la que le da voz a los muertos a través de los vivos, la que pone a mi alrededor una consciencia inequívoca de la inminencia de la muerte y de la fragilidad del ser humano, la que me comunica realidades profundas de la existencia; con cierto tono melancólico y de esperanza aceptante del que en mi vida diario carezco tanto.



Soy un pobre caminante extranjero,
Viajando por este mundo de aflicción,
Pero allí no hay enfermedad, trabajo duro o peligro,
A ese brillante mundo, dónde yo voy.

Voy yendo allí,
A ver a mi padre,
Voy allí sin importar lo demás,
Yo sólo voy hacía el Jordán,
Yo sólo voy a mi hogar.

Veo nubes negras,
Que se juntan a mí alrededor,
Conozco mi camino,
Es duro e inclinado,
Pero hermosos campos se extienden ante mí,
Dónde los redimidos de Dios,
Su vigilia mantienen.

Voy yendo a casa,
A conocer a mi madre,
Me dijo que me conocería cuando viniera,
Yo sólo voy hacía el Jordán,
Yo sólo voy a mi hogar.

Pronto seré libre de las pruebas terrenales,
Mi cuerpo descansa en el campo de la vieja iglesia,
Yo bajaré la cruz de la autonegación,
Y ganaré mi gran recompensa.

Voy yendo allí,
A ver a mi Salvador,
Para cantar Su alabanza por la eternidad,
Yo sólo voy hacía el Jordán,
Yo sólo voy a mi hogar.

jueves, 16 de enero de 2014

La sonrisa cálida del Ángel de Muerte

Hoy me enteré de la muerte, tal vez violenta, del jefe de mi pareja. No lo conocía, de hecho llevaban relativamente poco trabajando juntos pero era muy nombrado en nuestras conversaciones diarias,  después de hacernos la pregunta habitual: Cómo estuvo tu día?. Por lo que escuchaba de él, era una persona joven con un carácter a veces fuerte pero en general una buena persona. Pero tal vez no esté siendo objetivo, porque todo muerto era “un santo” en vida. En fin, aparte del sentimiento que genera en ella, a mí me ha impactado personalmente. Pero por qué? Yo ni siquiera lo conocía! Nunca crucé palabra con él! Nunca le miré a los ojos!

Creo que este evento me recuerda que yo también tengo que morir algún día y al proyectarme en este hombre, reflejo en su figura mi propio miedo a la muerte. Cómo dice José García Martín en El problema del tiempo: a propósito de Kierkegaard y Heidegger:

“Es evidente que la muerte nos ha preocupado, o nos preocupa, más o menos a cada uno de nosotros: todos nos tenemos que morir. Sin embargo, pocas veces le prestamos atención; pocas veces en nuestras vidas nos paramos a pensar sobre ella. Aprendemos a vivir y a convivir con ella como algo que está ahí, que tiene que ocurrir; sin embargo, cuando sucede  nos sorprende, nos asombra, nos congestiona y nos paraliza. Parece que ante la muerte de los demás tomáramos conciencia de que también nosotros moriremos algún día.
Vivimos como si no nos tuviéramos que morir. Hacemos planes y proyectos como si la muerte, mi muerte no fuera real. No obstante, si estuviéramos constantemente preocupados por nuestra muerte no podríamos hacer nada; necesitamos desocuparnos de ella si queremos comportarnos con normalidad. Porque no es lo mismo la muerte de los demás que mi muerte; puede que no me preocupe lo primero, pero sí lo segundo. Aunque, ¿para qué pre-ocuparnos de una cosa de la cual nunca nos vamos a ocupar? Pero mi muerte es algo real, segurísimo y cierto; algo tan radical que su propia experiencia destruye al experienciante. Algo tan absoluto que es incomunicable e intransferible.”

Es el peso de esta regla universal el que se hace tan insoportable  que vivimos de tal manera que la negamos a cada instante, aunque sabemos que está nosotros en todo momento. En este sentido, la muerte es un aspecto fundamental de la sombra: es algo que sabemos que es parte de nuestra naturaleza, pero que para continuar con nuestra existencia relegamos a la oscuridad.


Tal vez por esto desde tiempos inmemoriales hemos asociado a la muerte con las tinieblas, la maldad, lo repudiable, lo prohibido. Tal vez por eso nos queremos ver separados de la naturaleza, de los animales, de las plantas. Tal vez por eso asociamos nuestra propia animalidad a la sombra. En un intento de negar lo inexorable y lo verdadero: la muerte. Queremos vernos diferentes y superiores de  los animales, por ejemplo, porque no queremos compartir el mismo destino que ellos. Queremos trascender para vencer a la muerte: puede ser de una manera religiosa, dejando algún legado a la humanidad, asegurando nuestra continuidad reproductiva, acumulando cosas materiales o reconocimiento social que sobreviva a nuestra propia muerte. En este sentido, la muerte es la que le da sentido a nuestra vida. O visto de otra manera, el Ángel de la Muerte con su mirada penetrante y su sonrisa es el verdadero mentor  de nuestra existencia.

Debo reconocer que yo, de igual manera que mis seres queridos, moriré algún día.  Que es parte de mi esencia cómo ser humano. Que aunque no piense constantemente en ella para no socavar el marco de creencias que requiero, como cualquiera, para vivir es mi constante compañera y finalmente es una verdad universal. (Qué difícil es poner estos conceptos en práctica!)

Un factor que me demuestra que estoy unido con todos los demás miembros del género humano, con los animales, con las plantas incluso con la misma tierra, el sol y las estrellas – si lo veo en un contexto de millones de eones-. Que me confirma que toda “individualidad” es algo temporal  e ilusorio, que las formas deben cambiar, que todo y todos estamos hechos de la misma sustancia material, espiritual y metafísica a la que se le puede llamar Dios. 



miércoles, 15 de enero de 2014

Encuentro con Klaus Nomi o Viendo mi propia “Freakedad”


Buscando algo de música nueva, influenciado profundamente por un film que vi en los últimos días y la historia de los castrati, me encontré inesperadamente con algo que sinceramente me aterró. Estoy hablando de un hombre bastante extraño y por mucho extravagante. Durante unos minutos no tuve acceso al sonido del vídeo y sólo vi una figura sumamente rara gesticulando en la pantalla, en lo que se veía  como una grabación muy antigua y de bajo presupuesto, bastante “ochentera” si se quiere.

Me asusté, me aterré, el pavor se apoderó de mí. Inmediatamente me llegaron imágenes de locura, irrealidad, minusvalía y pérdida del ser. Todo esto me generó una sensación de peligro repentino; cómo si hubiera visto al diablo o si una serpiente venenosa estuviera a punto de morderme.  Sentí un vacío en el estómago y me imaginé a mí mismo usando esa ropa exótica, con la cara maquillada como aquel personaje, con ese peinado ridículo y moviendo mi boca y mi cuerpo como si cantara ópera. Huir fue el mensaje que recorrió como un rayo todo mi cuerpo.

Por otro lado, esa curiosidad que me caracteriza me impulso a ver más y lo hice; percibiendo una parte de mí forzando a la otra a continuar. Decidí profundizar y encontré la manera de darle audio a lo que veían mis ojos. Escuche una voz cambiante a mí parecer bastante corriente por momentos, en otros tan conmovedora como la voz de una soprano en alguna presentación de música culta; en evidente falsete valga anotar. El ritmo era dulzón, un pop que no me gustó y me pareció cursi. Mi corazón latió más despacio, el miedo empezó a ceder.

Pensándolo bien me dejé llevar por la imagen. Hubo una reacción en mí tan agitada porque vi claramente a mi sombra. La parte de freak que tengo, que a veces vivo en mi vida diaria, y que no me gusta admitir. La exageración de mi moderado excentricismo, una imagen de mí mismo llevado por la locura y la pérdida de contacto con la realidad.


La curiosidad siguió tomando el control y empecé a indagar sobre aquel ser humano, sobre aquel artista que tanto me impactó. Y cómo pasa habitualmente pasa, con el conocimiento se disiparon las sombras del terror. Supe que se llamaba Klaus Nomi. Que fue un gran músico alemán capaz de fusionar por vez primera la ópera con el rock y pop. Que hizo parte del movimiento que se gestó en el vecindario de East Village en la Nueva York de finales de los 70 y comienzos de los 80. Que fue un abanderado del mundo gay. Que tuvo una propuesta musical del todo diferente y poco comercial. Que su aspecto buscaba evocar un extraterrestre de una galaxia más evolucionada que venía al planeta Tierra a cantarle a los seres humanos. Que fue en muchos sentidos, la persona que allanó el camino para grupos de rock gótico como Lacrimosa. Que murió muy joven y trágicamente a causa del sida.

Seguí escuchando su música y sentí un profundo alivio. Logré dominar el pavor que me atacó inicialmente; conseguí poner en contexto lo que me amenazaba; aunque debo confesar que todavía y de manera muy visceral una escalofrío de tanto en tanto me recorre el cuerpo. Lo que realmente me asustó no fue Klaus o su propuesta o su estilo. Lo que me aterró fue la posibilidad de “terminar” como él. De darle rienda suelta al loco psicótico que está en mí sombra; aquel ser que decide desconectarse de la realidad consensuada para alejarse en las alas de su propia realidad, de su propia mente, de su propia locura.


Reconozco que la manera con la que he abordado normalmente lo que yo llamaría “diferencia extrema” ha sido casi siempre con burla. Me he burlado muchas veces de freaks en lo personal memorables, y hasta cierto punto queridos, como Zulma Lobato, Lizzie Velásquez (conocida como  la mujer más fea del mundo) o el recientemente fallecido Ricardo Fort. Además de una larga lista de personajes anónimos que son diametralmente diferentes a “la norma” a la que estoy acostumbrado, que son muy diferentes de ella.  Pero lo que oculta la sorna y el morbo es un miedo real a ser “como ellos”, a verme en extremo diferente de lo que para mí es la imagen aceptable y de paso a la locura misma. Termino diciendo que es bueno saber que no estoy obligado a reírme  despiadadamente o a huir desesperadamente de lo que me es “diferente”.

Das Omen. La Profecía

Hace ya varios años descubrí una agrupación alemana llamada E Nomine; mientras estudiaba alemán en la universidad como parte de la formación complementaria de mi carrera profesional. Este grupo tiene la particularidad de que en el amplio repertorio de sus canciones hay odas a la luz y a la oscuridad, al bien y al mal, al cielo y al infierno; obviamente dentro del marco de la mitología cristiana. Es bastante curioso encontrar que pueden crear una canción de alabanza absoluta al dios de los cristianos y en la siguiente adoran al señor de las tinieblas.
Dentro de este conjunto peculiar de temas musicales, letras armonizadas con música electrónica, encuentro cautivante uno en especial; se llama Das Omen o La Profecía. Cada vez que la escucho me siento poderoso, invencible, lleno de una energía que me desborda y ansioso de vida e incluso de poder. No es un producto sólo de mi mente, todo mi ser vibra rugiendo al compás de este ritmo cadencioso;  pero paradójicamente,  si la escucho demasiado y reparo demasiado en su letra me siento sobrecogido y hasta un poco ahogado. Por qué me sucede esto? Qué despierta en lo más profundo de mi ser?

La explicación que le doy a este fenómeno, es que despierta o me conecta con lo “daimónico” (esa fuerza que está en la naturaleza y que en principio no es mala ni buena) dentro de mí. Recurro a este concepto, sobre el que tal vez hable más adelante, utilizado recientemente por Rollo May (pero entendido desde la más remota antigüedad) como una manera de conceptualizar lo que sucede cuando me reflejo a mí mismo, en este caso en la figura de La Profecía. Me uno a esa fuerza del universo, convirtiéndome por momentos en un elemento de la naturaleza increíblemente poderoso y reconozco que hace parte de mí.

Obviamente en este caso, a través de lo que se conoce en el cristianismo como la oscuridad, la maldad, el diablo. Pienso además firmemente que a través de la luz, de la verdad se puede llegar al mismo punto; porque esta energía “daimónica” no es ni buena ni mala. Es sólo una manifestación de nuestro verdadero poder y responsabilidad como seres humanos. Es una expresión del hombre hecho dios, hecho una fuerza total, una fuerza, un poder natural. Pero se debe reflexionar sobre algo: El ser humano puede controlar ese poder? Quiere siquiera hacerlo consciente y por tanto hacerse responsable por él? Puede un ser humano no enloquecer bajo el influjo incontrolado de su propia fuerza?

Finalmente, me gustaría compartir con ustedes la canción y la letra, traducida al español, para su deleite y en algunos casos terror.



LA PROFECIA

Legiones oscuras, emperador feroz, signos ocultos, la maldición final
La Profecía
El poder, los poderes del infierno prosperan en crueldad

Te vuelves a la luz oscura,
Tu sombra explota como un volcán,
Tu eres como una estrella que dice:
Yo he caído víctima de mi propia ilusión por tu causa,
Tú me ahogaste con tu maldición,
Entonces dame vida inmortal!
Abre las puertas de la Legión Oscura,
Completa el Circulo del Mal, la Profecía.
El poder, los poderes del infierno prosperan en crueldad.
Y me incluso ante ti,
Cuando tú brillas a mi alrededor,
Yo siento el poder,
Cuando tú me amputas de los Dioses,
Tu eres mi santuario,
Tu mi luz en el vacío, Draco,
Tu eres la vida en sí misma,
Tu eres la maldición,
Tu eres la profecía,
La Profecía.

Legiones oscuras, emperador feroz, signos ocultos, la maldición final
Tú eres el poder, el señorío y la profecía, por la eternidad,
La Profecía

El poder, los poderes del infierno prosperan en crueldad

Mátenlos a todos!

Hoy cómo tantos otros días tuve un desencuentro con los taxistas de mi ciudad. En ese momento sentí un grito que estremeció todo mi ser; cómo si fuera un golpe directo a mi estómago. Lo que contenía ese gruñido subterráneo era un poderoso: “Mátenlos a todos!”.

La verdad es que muchas veces en mi vida he querido literalmente exterminar a aquel que conduce un taxi. La norma de su comportamiento en muchos aspectos me irrita profundamente: su falta de respeto por las normas de tránsito, la “astucia” con la que manejan pasando por encima de otros usuarios de las vías, la selectividad con la escogen los recorridos (en mi ciudad ellos no le preguntan a la gente para dónde van, el ciudadano debe rogar para que el sitio para dónde se dirigen le sirva a los taxistas), la agresividad al manejar y al comunicarse, el hecho que (aunque la razón de ser de su oficio sea prestar un servicio público) pasan vacíos por cantidades y no paran cuando ven a la gente muy cargada o con niños pequeños por ejemplo,  los constantes robos a pasajeros y engaños a su buena fe. Todo esto hace que tenga una visión bastante mezquina de ellos. Incluso alguna vez me disputé verbalmente con un taxista y éste me amenazó de muerte y me comentó que: “había aprendido muchas cosas en la cárcel”.


Pero sería injusto decir que el comportamiento de todos ellos es ladino y ventajoso. He conocido algunos taxistas, hombres y mujeres, muy respetuosos de la “dinámica más coherente” en las vías, que ven que estoy cargado bajo la lluvia y que paran a ofrecerme sus servicios, que son cultos, amables y hasta cierto punto interesados en el bienestar de sus pasajeros. Aquí debo incluir una anécdota casi olvidada en mi memoria que me contó mi madre hace mucho tiempo: cuando ella todavía no había tenido hijos salió de su trabajo un día muy tarde y un grupo de hombres la empezó a seguir; acorralándola en una calle poco transitada.  Le dijeron, cuando estuvieron cerca, que se relajara porque la iban a violar. La persona que la salvó de tal situación, ella se refiere a un ángel guardián, fue efectivamente un taxista que le abrió la puerta de su auto en el momento justo para que lograra subir rápidamente y escapar de allí.

Por supuesto, no todos son personas detestables y canallas. Además, sinceramente pienso, que muchos de ellos actúan de una manera determinada porque ese comportamiento “cutre”, se ha convertido en la norma para su gremio y que hasta yo, si fuera taxista, incurriría en la mayoría de esas conductas (tal vez no las delictivas porque no me interesa delinquir).

Pero atención!. No debo olvidar el motivo principal de escribir este post!.  El verdadero motivo fue el grito casi demoníaco; “Mantenlos a todos!” que me impactó visceralmente. Sobre lo que tengo que centrar mi foco es en la aparición que hubo, en ese momento, del pequeño Pinochet que tengo dentro. En el dictador, con aura de dios autocoronado, que es capaz de determinar el exterminio de todo un grupo humano (en este caso taxistas, pero bien pudieron ser disidentes políticos, judíos, homosexuales, burgueses, etc.) sólo porque no le gusta.

En este sentido, debo advertir la sombra en dos sentidos. El primero, en el reflejo de la conducta de los taxistas que evoca ciertos comportamientos que en otros contextos tengo o tiendo a tener y que no me gusta reconocer en mí mismo. Pero también, hablando del segundo aspecto, en ese pequeño tirano que de tanto en tanto aflora y me trae reminiscencias de historias terribles que una y otra vez se han repetido en la historia de la humanidad.


Escribir estas líneas me trae un alivio inesperado por poder  trabajar con ese pequeño reyezuelo, autodeificado, que ordena la muerte de otro porque no le gustó lo que hace. Por empezar a reconocer y apropiar que ese reyezuelo hace parte de mí, que también soy yo. 

martes, 14 de enero de 2014

Castrato

Ira. Una sensación de ira contenida que se torna casi artificial por la calma con la que me la tomo. Es como si no fuera mía. Quisiera explotar abiertamente; pero sinceramente no se cómo. Me siento mutilado para sentir ira, imposibilitado, incapaz y se que esto no puede ser provechoso para mi. Sobre todas las cosas, lo que siento es una furia enorme contra mi mismo por aceptar las cosas tan mansamente, por ser tan civilizado,por ser tan confiado, por ser tan imbécil!. Por perder algo importante de mi; lo que yo comparaba antes cómo un fuego interno. 


La necesidad de tolerar, de ser civilizado, de ser considerado con otros, de encajar me ha costado  parte de mi propio ser. A tal punto que en situaciones cómo esta me siento cómo un títere, una ilusión, un remedo de hombre. Qué pasó conmigo? Cuándo me perdí? Cuándo fui domesticado? Sentirme inútil para sentir hace que me vea a mi mismo sin valor, sin sentido, desfigurado, poco amado (por mí mismo). Qué pasó con el “Yo” salvaje?  Es sólo una figura poética? Es una quimera que refleja mi desconexión conmigo mismo, con  mi naturalidad, mi animalidad, mi humanidad; que al final del día son la misma cosa?


Ayer, curiosamente, escuche en una película la que sería la voz de un castrato (un cantante sometido desde niño a castración para mantener su voz aguda) y me sugirió un elemento extremadamente bello, pero muy artificial, contradictorio y onírico. Será eso lo que soy? Un castrato que para armonizar en sociedad, en familia, laboralmente ha perdido parte de su naturaleza en el camino?  Qué debo hacer? Finalmente, es mi decisión y mi responsabilidad, pero cómo me recupero a mi mismo?

La Sombra y la Máscara del Escritor Anónimo

He escrito en los últimos días un puñado de artículos que para mí han tenido un tenor claramente identificable:he escrito cada vez más interesado en cautivar a quién me lee, en hacer agradable mi relato, en ponerle una máscara a mi propia sombra. La máscara sirve para encubrir algo; darle otra forma con la esperanza de reflejar otra naturaleza. Que peligrosa treta que ha tendido el ego!. Qué necesidad tan grande de encajar con las expectativas de otros seres humanos tiene también mi propia naturaleza!.


Siempre me he considerado una persona que no busca la aprobación de nadie, pero realmente la aprobación que no busco es la que viene de mi familia; de mis padres especialmente. Pero en otros ambientes, en otros contextos busco armonizar a veces desesperadamente. Por qué querer agradar a personas que no conozco en medio de un proyecto anónimo para exorcizar mis propios demonios? Por qué querer mostrar valentía, honestidad y sabiduría (valores que valoro profundamente) ante lectores también anónimos cuando estas tres cualidades faltan en muchos aspectos de mi vida? He perdido entre líneas, símiles y palabras floridas el verdadero propósito de este ejercicio!. Por qué quitarle a mi sombra los rasgos más oscuros, más salvajes, más peligrosos, más aterradores ocultándola bajo una máscara que la haga más digerible ante los ojos de otros e incluso de mis  propios ojos? Por qué escindir mi sombra y sólo mostrar el lado más “luminoso” de ella? Por qué engañarme a mi mismo?

lunes, 13 de enero de 2014

Ojos a mis ojos

Estoy loco, poseído,
Por el influjo de este amor por la vida y el abismo,
Por las tardes suaves de verano,
Por las tormentas amenazantes,
Por las flores susurrantes en la brisa calma,
Y la atronadora presencia de los vástagos de la impiedad,
Esta pasión que me embriaga y me revuelve las entrañas,
Me sublima y me deja ver a la cara a mis demonios,
Gruñéndoles poderoso en la protección de mi propia magia,
Contemplando al ángel de la muerte que perturba mis  sueños,
Que me hace polvo con cada exhalación,
Viendo su terrible semblante y la luz profunda de sus ojos,
Mi reflejo celestial en su mirada, en tu mirada, en la mirada de todo,
Como un símbolo perenne de nuestra deidad, de nuestro poder,
De nuestra insignificancia y de nuestra increíble inmensidad.


Sombra Sombrísima

Violencia Rivas, Precursora del Punk en la Argentina

Hace algunos meses un amigo me hizo un maravilloso regalo: compartió conmigo la existencia de unas grabaciones, ficticias por cierto, de una cantante argentina autodenominada la precursora del punk. Al ver, uno tras otro, sus videos me sentí profunda e inusitadamente identificado con ella. Sus críticas a la sociedad: a nuestros valores de supermercado, nuestro conformismo patológico, la falta de responsabilidad sobre nuestras propias y a la psicosis ilusoria en la que por norma vivimos hicieron mella en mí. Después, cuando empecé a separar los toques humorísticos de este personaje del contenido de su discurso, pensé mucho en las cosas que decía. Para mí fue como una bofetada que felizmente me ayudó a abrir un poco más los ojos.


Es por esto, que quiero compartir un par de videos suyos en este blog. Aprovecho este espacio para agradecer al comediante argentino Peter Capusotto por esta semblanza de parte de mi sombra, de su sombra, de nuestra sombra colectiva. De tanto en tanto, hace falta gente que nos haga “reflexionar en la mierda que es la vida” como diría ella. 




Melek – Taus, La Sombra Deificada

Hace algún tiempo me tomé el trabajo de traducir al castellano fragmentos disponibles en internet de los libros sagrados de los Yezidis (Mashaf Res o el Libro Negro y Al-Jilwah o Libro de las Revelaciones). Lo hice movido por el interés casi hipnótico que me despertó la imagen de Melek Taus: el ángel caído exaltado a la categoría de dios. El espíritu celestial, pero caído de su gloria, que se atribuye ser el verdadero gobernante de mundo; el que quita y pone reyes, el dios celoso, el dador de la verdadera sabiduría.
En estos escritos sagrados, el mismo Melek Taus dice que los “extranjeros” (entiéndase cómo todos aquellos que no son Yezidis) lo ven a Él y Su pueblo escogido como hacedores del mal; pero esto se da sólo porque no conocen Su verdadera naturaleza, sus propios deseos (haciendo referencia a los “extranjeros”) y el sentido de Sus preceptos y enseñanzas cargados de verdadero conocimiento. Los que se oponen a Él, como pasa con aquellos que se enfrentan a cualquier dios iracundo se arrepentirán, son aquellos que no quieren escuchar su “propia naturaleza” y pervierten las verdaderas enseñanzas de los profetas, deformando la verdad.

Aunque afectado por costumbres que nosotros consideramos machistas, pero muy arraigadas desde hace milenios, en Medio Oriente. Estos escritos nos dejan ver una cosmología y manera de vivir hasta cierto punto distinta, pero en lo esencial muy parecida a los pueblos que se denominan del Libro. Es así como la revelación, el culto, el pueblo escogido, el anatema, un dios justo y colérico marcan en el contenido la cadencia de este relato.


En fin, comparto estos documentos con el fin de ver a la sombra de otra manera, tal vez poética y mitológica. Dándole un matiz  de protagonismo, aquel que probablemente tiene en nuestras vidas, en el desarrollo de cada sociedad y cultura, y en el inexorable rumbo que tenemos todos como humanidad. Ya que finalmente, Melek Taus dice ser el señor de éste mundo.

Por dificultades para enlazar los libros a este blog, solicita una copia gratis de los libros de Revelación Yezidi a lavozdelasombra@gmail.com